Que la Misericordia entrañable del Señor nos libere de todo condicionamiento para servirlo con alegría.
p. Luis
SANACION
INTERIOR DEL MIEDO
Mons.
Uribe Jaramillo
"Estando
cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos,
se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con
vosotros".
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
alegraron
al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, Yo
también os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid
el
Espíritu
Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a
quienes
se los retengáis les quedan retenidos".
Señor Jesús, quiero
proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres
nuestra paz, quiero
bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz
verdadera. Gracias por la
que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección,
gracias Señor porque en tu
bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos.
"No
temáis, les dijiste, la paz sea con vosotros". Apiádate
Señor de nosotros,
también ahora. Tenemos
miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye
con tu paz, con tu amor,
con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo
que nos tiene enfermos.
Señor, Tú eres nuestro Salvador, Jesús sálvanos del
miedo, inúndanos de paz y
concédenos la plenitud de tu Espíritu, para que
experimentemos el gozo
verdadero. Gracias Señor.
Estamos viviendo la hora
maravillosa de la Renovación Espiritual
Carismática, estamos
frente a la gran novedad para nosotros, como obra del
Espíritu, que es el amor
paternal de Dios, "Padre de misericordia y Dios de todo
consuelo", que nos
llena de alegría en medio de nuestras tribulaciones. Estamos
descubriendo por obra del
Espíritu la gran novedad: "Jesucristo es el mismo, ayer,
hoy y por
los siglos", como nos dice la epístola a los Hebreos, y estamos
descubriendo la gran
novedad que es el Espíritu Santo, cuyo amor y cuya
acción estamos
experimentando en nuestras vidas. Gracias al Señor por este
beneficio. Si algo es
seguro como doctrina, es la referente a la Renovación
Espiritual Carismática. La
Renovación nos permite creer que lo que hizo el
Señor por su Espíritu el
día de Pentecostés lo hace también ahora en la Iglesia.
Ella está viviendo
actualmente su nuevo Pentecostés, lo que necesitamos hacer
ahora es preparar nuestras
vidas para esa invasión del amor y de la bondad
del Espíritu del Señor. No
se trata pues de aprender la doctrina únicamente,
se trata de algo más
importante: experimentar en nosotros la acción amorosa
del Señor, la curación que
Él quiere hacer de nuestros cuerpos y
especialmente de nuestros
corazones, que están enfermos.
Cuando la gente que ha
presenciado el prodigio de Pentecostés, dice con
el corazón compungido, a
Pedro y a los demás apóstoles: "¿Qué hemos de
hacer,
hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros
se haga
bautizar en el Nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados,
y
recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa es para vosotros y para
vuestros
hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios
Nuestro".
El Señor es el Emmanuel,
"Dios con nosotros". Él nos busca siempre, pero
quiero que nosotros
salgamos también a su encuentro. Esto es lo que Él nos
dice por su apóstol: "Convertíos,
volveos hacia Mí, dejad vuestros malos
caminos,
abrazad el bien". La palabra "metanoia" que significa
"conversión"
quiere decir "caminar
hacia adelante, buscar a Jesús", por eso la conversión es
necesaria para nosotros
constantemente. Con frecuencia las criaturas nos alejan
del Señor y necesitamos
volvernos hacia Él, convertirnos, es decir, necesitamos
conocer con la luz del
Espíritu nuestra realidad de pecadores, sentirnos
manchados como en verdad
lo estamos, para acercarnos con fe a Cristo, el
Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo y decirle: "Lávame más, Señor,
límpiame de todo pecado,
lávame con tu Sangre sacerdotal. Borra, destruye
todas mis culpas".
Una de las gracias que
debemos pedir con frecuencia es la de sentir
nuestra realidad de
pecadores, la de sentirnos manchados para acercarnos con
confianza a nuestro Padre
y decirle: "He pecado contra el cielo y contra Tí", para
acercarnos con confianza a
Jesús nuestro Salvador, para pedir que su Sangre
limpie todas nuestras
miserias.
Pero la Renovación nos
está mostrando una cosa muy importante; no
basta recibir el perdón de
los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa
de Dios, necesitamos algo
más: la curación interior, la sanación del corazón
enfermo, para que éste
pueda experimentar la efusión del amor del Señor.
Además del perdón de los
pecados, necesitamos la sanación interior, una
curación interior que
solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que
sólo puede efectuar en
nosotros la paz de Cristo.
