martes, 30 de octubre de 2012

Sanar desde la raíz

Recomiendo con mucha alegría, el nuevo libro de Elena: Sanar desde la Raíz. 
Consultar a: 
elenapremier@hotmail.com  o bien a este sitio:
Sanar desde la raíz. El proceso de sanación a la luz del Corazón de Cristo
Es de gran ayuda para pedirle luz al Señor acerca de las raíces de nuestras heridas y hacer el proceso de oración y sanación interior. Pedimos al Señor su bendición para todos quienes se animen a iniciarlo. Y gracias a Elena por transmitirnos tanto amor de Dios!

La vida eterna

Ya estamos próximos a la celebración de la Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, día en que celebramos al Jornada nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus siervos de Dios.  Y al otro día, el 2 de noviembre, la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos da una gran oportunidad de orar por nuestros seres queridos que han partido a la casa del Padre.
Hemos comenzado el Año de la Fe, en el que se extiende el don de las Indulgencias.
Muchas veces nos preguntamos qué son las Indulgencias o quizá aún permanece una idea errónea acerca de que es un negocio o un invento de la Iglesia. Sin embargo, hasta que no experimentamos la pérdida de un ser querido, quizá el tema de la muerte nos resulte algo lejano, distante, que nada tiene que ver con uno. Y las indulgencias están íntimamente relacionadas con nuestros seres queridos fallecidos.


La Purificación final y las indulgencias

El Catecismo de la Iglesia Católica, en sus números 1471 al 1479 nos habla de las Indulgencias. Del Purgatorio nos enseña en los números 1030 al 1032. De manera que podemos acudir a la lectura de estos textos para comprender de qué se trata.


III LA PURIFICACIÓN FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (Cf. DS 1304) y de Trento (Cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (Cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (Cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).


Jesús es nuestra esperanza. Él es nuestra indulgencia

De acuerdo con esta enseñanza de la fe de la Iglesia plasmada en el CATIC, levantemos ahora nuestra mirada hacia Jesús, el Señor, cuya Palabra y Acción se nos hace presente de manera especial en la Liturgia, pero también en toda nuestra vida.
Miremos al Señor y contemplemos su enseñanza en los Evangelios: Toda la enseñanza de Jesús está dirigida a hablarnos de su Padre, y de su Misericodia.  Y todos los gestos y acciones de Jesús, confirman esa Palabra haciéndola eficaz.  Así como Jesús fue indulgente perdonando y recibiendo a cuantos buscaron paz y misericordia en su Corazón, así lo es ahora.
Detengámonos en las enseñanzas de Jesús acerca de la muerte, recordemos algunas de ellas: "Yo soy la Resurrección y la Vida", nos dice luego de devolverle la vida a Lázaro (Jn 11). Y la compasión infinita de su Corazón, cuando también levanta a la niña con su Palabra llena de autoridad frente a la cual la muerte se somete: "Tálita kum!" (Lc 8,40-56) y más aún, ya por el camino sana a la hemorroísa, cuya vida se perdía día a día al ir desangrándose. Tengamos presente también al hijo de la viuda y cómo, al verla sufriendo por su hijo, tuvo compasión hasta el extremo: Lc 7,11-17.
En todos estos casos, Jesús escucha la oración de sus seres queridos: Marta, la hermana de Lázaro, Jairo, el papá de la niña, o simplemente la compasión de su Corazón que no puede quedar indiferente ante el sufrimiento lo mueve a actuar: ora al Padre para que éste le devuelva la vida a sus hijos.  Muchas veces en el Evangelio Jesús concede gracias a distintas personas, a partir de la súplica de sus parientes o amigos: recordemos al sirviente del Centurión, quien le dice "no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme", o también el gesto de los amigos de aquel paralítico al que presentan al Señor abriendo un agujero y descolgándolo del techo. "Jesús, al ver la fe de esos hombres, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te son perdonados..." y sabemos cómo sigue: Lc 5,17-26.
Pero hay un pasaje que particularmente me conmueve, que es como un icono en donde podemos contemplar y sumergirnos en la Misericordia del Corazón de Jesús, que es compasivo y actúa inmediatamente ante la súplica confiada.  Es el pasaje conocido como del "buen ladrón":
"Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: '¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros'.  Pero el otro lo increpaba, diciéndole: '¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?.  Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo'. Y decía: 'Jesús, acuérdate de mi cuando vengas a establecer tu Reino'.  El le respondió: 'Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso'."  Lc 23,39-43
¿Qué otra cosa es la indulgencia, sino la respuesta misericordiosa del Amor del Corazón de Jesús que se entregó por nosotros? En Él encontramos la Paz. Si Jesús, en sus últimos minutos de vida le ha concedido esta gracia al ladrón, -quien reconociendo su pecado sólo depositó su confianza en el Señor- concediéndole estar junto a Él "hoy mismo", es más, seguramente pocos minutos después...
¿Acaso no va a escucharnos también a nosotros el Señor?
¿En qué se fijó Jesús cuando le contestó al Buen ladrón? ¿Y cuando devolvió la vida a Lázaro, a la niña o al joven? ¿Acaso se puso a medir cuántos pecados había cometido cada uno y a establecer una pena o castigo proporcionada (si podemos usar este término, del todo inadecuado también, porque ¿qué proporción hay entre un pecado y el castigo, y quién lo determina, además, qué se obtiene con él? Jamás encontramos esto en Jesús, y quienes aplican esta idea, no representan al Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, sino todo lo contrario, anuncian una "mala noticia": el castigo). Pues no. Jesús es Dios Vivo haciendo Misericordia. Y jamás desoye una súplica confiada, que brota desde el desgarro del alma  y del corazón de sus hijos.

