jueves, 21 de febrero de 2013

Psicopatía y liberación



Como se han dado muchas situaciones frustrantes, en las que, con muchísimo sufrimiento, y tras largo tiempo -a veces muchos años- esperando un cambio en la persona, éste no ha llegado.  Ignorando por completo que en dichas situaciones, además de la opresión del maligno hay un trastorno psicológico, hay una historia detrás, un "clima" de ataduras familiares, y, sobre todo, una voluntad que no está dispuesta a la conversión, es que quiero compartir con ustedes este escrito. El mismo, va a formar parte próximamente de un CD de charlas dedicada al tema.  Es sólo un esbozo, pero que ciertamente a muchos va a abrir los ojos y será necesario que, al descubrir semejanzas con lo que aquí se dice, se acuda a un profesional para confirmar o desestimar el trastorno psicopático.
Esta realidad, en la práctica pastoral, se ha dado en muchas personas, y, sobre todo, la han padecido -y la padecen- muchas mujeres que, sufriendo todo tipo de violencia familiar, e ilusionadas con las promesas de cambio de su marido y por miedo a quedarse solas, no la asumen en toda su dimensión.  Por otro lado, no es posible descubrirla sin tener un conocimiento de la psicopatología, que será crucial, y junto al discernimiento va a orientar fundamentalmente el camino a seguir. 
Un abrazo, p. Luis Bruno

Ayudando al discernimiento: ¿cómo reconocer a un Psicópata?
Dentro de la complejidad del ministerio de liberación, encontramos un aspecto que desconcierta y desanima –cuando no desespera- al sujeto y a su entorno afectivo: el largo camino para la liberación. 
Un aspecto para tener en cuenta en este sentido es la personalidad del sujeto, y, en el caso que se descubra un trastorno psicopático, la situación cambia rotundamente por las características mismas de este trastorno. En efecto, tanto la terapia psicológica como la liberación total no son posibles para quien no muestra conciencia de enfermedad, deseo y actitud de cambio, y búsqueda voluntaria de ayuda. 
En este sentido, tanto la ciencia psicológica como la fe coinciden totalmente: no puede ser sanado, ni menos liberado, ni hay posibilidad de terapia alguna para quien no manifieste libremente que tiene dicha necesidad. Por ejemplo, no recibe el perdón quien no está arrepentido, y por lo tanto no cambiará su conducta por este mismo motivo, como tampoco puede liberarse del alcoholismo quien no admite esta realidad en su vida, etc. 
Antes de comenzar una oración de liberación es necesario poder dialogar, si es posible, no sólo con la persona en cuestión sino con algún familiar o alguien de su entorno que pueda dar cuenta de los rasgos más importantes de su vida y aportar la mayor cantidad de datos pertinentes posibles.  Si la persona es casada, es indispensable el diálogo con el cónyuge o su pareja.  Esto es muy importante, porque, como veremos, el psicópata miente, engaña, tiene como una doble personalidad: se muestra simpático públicamente, pero en su entorno familiar es radicalmente distinto: violento, manipulador, aprovechador, etc.
Lo ideal es que, al realizar una oración de discernimiento y luego de comprobarse la presencia negativa, la persona comience un proceso de cambio, un compromiso por su bien y el de los demás, un proceso de fe y conversión profunda en el que lo principal es buscar la Voluntad de Dios para su vida. 
Siempre, un proceso de liberación forma parte de un proceso más amplio de sanación interior, y éste, a su vez, entra dentro del proyecto amoroso de Dios que quiere manifestar su misericordia y reinar en la vida de todos. 
De manera que lo más importante que debe buscarse es la Voluntad del Señor: en ese contexto, en ese entorno, en la vida de esa persona. De nada nos serviría ser liberados del maligno si no nos entregamos de lleno al Señor. 