Encontramos a personas que
después de grandes esfuerzos por disfrutar
del amor del Señor,
continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se
preocupan y piensan: Todo
esto se debe a falta de generosidad, a falta de
arrepentimiento del
pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide, pero
muchas veces la causa es
muy distinta. Se trata de personas que están
bloqueadas por el miedo y
por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan
el amor del Señor están
bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos,
por la falta de perdón
interior.
Este miedo y este odio
impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que
llegue a ellos el raudal
de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud:
"Haré descender sobre
ella, como un río, la paz", son sus palabras a través de
Isaías. Él nos habla
también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que
deben inundarnos, que
deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de
pureza y de fecundidad. Él
quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su
Espíritu ha dicho: "Lo
derramaré sobre toda carne", pero Él también añade:
"Abre
tu boca y Yo la llenaré".
Depende mucho también de
nuestra capacidad de recibir, depende
también mucho de nuestra
situación personal. El Señor quiere darnos en
plenitud, pero también
tiene en cuenta nuestras limitaciones; y son el odio y el
miedo los que limitan en
gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la
suavidad del Señor. Por
eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces,
muy tenue; podríamos decir
"imperceptible".
El relato del Evangelio de
San Juan que oímos hace poco, nos demuestra
cómo el Señor, antes de
dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado
de los apóstoles. "No
temáis, les dice, no temáis", se lo dice dos veces; y
solamente cuando ha
efectuado esta curación interior del miedo, les dice:
"Recibid el Espíritu
Santo". Únicamente en ese instante, están preparados,
después de recibir la
curación interior, para recibir el don del Espíritu.
Es preciso antes, que nos
convenzamos de la necesidad que tenemos de
curación interior, este es
el primer paso. Para esto, se requiere conocer un poco
la realidad de nuestro
mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos
con el rico aporte de la
psicología. Los psicólogos nos hablan ahora de lo que
ellos llaman "los
cuatro principales demonios que nos atormentan". Ellos son: el
miedo, el odio, el
complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que
nuestros problemas no se
limitan a estos cuatro, pero estos son los
principales.
La experiencia me
demuestra que tal vez el peor de todos esos
"demonios",
empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando
el niño nace, teme
solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes.
En ese momento no conoce
todavía los peligros y por eso sus temores
son muy limitados, pero
pronto empiezan a acumularse en él los miedos
por todo lo que va
sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si
efectuásemos una prueba
entre las distintas personas que nos acompañan,
encontraríamos cómo en
cada una de ellas se ha acumulado una serie de
miedos, verdaderamente
grande. Hallaríamos miedos tan infantiles,
llamémoslos así, como el
que tienen por ejemplo muchas mujeres a los
ratones, y en los hombres
encontraríamos otros por el estilo. Lo que
sucede es que, al tratarse
precisamente de miedos que delatan nuestro
infantilismo, generalmente
los ocultamos o, por lo menos, procuramos
ocultarlos. El hecho
indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y
que todos estamos enfermos
de miedo.
Tal vez, no hemos caído en
la cuenta de que quizá muchos de
nosotros hemos acumulado
miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para
entregarnos totalmente a
Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar
"pavor", para
hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el
fondo, tememos que Él nos
va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o
aquello, que nos va a
pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente
apegados, porque en
realidad nos va a exigir la inmolación de los que, en
realidad, son nuestros
ídolos, y esto es demasiado costoso. Toda entrega
amorosa es exigente, toda
entrega amorosa entraña un riesgo. En lo
humano, hay que inmolar
muchas cosas cuando se realiza la unión
matrimonial, hay que
renunciar a muchos gustos personales para disfrutar
del beneficio de esta
unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede
lo mismo, la entrega
amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos,
pero debemos tener
seguridad de que Aquel, a quien nos entregamos, es el
Señor, es el fiel, es el
infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se
cansa, el que no va a
traicionarnos. Solamente cuando hablamos de
Cristo podemos exclamar:
¡Sé a quien he creído, sé en quien he confiado!,
esto no podemos decirlo de
ninguna de las criaturas, solamente podemos
afirmarlo del Señor, de
Jesús. Pero Cristo es el Señor y puede disponer de
nosotros y de nuestro yo
como lo desee, como quiera.
