martes, 4 de noviembre de 2008



Camino de Fe - Noviembre

Nos acercamos a la Solemnidad de Todos los Santos y a celebrar la Memoria de los fieles Difuntos. Día éste muy sentido y apreciado por todos nosotros. Nuestros difuntos ocupan un lugar especial en nuestro corazón. Los recordamos, rezamos por ellos. A veces nos preguntamos cómo estarán, dudamos. También acudimos al cementerio, llevamos flores, encendemos velas bendecidas para hacer una oración. En este día especialmente pedimos la celebración de la misa por su eterno descanso. Es una de las manifestaciones más auténticas de nuestra fe popular y religiosa.
En nuestro Credo rezamos sobre este tema: Creo en la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
En el Misterio Pascual de Jesucristo, el Señor, encontramos el fundamento de nuestra fe. Él resucitó, y al estar unidos a Él, nos resucita a nosotros.
En Él se establece la comunión, por Él obtenemos el perdón de los pecados, participamos de su Resurrección y Él nos da su Vida verdadera.
A través de los Sacramentos y la unión de nuestra vida en Cristo ese Misterio del Amor de Dios realiza nuestra salvación. Por esto decimos que Jesús es el Único Mediador entre Dios y los hombres, Mediador de la Nueva Alianza (Heb 9,15; 10,12-14.19-25)
Sólo por medio de Jesús, cuyo sacrificio es el único eficaz de una vez para siempre, obtenemos la salvación y la suplicamos también para nuestros hermanos, vivos y difuntos. Pero es necesaria también nuestra intercesión, que obtiene eficacia en Cristo.
La Iglesia siempre creyó en la verdadera intercesión por nuestros hermanos difuntos y siempre celebró su memoria orando por ellos.
Lo más importante es que nosotros, voluntariamente y en nombre de nuestros difuntos, por el misterio de la Comunión de los Santos, unamos nuestras vidas a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía. Él, Jesús, se ofrece al Padre en la misa obteniendo la Misericordia infinita para todos. Sólo tenemos que aceptar y entrar en esta dinámica de la vida cristiana espiritual y sacramental. Oración, Palabra, vida, Eucaristía. Comunión, servicio, testimonio y liturgia.
Lamentablemente todavía hoy hay quienes pretenden buscar otros medios de salvación a través de prácticas prohibidas y equivocadas como el ocultismo, y creyendo en doc-trinas erróneas, como la reencarnación.

¿Qué es el ocultismo?
Básicamente el ocultismo es creer –y confiar- en la existencia de entidades o fuerzas no experimentables en el plano normal de la percepción, a través de las cuales se desea dominar todo, por medio de prácticas particulares que se aprenden con la búsqueda, con la iniciación, con el ejercicio, con la práctica que sugieren libros del tema o la transmisión “oculta” de tales poderes.
Quien se dedica al ocultismo pretende adquirir conocimientos y poderes que los demás no tienen y que están fuera de las leyes físicas o racionales: lectura del pensamiento, materialización de objetos, adivinación del futuro, influencias benéficas o maléficas sobre quien se quiere dirigir esas fuerzas, dominio sobre las fuerzas naturales, contacto directo con los espíritus (¿cuáles? Jamás se dice), entrevista con los muertos, y la lista podría seguir.
Vemos que el objetivo de esto es “dominar”, “torcer” la voluntad ajena por la fuerza oculta, tener un “conocimiento” (adivinar) por encima de los demás. Todo esto sin prejuicio de que la gran mayoría es todo un engaño y mentira para ganar dinero.
Es claro en todo el ocultismo el rechazo de la religión y de la razón. De la religión porque se trata de entidades, de fuerzas, de poderes que no derivan del Amor de Dios. Rechazo de la razón porque se trata de seres y de poderes totalmente fuera de toda posibilidad de estudio o control racional, que escapan a toda posibilidad de examen científico. Por lo tanto, todo perjuicio que tenga como causa estas fuerzas, tendrá un “diagnóstico” insuficiente según la metodología científico médica. Dicho en otras palabras, por ejemplo, se encontrará buena sa-lud en todo tipo de análisis o no se responderá al tratamiento, si el perjuicio es en la salud. Y la respuesta será siempre: “es emotivo, psicológico”.
Y en todos los casos se trata de una auténtica desconfianza de Dios y falta de fe en la eficacia de Cristo.

¿Qué es el espiritismo?

También llamado “nigromancia”, el espiritismo es una ramificación del ocultismo: es evocar a los difuntos o a los “espíritus” para interrogarlos. Evocar, o sea reclamar la pre-sencia, casi siempre en forma no visible ni sensible, pero siempre con el fin de hacer una pregunta para obtener una respuesta. Esto no es más que una práctica adivinatoria extremadamente perjudicial.
El espiritismo es tan antiguo como el hombre mismo. Siempre el hombre buscó conocer qué será lo que sucede más allá de la muerte. Es que nacemos con sed de eternidad y no toleramos que todo se termine con la vida en este mundo. ¿qué hay detrás de esta ansia de querer hablar con los difuntos?
1.- La curiosidad y el deseo de conocer: qué hay “más allá”, cómo es, además de la ten-tativa: a ver si me responde, si “pasa algo”, incluso, de tener un poder que otros no tie-nen o no se animan a tenerlo.
2. El afecto hacia la persona difunta de la cual no podemos desprendernos y hacer duelo, el deseo de hablar, de saber cómo está, de sentirla viva y vecina.
3. Otro fuerte motivo es el interés de cono-cer eventos futuros, suponiendo que los di-funtos lo conozcan; también de buscar consejos en los momentos de dudas acerca de qué es mejor hacer, qué decisión tomar…
4. Cuando se evoca a los difuntos, especialmente a los espíritus, también está el de-seo de obtener protección o poderes particulares sujetándose a ellos, o servirse de ellos para todo tipo de cosas.

