domingo, 21 de febrero de 2010

La Fe como carisma (1 Cor 12,9)

La fe como don del Espíritu Santo es distinta de la virtud teologal, que consiste en la adhesión al Señor y a su mensaje, y que recibimos desde el bautismo como regalo de Dios.
Aquí se trata de un carisma para beneficio común que nos permite confiar ciegamente en el Señor en circunstancias especiales y difíciles y que es el requisito para que el Señor obre entonces maravillas y aun milagros. San Cirilo de Jerusalén en una de sus Catequesis expone la diferencia que existe entre las dos clases de fe: "La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no incurre en condenación; y añade: El que cree en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito. A unos es dado por el Espíritu el don de sabiduría; a otros el don de ciencia en conformidad con el mismo Espíritu; a unos la gracia de la fe en el mismo Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo y único Espíritu.
Esta gracia que te da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe puede decir a un monte: "Vete de aquí a otro sitio", y se irá. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de la que se afirma: Si tuvieseis fe, como un grano de mostaza. Porque así como el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza parecida a la del fuego, y plantado aunque sea en un lugar exiguo, produce grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en él las aves del cielo, así también la fe, cuando arraiga en el alma en pocos momentos realiza grandes maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la medida en que ello es posible; le es dado recorrer los límites del universo y ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes prometidos.
Procura pues llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas humanas".
La fe como Carisma es la que posee María en el momento de la Anunciación y que fue loada por Isabel.
Es la que mantiene firme a la Cananea, a pesar de las aparentes negativas que recibe.
Es la de Pedro cuando camina sobre las Aguas en busca de Jesús. Es la de Marta y María que llaman a Jesús cuando está enfermo su hermano Lázaro.
Es la de Pedro cuando sana al paralítico: "En nombre de Jesús, anda". Aquí Pedro no se limita a creer que Jesús puede curar, sino que lo va a hacer inmediatamente.
Es la fe de Abraham, "nuestro Padre en la fe". Es la de tantos que con una seguridad inexplicable humanamente, se lanzan a realizar obras que parecen locura, pero al convertirse en realidad benefician a muchos. Es la de quienes como Pedro dicen: "en tu nombre echaré las redes", y las sacan llenas de peces. Es la fe expectante y carismática.
Hoy necesitamos la abundancia de este Carisma, porque el progreso científico nos lleva a confiar más en el poder de la técnica que en el Señor, y debido a esto estamos presenciando una crisis religiosa terrible.
El hombre actual no quiere creer sino en sí mismo y en la naturaleza y olvida al Autor de esa naturaleza.
La Renovación Espiritual que está realizando el Espíritu Santo en la Iglesia está reviviendo la fe y su consecuencia inmediata, la acción del Señor que dijo: "que se haga conforme a vuestra fe".
A medida que aumente el Carisma de la fe, se multiplicarán también las manifestaciones del poder y del amor del Señor en beneficio de la Iglesia y del mundo.
Recordemos que Él dijo que los que tengan fe harán las obras que Él hizo y aún mayores. Jn. 14,12).
Si falta poder en nuestras vidas y en nuestro ministerio es porque tenemos una fe muy lánguida, aunque nos parezca muy "sabia", y porque en la práctica estamos convencidos que el Señor es ahora distinto y que ya no quiere realizar en su iglesia y por la Iglesia las obras que hizo y que nos narra el Evangelio.
Por algo tuvo que decir a sus Apóstoles que eran "hombres de poca fe". Pidamos al Señor que aumente en todos nosotros la virtud de la fe que es necesaria para la justificación y para la salvación y también que multiplique el Carisma de fe para que la acción de su Espíritu aparezca con todo su poder y con su infinito amor.

Mons. Alfonso Uribe Jaramillo

viernes, 19 de febrero de 2010

Gastar la vida por los demás

GASTAR LA VIDA

Jesucristo ha dicho:
“Quien quiera economizar su vida, la perderá;
y quien la gaste por Mi, la recobrará en la vida eterna”.
Pero a nosotros nos da miedo gastar la vida,
entregarla sin reservas.
Un terrible instinto de conservación nos lleva hacia el egoísmo,
y nos atenaza cuando queremos jugarnos la vida.
Tenemos seguros por todas partes, para evitar los riesgos.
Y sobre todo está la cobardía...

Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida.
Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla;
no se la puede economizar en estéril egoísmo.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen;
hacer un favor al que no va a devolver;
gastar la vida es lanzarse aún al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias;
es quemar las naves en bien del prójimo.
Somos antorchas que solo tenemos sentido cuando nos quemamos;
solamente entonces seremos luz.
Líbranos de la prudencia cobarde,
la que nos hace evitar el sacrificio, y buscar la seguridad.
Gastar la vida no se hace con gestos ampulosos, y falsa teatralidad.
La vida se da sencillamente, sin publicidad,
como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho al niño,
como el sudor humilde del sembrador.
Entrénanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible,
porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu presencia;
no podemos caer en el vacío.
El futuro es un enigma, nuestro camino se interna en la niebla;
pero queremos seguir dándonos, porque Tú estás esperando en la noche,
con mil ojos llenos de lágrimas.