Esto es lo que nos causa
pavor, lo que nos produce miedo, el
reconocimiento del Señorío
del Señor, nos pone frente a nuestra realidad,
a nuestra realidad de
siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que
tenemos de "amar al
Señor con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas",
al deber que tenemos de demostrar prácticamente el
Señorío del Señor con la
destrucción de los ídolos que se oponen a su
gloria. La entrega amorosa
que hacemos al Señor nos pone en posesión
de Cristo, en posesión de
su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por
eso merece bien la pena
sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta
bendición.
Tengamos muy presente que
entrar en la Renovación Carismática no es
entrar en un camino fácil,
como tal vez algunos lo imaginan. Entrar en la
Renovación Carismática es
entrar en el camino de la renuncia, en el camino
del don total, de la
generosidad constante para, a su vez, disfrutar de la
manifestación también
continua del amor del Señor.
Recordemos que, como nos
dice el evangelista S. Lucas, después de que
Cristo recibe en el Jordán
la Unción del Espíritu, su poder, es conducido por
este mismo Espíritu hacia
el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al
Jordán, le sigue el
desierto con sus privaciones y sus tentaciones pero, Cristo
triunfa allí porque tiene
el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja
de Él y los ángeles se
acercan para servirle. Entregarse a Cristo es,
entregarse a un futuro
desconocido pero, a un futuro que está en sus manos,
en sus manos amorosísimas.
No sabemos lo que Él va a disponer para
nosotros y en nosotros
pero, tenemos la seguridad de que es el Señor, es
el Amor y es la Fidelidad.
Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del
Señor, como no sabemos qué
nos va a quitar, donde nos va a conducir,
qué va a ser de nosotros,
de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el
primero en experimentar
este miedo, es muy difícil superarlo, solamente
cuando poseamos la
plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza de Él,
entonces desecharemos este
miedo que tanto nos perjudica y que
desafortunadamente impide
muchas veces la entrega, generosa, alegre y
sobre todo, total al
Señor.
Solamente cuando logremos,
con la gracia del Espíritu, dominar este
miedo a Jesús nos
entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a
nosotros. Solamente
entonces, le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él
entrará. En el Apocalipsis
nos ha dicho: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno
oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo", pero
solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el
miedo al Señor.
Por eso, lo primero que
tenemos que hacer es ORAR, para que
desaparezca de nosotros
ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar
mucho por esta intención.
Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos
pueden afirmar que no
temen al Señor, están en una situación sumamente
positiva y ventajosa, pero
seguramente muchos necesitamos orar por esta
necesidad, la liberación
del miedo, que en una u otra forma, nos impide
entregarnos al Señor.
Para esto necesitamos
recordar las palabras de Cristo: "Yo soy, no
temáis". En la
medida en que adquiramos seguridad en la presencia de
Cristo en nuestras vidas y
fe en su amor, desaparecerá de nosotros el
miedo a todo, pero primero
el miedo a Él.
Recordemos cómo Jesús sanó
ante todo el miedo de sus apóstoles. A
pocas personas encontramos
dominadas por el miedo, como estos apóstoles que
habían vivido muy cerca de
Jesús. Por ello, en el momento de la Pasión, por
ejemplo, huyen cuando
Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya
profetizado: "Heriré
al pastor y se dispersarán las ovejas".
Pero como solamente es Él
el que sana del miedo, solamente Cristo sana
del miedo al comunicarnos
su Espíritu, por eso Él el día mismo de su
Resurrección adelanta esta
curación interior de los apóstoles: "Yo soy, no
temáis". Es Él
también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que
hemos acumulado en este
terreno. Por eso, los apóstoles quedaron curados
plenamente del miedo
únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento,
habían estado con las
puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para
predicar a Cristo, para
ser testigos de Cristo. ¿Por qué?. Porque como nos dicen
los Hechos de los
Apóstoles, "Se llenaron todos de Espíritu Santo". Esta
plenitud
del Espíritu es distinta
de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día
de la Resurrección, pero
la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente
la adquieren el día de
Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo,
y del miedo a Cristo, será
una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu,
cuando quedemos llenos
también del Espíritu del Señor, cuando seamos
bautizados en Él. Esta es
la verdad que estamos descubriendo actualmente por
medio de la Renovación
Carismática.
Uno de los primeros
efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior.