Pero desde la fe tenemos el gran don de conocer la Verdad revelada y la enseñanza de la Iglesia, Madre y Maestra: el espiritismo es incompatible con la fe cristiana. No tiene nada que ver con la esperanza cristiana y está absolutamente prohibido, por motivos muy serios.
Si alguna secta mezcla al espiritismo con elementos cristianos, lo único que hace es mentir y confundir. Aunque lleve títulos como “Escuela Científica de espiritualidad” o cosas por el estilo.
Nuestras dudas encuentran toda la Luz de la enseñanza de Cristo en su Palabra divina y la enseñanza de la Iglesia.
Querer encontrar la verdad fuera de la me-diación de Cristo, siguiendo caminos retorci-dos como el espiritismo y sus vertientes adivinatorias disfrazadas de entretenimiento en apariencia inofensivos pero que entrañan mucho peligro, sobre todo en los adolescentes: juego de la copa, ouija, el lápiz sobre un cuadrante de papel, etc constituyen una grave culpa contra el primer mandamiento.
La práctica siempre tiene un elemento común: se le hace preguntas a las almas de los difuntos o a los espíritus, y se espera una respuesta, que se hace manifiesta en los movimientos de la copa, lápiz o cualquier objeto que sea indicador.
A veces los adolescentes quieren jugar, ni siquiera piensan en los difuntos. Sin embar-go, le hacen preguntas siguiendo rituales de juegos como los ya citados. Pero ¿saben a quién están preguntando? Y en el caso de que haya una respuesta ¿de quién viene?
Esto no es más que una práctica adivinato-ria. Es caer en la superstición, es desviarse de la fe, de la verdad, para caer en el error al que hemos renunciado en el bautismo.
¿Quién responde las preguntas en las se-siones espiritistas? Pueden ser trucos, su-gestiones, fenómenos paranormales pero también puede haber una intervención diabólica. Ya en el Antiguo Testamento la Palabra es clara:
“Que no haya entre ustedes nadie que inmo-le en el fuego a su hijo o a su hija, ni practi-que la adivinación, la astrología, la magia o la hechicería. Tampoco habrá ningún en-cantador, ni consultor de espectros o de espíritus, ni evocador de muertos. Porque todo el que practica estas cosas es abomi-nable al Señor, tu Dios…” Deuteronomio 18, 10-12.
En 1917 se le preguntó al Santo Oficio y a través suyo la Iglesia respondió que no es permitido participar, con médium o sin médium, sirviéndose o no del hipnotismo, a sesiones o manifestaciones espiritistas, aunque se hagan con intención honesta o piadosa; sea que se interroguen a las almas o a los espíritus, sea que se escuchen las respuestas; sea sólo mirando, incluso con la certeza de no querer tener ningún contacto con los espíritus malignos. (AAS 9 (1917) 268. DS 3642.
Parece retrógrado citar hoy este texto, sin embargo más que retrógrado es quien ar-gumenta hoy estos motivos y aún así parti-cipa o busca este tipo de supersticiones, exponiéndose a todo tipo de mal.
La adivinación conduce al espíritu maligno, el enemigo de Dios. En la actualidad, los hombres siguen ofendiendo a Dios por me-dio de estas prácticas: espiritismo, tarot, videncia, astrología, quiromancia (lectura de las manos) y toda suerte de recursos para adivinación con cualquier medio u objeto. También en internet existen sitios en donde se ofrece el arte de adivinación, incluso co-mo juegos.

En el Nuevo Testamento vemos que los apóstoles confrontan a los magos y adivinos.
San Pedro rechaza el deseo de poder de un mago llamado Simón: Hechos 8,9-25.
San Pablo reprobó duramente a un mago que se hacía pasar por profeta e impedía la evangelización: Hechos 13,6-12.
En la ciudad de Filipos, San Pablo encontró obstáculos por razón de una joven esclava que daba muchas ganancias a sus dueños poseída por un espíritu de adivinación al que ordenó salir: Hechos 16,16-18. Por ello, Pablo y Bernabé fueron apresados, encarcelados y azotados: Hechos 16,19-24.
También encontramos en el libro de los Hechos a personas que pretenden expulsar demonios sin tener esa autoridad y expo-niéndose ellos mismos: Hechos 19,11-17.
Ya en este tiempo había “libros” para practi-car la adivinación y la magia, como leemos en este mismo pasaje, y que los que abraza-ron la fe los quemaron: 19,18-20.
Lejos de asustarnos por esta realidad, ¡de-bemos alegrarnos con la Gracia que Jesús nos ofrece!
Nada temamos cuando estamos con Cristo y nos refugiamos en Él. Nada busquemos fuera de Él. Y de Él solo podemos esperar Amor, Paz, Misericordia y consuelo.

¡Oh muerte, que separas a los que vivían juntos, que dura y cruel arrancas de nosotros a los que nos unía la amistad! Tus poderes han sido aniquilados. Tu yugo implacable ha sido roto por aquel que te amenazaba por boca del profeta Oseas: ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! Por esto podemos apostrofarla con las palabras de Pablo: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿dónde está, muerte, tu aguijón? El mismo que te venció nos ha redimido a nosotros, entregando su vida muy amada en poder de los malvados, para convertir a estos malvados en amados por él. (San Braulio de Zaragoza) Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él.