miércoles, 25 de noviembre de 2009

Oraciones del p. Emiliano Tardif

Se sugiere que esta oración se lleve a cabo en un lugar solitario, apartado de toda distracción, teniendo la fe que el Señornos escucha siempre que le hablamos, apropiándonos de cada frase, incluso en voz alta.

I. Curación Física

Señor Jesús
Creo que estás vivo y resucitado.
Creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar y en cada uno de los que en ti creemos.
Te alabo y te adoro.
Te doy gracias, Señor, por venir hasta mí, como pan vivo bajado del cielo.
Tú eres la plenitud de la vida.
Tú eres la resurrección y la vida.
Tú eres, Señor, la salud de los enfermos.
Hoy quiero presentarte todas mis enfermedades, porque tú eres el mismo ayer, hoy y siempre y tú mismo me alcanzas hasta donde estoy.
Tú eres el eterno presente y tú me conoces...
Ahora, Señor,
te pido que tengas compasión de mí.
Vísítame a través de tu Evangelio para que todos reconozcan que tú estás vivo hoy en tu Iglesia, y que se renueve la fe y mi confianza en ti.
Te lo suplico, Jesús.

Ten compasión de mis sufrimientos físicos, de mis heridas emocionales y de cualquier enfermedad de mi alma.

Ten compasión de mí, Señor, bendíceme y haz que vuelva a encontrar la salud.
Que mi fe crezca y me abra a las maravillas de tu amor,
para que también sea testigo de tu poder y de tu compasión.

Te pido, Jesús, por el poder de tus santas llagas, por tu santa cruz y tu preciosa sangre.

Sáname, Señor.
Sana mi cuerpo,
Sana mi corazón,
Sana mi alma.

Dame vida y vida en abundancia.
Te lo pido por intercesión de María Santísima, tu madre, la Virgen de los Dolores, la que estaba presente, de pie cerca de la cruz.
La que fue la primera en contemplar tus santas llagas y que nos diste por madre.

Tú nos has revelado que ya has tomado sobre ti todas nuestras dolencias y por tus santas llagas hemos sido curados.
Hoy, Señor, te presento en fe todas mis enfermedades y te pido que me sanes completamente.
Te pido por la gloria del Padre del cielo que también sanes a los enfermos de mi familia y amigos.
Haz que crezcan en la fe, en la esperanza y que reciban la salud para gloria de tu Nombre.
Para que tu Reino siga extendiéndose más y más en los corazones a través de los signos y prodigios de tu amor.
Todo esto te lo pido, Jesús, porque tú eres el Señor.
Tú eres el buen Pastor y todos somos ovejas de tu rebaño.
Estoy tan seguro de tu amor que aun antes de conocer el resultado de mi oración, en fe, te digo: Gracias, Jesús, por lo que tú vas a hacer en mí y en cada uno de ellos.
Gracias por las enfermedades que tú estás sanando ahora.
Gracias por los que tú estás visitando ahora con la misericordia.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La mirada de Jesús: él ve la fe de la comunidad

Mc 2,1-12:

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Esta blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?".
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'tus pecados te son perdonados', o 'levántate, toma tu camilla y camina'? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos.
La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual"


Si nos imaginamos la escena, podremos palpar el clima creado cuando, en plena enseñanza de Jesús, anunciando la Palabra, desde el techo es descolgado el paralítico... Y aún más, el pasaje nos dice que Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados".
Jesús ve la fe de esos hombres, y por esa fe perdona los pecados al paralítico. Aún sin que éste se lo pida. Es seguro que Jesús vio también en el corazón del paralítico esa fe en su misericordia, pues de lo contrario no hubiese aceptado ser llevado allí, en medio de la gente, en contra de su voluntad.

El perdón de los pecados es una realidad espiritual que no puede verse a simple vista e inmediatamente. Sin embargo Jesús sí ve esa necesidad y responde prioritariamente a ella. No queda indiferente, "ve", pronuncia su Palabra eficaz, y se realiza el perdón -la salvación- en el corazón del paralítico. Este es salvado, alcanzado por la misericordia.