La fuerza del Espíritu
destruye en nosotros el miedo, que es debilidad, en cambio
adquirimos entusiasmo por
Cristo. El Señor, antes dé la Ascensión, les dice a los
apóstoles: "Recibiréis
el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los
confines
de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar
testimonio de Cristo
porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro; a
pesar de sus promesas de
fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las
hizo, durante la Pasión
niega a Cristo y aún con juramento y delante de una
esclava: "No
conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio?. Porque en
ese momento Pedro está
dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús;
conoce a Jesús y ama a
Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar
testimonio del Señor ni
puede confesar al Señor. Pero este Pedro, que niega al
Señor delante de una
esclava, el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y
con valor, lo hará sin
miedo y esto sucederá en los meses y en los años
siguientes, nada lo
detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este
cambio?.Porque el Espíritu
del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó
del miedo, le dio
seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo
del Señor Jesús.
La gran necesidad que
tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo
en este momento es la de
testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del
Señor, hay muchas personas
que pueden hablar de Él, pero son pocas las
que se atreven a dar
testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes
difíciles. En un medio
universitario, por ejemplo, las personas en la conversación
exponen criterios
anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la
existencia de testigos de
Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el
Espíritu del Señor, al
derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del
temor, nos de seguridad,
nos llene de fortaleza. Cuando Cristo nos da seguridad
en Él, empieza también a
darnos seguridad en nosotros y a confiar en los
demás.
Él nos sana primero del
miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos
después del miedo que nos
tenemos y del miedo que tenemos a los demás.
Es mucho el miedo que
hemos acumulado respecto a nosotros mismos y
mucho también, el que
tenemos a otras personas. La serie de fracasos que
hemos experimentado a lo
largo de nuestras vidas nos ha llenado de
inseguridad, nos ha hecho
cada vez menos firmes, menos seguros. La
inseguridad es uno de los
distintivos de nuestra época.
No tenemos seguridad
frente al futuro, porque el pasado está lleno de
fracasos y solamente
cuando tengamos seguridad frente al futuro lo
conquistaremos,
progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos
a feliz puerto. "El
que no espera vencer, ya está vencido", dice el dicho, allí está
encerrada una gran verdad.
Los fracasos que nos han proporcionado personas
desde los primeros años de
nuestra existencia, los que hemos tenido por
imprudencia, por falta de
previsión, por distintos fallos, nos han llenado de
miedo. Esta es la
realidad, pero también existe la verdad de la sanación de
Cristo, Él puede sanar
este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a
nosotros, Él puede
curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu,
puede llenarnos de
fortaleza.
Y es mucho el miedo que
hemos acumulado respecto a distintas personas,
que por una u otra causa,
por una u otra actuación, nos han impresionado
desfavorablemente, han
creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan
miedo con sus amenazas,
con su misma presencia muchas veces. De este miedo
también puede y quiere
sanarnos el Señor.
JESÚS, que es nuestra paz,
empieza a sanar del miedo desde antes de su
nacimiento. Por medio del
ángel, tranquiliza a José: “José, hijo de David, no
temas
tomar contigo a María tu mujer porque lo concebido en ella es del Espíritu
Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a
su pueblo
de sus pecados”. Despertó José del sueño e hizo como el ángel del
Señor le había mandado y
tomó consigo a su esposa.
El día de su nacimiento en
Belén, por medio del ángel sana también el
miedo de los pastores. El
ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran
alegría
que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David
un
Salvador que es el Cristo Señor". Cuando los ángeles dejándoles
se fueron
al cielo, los pastores se
dijeron unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y
veamos lo
que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado". Ya sin
miedo y
llenos de alegría,
pudieron acercarse al portal y realizar allí el encuentro
maravilloso con el Señor.
Pero hay un hecho
sumamente elocuente para manifestar el poder de
sanación interior, de sanación
del miedo, que tiene el Señor Jesús. Nicodemo
es un fariseo, magistrado
judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a
hablar con el Señor, pero
no lo hace de día, teme las burlas de sus
compañeros, por eso busca
la oscuridad. Es de noche, cuando se dirige a la
casa de Jesús y cuando
tiene el diálogo con Él.
Nicodemo es un hombre
dominado por el miedo pero, el Señor que es la
paz, es la seguridad, es
la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el
miedo, le habla de su Espíritu,
del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y
del
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es
carne, lo
nacido del espíritu es espíritu". A través de aquel diálogo, el
Señor
penetra en el corazón
medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación
interior de Nicodemo es
tan completa que, poco después, cuando los fariseos
quieren condenar a muerte
a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por
qué no han traído
prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: "¿Acaso nuestra ley
condena a
un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos
le
respondieron: "¿También
tú eres de Galilea?, indaga y verás que de Galilea no
sale
ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa.