Así como consideramos a la salud no sólo como la ausencia de enfermedad biológica, sino como la mayor calidad de vida posible en todas sus áreas: biológica, psicológica, social y espiritual; de la misma manera buscamos en el proceso de liberación no solamente la ausencia de las influencias malignas, sino la mayor calidad de vida posible, la búsqueda profunda del proyecto de amor que el Señor tiene para nosotros. Si no comprendemos esto, será muy difícil realizar un auténtico proceso de sanación interior y de liberación. Porque además, este proceso nos involucra a todos. Todos estamos llamados a la vida digna, a la santidad, y Dios se comprometió en Jesús con nosotros para esto que nos pide y desea: nuestra paz, libertad y dignidad.
Este proceso constituye un camino personal y comunitario a la vez, que dependerá de la historia: de las causas de la infiltración del maligno, de las heridas subyacentes, de las condiciones de vida, incluso de los antepasados, etc.  En este camino la persona necesitará la ayuda fraterna en la fe.  Pero la condición necesaria para que reciba esa ayuda es que ponga todo su esfuerzo de su parte para ser liberado. Es un verdadero camino de ascesis.  Muchas veces la ausencia de este compromiso es lo que dificulta o imposibilita la liberación.  Otras veces la dificultad radica en la falta de compromiso del entorno del afectado, con lo cual se retarda la liberación.  Otras veces ese mismo sufrimiento lleva misteriosamente a un camino de santidad.
Tengo presente una persona que, después de mucho tiempo, de noches de esfuerzos increíbles, después de mucha oración, la ansiada liberación no llegó… y lo que es peor, aquel a quien estaba dirigida la oración, no mostraba signos de cambio en su conducta, ni esfuerzo, ni deseo de cambio.  Era obvio que seguir orando por liberación en esa situación sólo conllevaba una pérdida de tiempo. 
Con todo, la persona sí buscaba constantemente agua bendita, tanto para consumir como para ungirse, acudía a misa, comulgaba… aunque a ciencia cierta no se sabe si lo hacía por propia voluntad o llevado por los suyos. 
Con respecto a su vida cotidiana ésta se manifestaba desordenada, incapaz de planificar, sus actitudes denotaban irresponsabilidad. Casado, padre de tres hijas, con una sólida formación cristiana, educado en colegio católico, habiendo participado en retiros, y sobre todo habiendo experimentado el amor de Dios, su misericordia, como así también el poder del Señor para liberarlo, no tomaba en serio consideración su compromiso familiar: no trabajaba, no buscaba trabajo, y siempre los demás eran los culpables de tal situación.
Al mismo tiempo, con el entorno fuera de su familia siempre se mostraba simpático, era el típico “amigo de todos”, y siempre cabía un chistecito y una risotada con la que evadía un tema serio o una responsabilidad, o incluso la consabida justificación, como para que todo sea tomado con superficialidad y “seguir adelante” como si nada.  Siempre encontraba una excusa para justificar sus irresponsabilidades, siempre resultaba víctima de algo o de alguien, con quejas y lamentos estruendosos.
Un dato curioso: nunca dejó de jugar a la quiniela, ya que, consideraba “justo” que un hombre como él no tuviera que trabajar. Él se consideraba alguien especial, de tal manera que otros tenían que sostenerlo económicamente: primero su madre, luego su esposa, y luego de la separación, otra vez su madre, quien consintió absolutamente con esa conducta antes, durante y después de su matrimonio, y la afirmó aún más.  De manera que siempre esperó ese “golpe de suerte” fantástico con el que aseguraría toda su vida… y lo hacía malgastando el poco dinero que obtenía su esposa para sostener a la familia.  Destacamos que un factor muy importante para sostener esa conducta tan impropia fue el papel que tuvo su madre, consintiendo en todo, justificándolo, y afirmándolo en su grave accionar.
En los momentos de mayores crisis: muerte de su padre, peligro de muerte de su hija al nacer, salvada por milagro del Señor, jamás mostró una sensibilidad distinta, ni se alteró su sueño. Y otras circunstancias insignificantes lo alteraban con mayor rigor: haberle errado a la quiniela “por un número”, escandalizarse por actitudes de los demás, enojos que llevan hasta la ira ante un mínimo pedido o una observación, etc. Pero autocrítica, ninguna en absoluto.