Luis Espinal

jueves, 11 de febrero de 2010

"Yo soy la Inmaculada Concepción"

Madre Bendita, mira a tus hijos a quienes Jesús te confió desde la cruz. Míranos, sonríenos, que sin ti estamos huérfanos, heridos, solos, tristes. Hoy te acepto y te recibo como mi Madre, porque Jesús te confió también esta misión. Que tu intercesión nos libre del maligno y sus asechanzas, nos conceda la salud integral y la libertad de los hijos de Dios.

Ven en ayuda de nuestra debilidad, Dios de Misericordia, y haz que, al recordar hoy a la Inmaculada Madre de tu Hijo, por su intercesión nos veamos libres de nuestras culpas. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

El desierto espiritual en Cuaresma

1 . En la Cuaresma la Iglesia está llamada a vivir una profunda experiencia del amor salvador de Dios, peregrinando por el desierto. En él, Dios nos llama a renovar nuestra fe y así renovar también nuestra respuesta y compromiso.
2 . El desierto no es un lugar para vivir. Sin embargo, Dios quiso hacer pasar a su Pueblo por esta tierra espantosa: el desierto inmenso y temible: Dt 1,19. Allí, en este lugar de la prueba y la tentación, nació el Pueblo de Dios. Allí se realizó la Alianza. El quiso que atravesara el desierto con el fin de llevar a su pueblo a la tierra donde mana leche y miel, pero como un verdadero Pueblo, su Pueblo. Para que dejara de ser un conjunto errante de individuos y comenzara a ser una verdadera comunidad, con una identidad: la pertenencia al Señor.
3 . En el desierto se revela el corazón del hombre en relación. Allí se pone en juego su capacidad de vivir en comunidad, de vivir en la precariedad sin menoscabar la fraternidad. Y allí también se revela la gran herida: Ante los peligros, la inseguridad, la falta de agua, de alimento, de carne… cae en la rebeldía y la murmuración, en la desconfianza, la división y el deseo de abandonarlo todo (Ex 14,11; 16,2; 17,2; Núm 14,2ss; 16,13…). Pero el Designio de Dios sobre su pueblo se mantiene firme. Dios es fiel, y más que demostrar la incapacidad y el pecado del pueblo se manifiesta en este lugar el triunfo de su Misericordia. Dios saca bien del mal. Suscita medios de salvación: al pueblo que murmura le da un alimento (Ex 16,1-18) y un agua maravillosa (Ex 17,1-7), lo guía, lo libra de las bestias y alimañas, serpientes y escorpiones (Núm 21,9). Manifiesta así su Santidad, su Fidelidad, su Gloria (Núm 20,13)
4 . El desierto es lugar propicio para escuchar a Dios: El profeta Oseas anuncia que Dios no abandona a quien ama. Los castigos no sirven para hacer que vuelva la esposa infiel y por eso Dios la conduce al desierto y le habla al corazón: Os 2,16.
5 . Jesús quiso revivir las diferentes etapas del pueblo de Dios. Así, es llevado por el Espíritu de Dios al desierto para ser allí sometido a la prueba: Lc 4, 1-13. Pero a diferencia de sus padres, permanece fiel al Padre, prefiriendo la Palabra de Dios al pan (“no sólo de pan vive el hombre…”); el servicio de Dios a toda esperanza de dominación (“adorarás al Señor, tu Dios y sólo a él le rendirás culto”); la confianza y el sentido común de la fe al milagro maravilloso (“no tentarás al Señor tu Dios”).
6 . La Iglesia peregrina en medio del desierto. Porque no deja de luchar en medio de tentaciones, debilidades y pecados. Pero cuenta ya con la gracia de Cristo: Él ha multiplicado el pan en el desierto porque Él es el Pan de Vida. Él es el Agua viva que nos quita la sed. Es el Camino, la Verdad, la Vida, es la Luz del mundo para que ya nadie camine en tinieblas. Cristo mismo es nuestro desierto: en él hemos superado la prueba, en él tenemos la comunión con Dios. El desierto como lugar y como tiempo se ha realizado en Jesús. San Agustín iluminó esta realidad con gran sabiduría:
“Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones. Aquel que invoca desde los confines de la tierra está abatido, mas no queda abandonado. Pues quiso prefigurarnos a nosotros, su cuerpo, en su propio cuerpo, en el cual ha muerto ya y resucitado, y ha subido al cielo, para que los miembros confíen llegar también adonde los ha precedido su cabeza. Así, pues, nos transformó en sí mismo, cuando quiso ser tentado por Satanás. El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la victoria para ti. Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de él a vencerla.” (San Agustín, Comentarios sobre los Salmos)
En este espíritu vivamos la Cuaresma para vivir plenamente la Pascua.
P. Luis Bruno