Aquel hombre con su valor
confunde a quienes quieren perder a Cristo,
los obliga a volver a su
casa y algo más admirable todavía; el Viernes Santo,
cuando Cristo ha sido
crucificado, cuando todos, incluso sus discípulos, lo han
abandonado, Nicodemo, en
compañía de José de Arimatea, se presenta ante
Pilatos para pedirle el
cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo,
porque Jesús lo había
sanado. Como señal de gratitud y como demostración
de aprecio, él ahora
quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.
Pero lo que debe llenarnos
de alegría y de esperanza es saber que Jesús
es el mismo ayer, hoy y
por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que
había en José, que había
en los pastores, que destruyó el que oprimía a
Nicodemo y que muchas
veces adelantó un proceso de curación del miedo en
sus apóstoles, puede y
quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros.
Él también quiere destruir
el miedo que nos domina y nos enferma, Él también
puede hacerlo ahora y lo
hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con
humildad. Sería un mal
para nosotros descubrir la serie de temores que nos
oprimen y aún las
consecuencias terribles que tienen sobre nuestro ser, si no
estuviésemos convencidos
de que tenemos una solución en Cristo, que es la
solución de todos los
problemas: el temor a fracasar, a la sexualidad, a
defendernos, a confiar en
los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas
otras cosas….todo ello,
tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la
pronta solución.
El apóstol S. Juan
escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y
con un profundo
significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor,
porque el
temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí
encontramos la gran
solución para la enfermedad interior del miedo: el amor
paternal de Dios, el amor
fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que
mora en nosotros. En la
medida en que nos dejemos abrazar por el amor de
Dios, en esa misma medida
irá desapareciendo el temor que hay en nosotros.
Y cuando el amor de Dios
llegue a ser perfecto en nosotros el temor será
arrojado fuera.
La Renovación Carismática
nos coloca de una manera muy clara frente al
amor del Señor, frente al
amor del Espíritu y estamos experimentando la
verdad de aquellas
palabras de S. Pablo a los Romanos: "El amor de Dios ha sido
derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado".
Por eso, muchas personas
cuando tienen la experiencia del Espíritu, cuando se
dejan invadir por este Río
de Agua Viva, cuando se dejan de veras abrazar por su
amor, se van viendo
liberadas de los recuerdos dolorosos en todos los campos,
pero concretamente en el
del miedo. Este es uno de sus grandes beneficios, no
lo sabremos apreciar nunca
debidamente.
Un psicólogo americano ha
escrito: "A menos que podamos aceptar que el
amor de Dios nos envuelve
ahora con todas nuestras faltas, debilidades y
limitaciones, no seremos
mejores mañana, ni siquiera un ápice de lo que somos
hoy; a menos que podamos
creer en un Dios que es Amor no podremos llegar
a ser honestos. El temor
siempre nos separará del poder curativo". Pero el
método concreto y fácil
para recibir de una manera progresiva, a través de un
proceso, la curación
interior del miedo como don de Cristo, es acercarnos a Él
con fe, creer
verdaderamente que Él está resucitado en nosotros y con
nosotros, que Él es el
Salvador, el Salvador del hombre, de todo el hombre y
de todos los hombres. Que
Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Después de este acto de
fe, nosotros en horas especiales nos dedicamos
a recorrer toda nuestra
vida con Cristo, a recorrer todos los momentos dolorosos,
penosos, en el campo del
miedo; a repasar todos aquellos recuerdos medrosos
que nos han ido enfermando
paulatinamente. Pero, ¿para qué? No para
amargarnos nuevamente con
ellos, no para acumular temor, sino para
detenernos con Cristo
delante de cada una de estas escenas, de cada uno de
esos acontecimientos que
nos causaron pavor o miedo, para pedirle que derrame
su paz, que comunique
seguridad, que borre con su presencia amorosísima el
trauma que dejó en
nosotros ese acontecimiento doloroso. No se trata de no
recordar ya aquella
escena, sino de recordarla con tranquilidad, de recordarla con
paz, seguros como estamos
de que el Señor, el Salvador, la ha curado, la ha
sanado perfectamente.