Los cuatro hombres que descolgaron al paralítico hacen su misión: llenos de fe, ponen a los pies de Jesús a este hombre necesitado de la Gracia. ¡Qué hermosa misión! Jesús colma sus expectativas ¡con creces!

En el marco del anuncio de la Palabra, este hecho lejos de interrumpir o distraer, no hace más que hacer eficaz esa Palabra que Jesús sigue anunciando: Él vino a proclamar la Buena Noticia de que Dios perdona, realiza la misericordia, aquí, ahora.
Lo que Jesús está enseñando, queda patente y condensado, hecho carne en el corazón del paralítico... ¡pero también en los que están presentes!

Lo que Jesús auncia, se realiza eficazmente, se personaliza. Y es que ante tamaña manifestación se origina en el corazón de todos una necesidad de tomar posición en la fe: o se acepta la Palabra anunciada por Jesús -con sus consecuencias-, o se reniega de él -también con sus consecuencias-.
Ésto es lo que piensan los escribas. Ellos conocen perfectamente la Palabra de Dios... pero parece que quieren retenerla encadenada y estéril: no pueden tolerar que "otro", que "vino de afuera", donde "nosotros hace tantos años que estamos", y que "lo sabemos todo", se ponga a hacer cosas raras...
Jesús ve también el corazón de los que no creen en él, y, así como respondió a la fe de los hombres junto con el paralítico, también responde al corazón de estos escribas. La ceguera les impedía reconocer y aceptar que Dios está obrando a través de la Palabra de Jesús. Para que los ciegos puedan ver, Jesús confirma con un signo visible lo que ya ha realizado de manera invisible: sana a quien ha salvado.

Cuando Jesús sana/salva al paralítico, quiere sanar/salvar a todos. La sanación desencadena un proceso lleno de riqueza de significado en el corazón de los testigos: una ruptura existencial integral con todo lo que signifique relación con Dios, los demás y el mundo. Es el proceso de la sanación/salvación/conversión/novedad de vida.
No lo sana para demostrar su poder, ni para demostrar que él es Hijo del hombre. El sana porque es el Hijo del hombre, y es compasivo y misericordioso. No lo sana para demostrar que es el Mesías, sino porque es el Mesías. Ha encontrado en el sufrimiento, en la angustia del paralítico ayudado por la comunidad de fe, el lugar preciso para que se manifieste su misericordia y se encarne su Palabra salvadora.

La respuesta del paralítico, al pie de la letra del mandato que Jesús le acaba de dar -Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa- refleja la obediencia de la fe, ahora del paralítico. Quien había estado postrado, "se levantó enseguida, tomó su camilla y salió 'a la vista de todos'". Tuvo que vencer seguramente muchas resistencias, pero sin duda prevaleció la Palabra del Hijo del hombre.

Ahora, este nuevo hecho también desencadena en los demás una toma de posición. La Palabra se ha anunciado -y realizado- también en la gente: Ésta "quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: 'nunca hemos visto nada igual'". Esta gente queda colmada de gozo y alegría. Reconocen la presencia, la acción de Dios. El Señor está aquí, se ha hecho presente, se ha manifestado.

Son testigos. Podrán decir: "nosotros hemos visto y oído lo que el Señor ha hecho", sanando la ceguera y la sordera. Ahora podrán ver la Voluntad del Señor y escuchar su Palabra.

Aquellos que "ven" la maravillosa eficacia de la Palabra de Dios que sana/salva, son también sanados/salvados. Ya no son "ciegos", sino que comienzan a ver que el Reino de Dios ha llegado, está presente y suscita una nueva realidad: "Nunca hemos visto nada igual". Pueden alabar y glorificar a Dios.

¡Qué distintas respuestas ante un mismo hecho!

Los escribas quedan llenos de odio y resentimiento, se sienten celosos de su lugar, de su seguridad y posición religiosa -la que sienten amenazada-.
Se desencadena en ellos murmuraciones, trampas, planes para quitar de en medio a Jesús, se endurecen más sus corazones... mientras la gente sencilla exulta de gozo y alegría, glorificando a Dios, porque han encontrado lo que tanto buscaron a lo largo de la vida: al verdadero Dios de la Vida, que se ha manifestado en el Corazón de Jesús.