Muchos místicos que han tenido experiencias con "almas del purgatorio" que le pedían oración, como Sor Faustina o María Simma, y tantos otros, han relatado que muchas de ellas le decían que fue gracias a la oración de otra persona, un amigo, familiar, o simplemente un desconocido que suplicó al Señor por ella, han podido salvarse, pero que aún necesitan la oración solidaria para sanar las heridas que llevan consigo.

Es que el Padre Bueno no abandona jamás su designio misterioso de Amor para con todos nosotros.  Por eso la carta a los Efesios 1,3-14 nos hace presente cuál es el deseo de Dios, que llevó a plenitud la entrega de Jesús, el Señor:
3 "Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
4 y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
5 Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad,
6 para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
7 En él hemos sido redimidos por su sangre
y hemos recibido el perdón de los pecados,
según la riqueza de su gracia,
8 que Dios derramó sobre nosotros,
dándonos toda sabiduría y entendimiento.
9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad,
conforme al designio misericordioso
que estableció de antemano en Cristo,
10 para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos:
reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo.
11 En él hemos sido constituidos herederos,
y destinados de antemano –según el previo designio
del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad–
12 a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo,
para alabanza de su gloria.
13 En él, ustedes,
los que escucharon la Palabra de la verdad,
la Buena Noticia de la salvación,
y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello
por el Espíritu Santo prometido.
14 Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia
y prepara la redención del pueblo
que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria."

Mis hermanos, yo espero en Jesús, yo espero en su Misericordia. Yo me uno a Jairo, a la Hemorroísa, a la Viuda, a la mujer encorvada, al paralítico... al Buen Ladrón... no porque hayan sido perfectos, sino porque nos enseñan a buscar el mayor tesoro del Corazón de Jesús, ¡porque lo obtuvieron! ¿Acaso Jesús actuará de distinta manera ahora? No, Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es nuestra indulgencia. Por eso acudimos a Él, pidiéndole por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, como así también por nuestros seres queridos difuntos.  Que nos conceda la conversión y la paz.  Los pecadores perdonados, que son los santos, y testigos de la Misericordia, nos enseñan plenos de felicidad a recorrer este camino. ¡Alabemos al Señor y adentrémonos en el Corazón de Jesús!

 “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, 35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. 37 Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos habriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. 40 Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.  Mt 25,34-40

Unidos en la oración y la Eucaristía. P. Luis