En este proceso de
sanación del miedo, como manifestación del amor de
Cristo y de su Espíritu,
es muy conveniente hacer un inventario de las personas
a quienes, por una u otra
causa, tememos más. De las cosas que nos causan más
miedo, de lo que
interiormente nos hace sentir más inseguridad. Todo esto ¿para
qué?. Para también, de una
manera concreta, pedirle al Señor en la oración que
sane el miedo que tenemos
a "Fulano de tal", a "Zutano", a tal o cual superior, a
tal o cual compañero, a
tal o cual enemigo, para pedirle que destruya el miedo
que tenemos, por ejemplo,
a determinada enfermedad, a montar en avión, a ir
a tal o cual lugar, a
enfrentarnos con tal o cual circunstancia... El Señor que se
interesa concretamente por
todo lo nuestro irá destruyendo esos distintos
miedos, irá aumentando a
través de un proceso maravilloso nuestra curación
interior y cada día
recobraremos más seguridad en nosotros, tendremos más
seguridad en los demás,
pero todo como fruto de la seguridad en Cristo, de la
seguridad en su amor, en
su poder y en su fidelidad.
A lo largo de este proceso
irá creciendo en nosotros el amor al Señor y ese
amor, recordémoslo, irá
echando fuera el temor. Para que este proceso de
curación del miedo tenga
más eficacia en nosotros es muy importante emplear
la visualización.
Visualizar por el recuerdo las escenas, las personas, los
acontecimientos que nos
causaron miedo y visualizar la presencia de Jesús en
ese momento y su acción
tranquilizadora en cada uno de nosotros. Bill dice
que "es difícil, por
no decir imposible, que una curación o cambio se realice sin
una imagen mental".
Con los ojos de la mente nosotros deberíamos mirarnos e
imaginarnos tal como
quisiéramos ser. Si constantemente tenemos presente esta
imagen y la reiteramos,
tenderemos a ser semejantes a esta imagen. Mediante
una imaginación positiva
nuestra vida puede convertirse en una revelación y
desarrollo continuos, ello
dependerá en definitiva de la integridad de nuestra
personalidad y no de palabras
ni de frases hechas.
Encontramos que la oración
afirmativa es más poderosa que la oración de
petición, y esto por
razones obvias. La oración positiva nos sitúa del lado de la
voluntad de Dios, trae y
traduce de lo invisible a lo visible de nuestras vidas
aquello que implica
santidad, perfección e integridad. Por eso, visualizar la acción
de Cristo que está con
nosotros, que al presentarse nos dice: "Yo soy, no temáis",
que nos ofrece su brazo
protector, que nos invita a descansar en su regazo, es
un elemento y un método de
sanación maravilloso.
Tenemos que pedir la
gracia de que nuestra fe en Cristo sea una fe
verdaderamente viva, una
fe actuante, una fe que abarque toda nuestra persona,
una fe que nos lleve a
experimentar realmente la presencia y la acción amorosa
del Señor en nuestras
personas y a lo largo de todas nuestras vidas.
Puede servirnos mucho
seguir la terapia que los Dres. Parker y Johns,
aconsejan en su obra
"La oración en la psicoterapia".
Primero, reconocemos al
Dios de amor dentro de nosotros mismos como
el poder curativo del
miedo y director de nuestras vidas.
Segundo, conscientemente
nos despojamos de cualquier cualidad
negativa, motivo, impulso,
sentimiento, pensamiento, que no queremos.
Tercero, invitamos a este
poder divino, a este amor del Señor, para que
llene el vacío que nuestro
despojo ha creado.
Cuarto, en los tiempos
específicos de oración y durante el día tendremos
delante de nosotros los
mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas,
plenas, estando seguros
que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la
voluntad de Dios acerca de
sus criaturas.
Quinto, cuando oramos
creemos que hemos recibido aquella ayuda
especial que hemos pedido
y actuamos como si la hubiéramos recibido.
Sexto, meditamos en Dios
como Amor, en el mandamiento de Jesús de
amar y buscamos la entrada
a este círculo de perfección. El amor de Dios, el
amor a nosotros como hijos
de Dios y el amor del prójimo como a nosotros
mismos.
Séptimo, escuchamos y
esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta
sensación de presencia que
nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".
Octavo, ya se ha cumplido.
¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos
gracias, Señor, porque
eres la paz, porque eres nuestro Salvador.
Si seguimos esta técnica,
realmente no podemos fallar al fin de cuentas,
¿por qué?; porque Dios no
puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo
negativo, de lo
destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo
positivo, el amor de Dios,
la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no
puede ser de otra manera.
Dios no puede retener el bien, Él lo comunica
constantemente, entonces
lo que se requiere es que nosotros quitemos el
impedimento y recibamos el
río del amor, el torrente de la paz del Señor, el
perdón, el amor, la
confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una
fuente inextinguible y
siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un
lado y damos cabida al
Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere
cambiarnos y que quiere
dirigirnos.
También podemos pedir al
ministerio, la sanación del miedo, que tanto
daño nos hace. Muchas
veces el Señor quiere comunicar su salvación por
medio de otras personas a
quienes escoge como ministros suyos. En este
campo de la sanación del
miedo, el Señor usa con frecuencia ese medio.
Nosotros con humildad nos
acercamos a personas que han recibido este
carisma, nos ponemos a
orar con ellas, pedimos la gracia de discernir, de
descubrir las causas y
fuentes principales de nuestro miedo interior y luego
pedimos la oración para
esta liberación. Estas personas guiadas por el Espíritu
del Señor orarán como Él
les sugiera, irán descubriendo quizá causas que están
ocultas, irán viendo con
claridad dónde está el principal problema en el campo
del miedo. Su súplica,
unida a la nuestra, alcanzará aquello que nosotros
necesitamos, anhelamos y
ahora pedimos con humildad.
Los efectos del ministerio
de sanación interior, aparecen en esta
Renovación Carismática
cada día con mayores posibilidades, es algo
verdaderamente asombroso
lo que se está consiguiendo. Causa verdadera
alegría ver cómo van
cambiando muchas vidas, cómo se van curando
interiormente a través de
este ministerio de sanación interior. ¡Ojalá que esta luz
llegue a muchas personas y
que crezca el número de equipos de personas
consagradas a este
ministerio que tanto glorifica al Señor y que tantos
beneficios reportan para
las personas!.
Sí, reconozcamos que
estamos enfermos, quizá muy enfermos
interiormente de miedo,
reconozcamos que el miedo se ha ido acumulando en
nosotros y nos impide
muchas veces entregarnos al Señor, servir
generosamente a los
hermanos, llevar una vida tranquila. Pero reconozcamos
también, con la gracia del
Señor, que Él puede sanar este mal y puede calmar
todas las tempestades que
el miedo levante en nosotros. Recordemos lo que
nos dice el evangelista S.
Mateo: "Subió después Jesús a la barca y sus
discípulos
le siguieron. De pronto, se levantó en el mar una tempestad tan
grande
que las olas llegaban a cubrir la barca, pero Él estaba dormido.
Acercándose,
pues, se acercaron diciendo: Señor, sálvanos que perecemos.
Díceles:
¿Por qué estáis con miedo, hombres de poca fe?. Entonces, se levantó
e increpó
a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza, y aquellos
hombres
maravillados decían: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le
obedecen?".
Señor Jesús, que yo nunca
recorra el mar de la existencia solo, que yo te
lleve siempre en mi vida y
en mi barca, que yo disfrute siempre, Señor, de tu
compañía amorosísima, que
cuando arrecie la tempestad, cuando el miedo
levante olas que amenacen
sumergirme, yo te mire, Señor, yo te invoque con fe
y con confianza. Que Tú,
Señor, ordenes a esos vientos y a ese mar que se
calmen, que no me
destruyan, que no me atormenten. Señor, tú eres la paz, Tú
dijiste: "Mi paz os
dejo, mi paz os doy", dime estas palabras, Señor: "Te doy mi
paz, te dejo mi paz".
Destruye, Señor, el miedo y el odio que se han acumulado
en mí, disipa tantos
temores infundados que me atormentan, calma Señor la
tempestad que con
frecuencia se levanta en mi interior, que se manifieste tu
paz, Señor, en mi vida,
que aparezca tu Señorío, que Tú domines mis
emociones, que Tú me
tranquilices interiormente. Tú eres mi paz, Tú eres la
paz, Tú eres el Amor.
Gracias, Señor, porque me amas, gracias Señor porque
me curas, gracias Señor
porque me salvas. ¡Bendito seas, Señor, gloria a Tí
Señor!.