También hoy cuando verdaderamente anunciamos y creemos en la Palabra de Jesús, éste actúa con misericordia y eficacia. Porque es Su Palabra, es Su deseo, es Su misión, es Su Reino, es Su amor el que sana, libera, salva, convierte, suscita alegría y esperanza.

Y también hoy su Palabra encuentra resistencia en los "escribas" actuales, que todo lo saben, todo lo conocen, que hace tantos años se acostumbraron a ocupar un lugar de privilegio pretendiendo exclusiva mediación eclesial o teologal, y que están totalmente ciegos negándose a reconocer que el Hijo del hombre vino verdaderamente a sanar/salvar...
También hoy estos escribas se refugian en proyectos, en estructuras pastorales, planificaciones, guiones -que están tan bien hechos que duran muchos años siempre iguales-, subsidios, costumbres hechas ritos inamovibles...
"Saben" lo que dice la Palabra, pero si fuera por ellos, no sería necesaria su existencia, ya que la han reemplazado por su propia ideología, por más religiosa que sea. Están seguros de sus "decálogos", "proyectos", "idearios", "consejos", etc... porque eso sustenta sus oscuros deseos de poder...
También hoy los carcomen los celos: están convencidos de que Dios no puede actuar fuera del marco impuesto. Dios no puede actuar en otros, que "no están preparados" -como ellos-. Y cuando lo hace, todo lo juzgan de acuerdo a sus propios criterios. Se han erigido en punto de referencia de la verdad hasta el punto de negar lo evidente y llamar mal al bien, error a la verdad, y "celo pastoral" al celo enfermizo enraizado en sus corazones.
También hoy repetirán la historia: murmurarán, perseguirán, denunciarán, condenarán, expulsarán, y si pudieran, eliminarían a quien atente contra la ideología que sustenta sus privilegios y a la que consideran su compromiso religioso...

Jesús sana también hoy el corazón de los testigos.
¡Cuántos se han acercado al Señor e incluso han sido sanados/salvados al ver cómo Jesús con su Palabra sana/salva y libera! ¡Con cuánta alegría, y glorificando a Dios reconocen la presencia del Reino y su vida comienza a cambiar, a partir del testimonio vivo de los hermanos sanados/salvados!
Éste es el sentido de dar testimonio: ser canal de eficacia de la Palabra anunciada, proclamación gozosa del Señor Jesús ¡que vino a salvar y no a condenar!

P. Atilio Luis Bruno scj

martes, 10 de noviembre de 2009

La mirada de Jesús

El Evangelio nos presenta a Jesús llevando a cabo su misión salvadora. Y en cada encuentro personal que encontramos en el Evangelio se abre para todas las personas y comunidades de todos los tiempos el mismo canal de gracia: la Mirada amorosa de Jesús. El Dios que se ha inclinado sobre el corazón herido para sanarlo. Jesús que "mira" y con su mirada ilumina la realidad herida por el pecado o el sufrimiento. Le da un marco de salvación, le da sentido. Abre a la esperanza, suscita en cada persona el deseo de dejarse mirar, dejarse encontrar, dejarse amar. En la mirada de Jesús encontramos su mano extendida, su brazo fuerte, su manifiesto deseo -eficaz deseo- de sanar y salvar.
La mirada de Jesús, interpela, perdona, sana, salva. En él se realiza lo que proclama el salmista:

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura;
él colma tu vida de bienes,
y tu juventud se renueva como el águila.
El Señor hace obras de justicia
y otorga el derecho a los oprimidos...
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
no acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.
Como un padre cariñoso con sus hijos,
así es cariñoso el Señor con sus fieles;
él conoce de qué estamos hechos,
sabe muy bien que no somos más que polvo.
Los días del hombre son como la hierba:
él florece como las flores del campo;
las roza el viento, y ya no existen más,
ni el sitio donde estaban las verá otra vez.
Pero el amor del Señor permanece para siempre,
y su justicia llega hasta los hijos y los nietos
de los que lo temen y observan su alianza,
de los que recuerdan sus preceptos y los cumplen.
(Sal 103)

El sabe de qué barro estamos hechos. La luz de su mirada tiene la misión de dar vida allí donde hay sombras de muerte, esperanza donde hay angustia, miedo, dolor, desesperación. Su mirada nos revela al Corazón de Jesús que no es indiferente, sino que se inclina para sanar, respondiendo así a la necesidad, a la súplica, a la indigencia, a la orfandad, a toda situación donde haya sufrimiento cualquiera sea su causa.

Como dice Philippe Madre:
Jesús "no puede -ni quiere- disociar predicación y curación. Cristo desea inclinarse sobre toda suerte de angustia humana, ya sea esta la de una enfermedad física o psíquica, la de un sufrimiento social o familiar, la de una culpabilidad o una desesperación.
El Evangelio (Mt 9,35-38) nos describe una escena asombrosa, esclarecida aún más por Marcos (6,34) o por Lucas (10,2). Multitudes vienen a Jesús, inclinadas por sus cargas, con sufrimientos de diversa índole. Hay un detalle que debemos retener: Los ve en el camino que los lleva a Él. Fija su mirada sobre ellas; Él les está ya presente, como anticipándose al encuentro. Están acercándose a Él, numerosas, y ya les pone atención con el corazón y con el espíritu."
¿Qué sabiduría se nos enseña aquí?
Jesús está atento con el corazón: su compasión se está ejerciendo. Está trastornado hasta lo más íntimo de su alma por el sufrimiento del hombre, sea el que sea. Busca ya, aun antes de escuchar la queja o la súplica, cómo socorrer, cómo ayudar, cómo encontrar una solución adecuada...
Jesús está atento con el espíritu: su sabiduría está en ejercicio, por lo que el hombre llama (hoy en día) el discernimiento profético. Los diferentes sufrimientos que Él contempla con dolor están ligados con la ignoracia o la ceguera espiritual. Todas estas personas tienen algún mal, ya en su cuerpo, ya en su alma, ya en su misma vida. Están encerradas en su sufrimiento porque ignoran una verdad (una realidad) para su existencia: su Dios es un Dios de amor y de ternura, lento a la cólera y lleno de bondad.
Estas personas, seguramente, como judíos que son, han oído hablar de Dios, pero el yugo que algunos jefes religiosos les hacen llevar, desnaturaliza o falsifica la imagen o representación que tienen de Él. La carga puede ser, quizás, la de la ocupación romana, o, peor aun, la del autoritarismo de ciertos fariseos; sea lo que sea, para la inmensa mayoría de estas multitudes, Dios no es conocido tal como es Él, y las prácticas religiosas a las cuales ellos están obligados no constituyen en manera alguna una vía de felicidad y de curación.
Necesitan una revelación del Dios verdadero, del Dios-Padre. Cristo ha venido para esto." (Ph. Madre, "Curación y exorcismo: ¿cómo discernir?", San Pablo, 2007, Bogotá, pp. 21-22)

Podríamos decir que Jesús consideró esencial sanar el corazón -¡y el cuerpo!- para manifestar de manera evidente su incondicional amor por el hombre, su voluntad de salvarlo, su deseo de restablecerlo en su más honda dignidad: reconciliarlo con el Padre y consigo mismo. Y esa transformación espiritual ofrecida por el Corazón de Jesús, se encarna verdaderamente porque vino a salvar a todo el hombre y a todos los hombres.

Ni la sanación termina en el cuerpo, ni la salvación se refiere únicamente al alma...

Jesús sanó -¡y continúa sanando hoy!- porque es el Salvador, y porque la enfermedad y el sufrimiento se convierten en el lugar privilegiado en el que se manifiesta el poder de su amor y su misericordia. Ésta es la razón por la cual, en el Evangelio como en la Iglesia de hoy, curación y salvación están íntimamente ligadas, aun cuando la ceguera del corazón humano tiene la tendencia a disociar las dos experiencias, exaltando una y relativizando la otra.

P. Atilio Luis Bruno scj