Quienes no conocían las detalles de su personalidad –ocultadas por vergüenza por su esposa- siempre creyeron estar ante un buen tipo, alegre, simpático, presentado como padre ejemplar… y que constituía con su esposa una pareja ideal, de tal manera que construyó una imagen social absolutamente distinta de la que es en realidad: un psicópata, perverso.
Pero, ¿cómo es un psicópata? ¿cuándo podemos decir que alguien posee este trastorno?
Antes que nada, la ciencia médica nos ofrece criterios para poder evaluar si se trata o no de determinado trastorno o patología.  De manera que se pueda decir si los rasgos presentados ofrecen un grado de certeza lo suficientemente elevado como para que efectivamente se trate de un trastorno o incluso varios.  A estos criterios se los denomina “criterios diagnósticos”. 
Con respecto a la salud mental, hay básicamente a nivel mundial dos sistemas de clasificación de las patologías mentales: Uno, conocido como el DSM-IV por sus siglas en inglés: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders o sea Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, en su cuarta versión, emanado de la Asociación Americana de Psiquiatría.  Por su parte, la Organización Mundial de la Salud recomienda el uso del Sistema Internacional denominado CIE-10 acrónimo de la Clasificación Internacional de Enfermedades, décima versión, cuyo uso está generalizado en todo el mundo.
Una concepción errónea muy frecuente es pensar que la clasificación de los trastornos mentales clasifica a las personas; lo que realmente hace es clasificar los trastornos de las personas que los padecen.
Pues bien, ¿qué nos dicen estos sistemas con respecto a la psicopatía? El nombre varía, llamándose en un sistema Trastorno disocial de la personalidad, y en el otro Trastorno antisocial de la personalidad:
La Décima Clasificación de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10, 1992) define el Trastorno disocial de la personalidad según los siguientes criterios:
1.       Cruel despreocupación por los sentimientos de los demás y falta de capacidad de empatía.
2.       Actitud marcada y persistente de irresponsabilidad y despreocupación por las normas, reglas y obligaciones sociales.
3.       Incapacidad para mantener relaciones personales duraderas.
4.       Muy baja tolerancia a la frustración o bajo umbral para descargas de agresividad, dando lugar incluso a un comportamiento violento.
5.       Incapacidad para sentir culpa y para aprender de la experiencia, en particular del castigo.
6.       Marcada predisposición a culpar a los demás o a ofrecer racionalizaciones verosímiles del comportamiento conflictivo
7.       Irritabilidad persistente.
Por su parte, el Cuarto Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-IV, 1994) utiliza los siguientes criterios para el Trastorno antisocial de la personalidad:
Criterios para el diagnóstico de F60.2 Trastorno antisocial de la personalidad [301.7]
A. Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta desde la edad de 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes ítems:
(1) fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención;
(2) deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio personal o por placer.
(3) impulsividad o incapacidad para planificar el futuro.
(4) irritabilidad y agresividad, indicados por peleas físicas repetidas o agresiones.
(5) despreocupación imprudente por su seguridad o la de los demás.
(6) irresponsabilidad persistente, indicada por la incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de hacerse cargo de obligaciones económicas.
(7) falta de remordimientos, como lo indica la indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros.

B. El sujeto tiene al menos 18 años.
C. Existen pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de la edad de 15 años.
D. El comportamiento antisocial no aparece exclusivamente en el transcurso de una esquizofrenia o un episodio maníaco.
Es importante destacar que, aunque haya varios criterios, no necesariamente deben estar presente la totalidad de ellos para configurar el cuadro psicopático. En efecto, de los siete mencionados, dice el DSM-IV que bastan al menos tres de ellos. 
Ahora bien, estos criterios diagnósticos no nos servirían de mucho si no estuviesen acompañados de una descripción general de los mismos, esto es, del trastorno en su globalidad.  Aquí es muy importante el aporte de las personas del entorno –que a la vez son las que más sufren y a la vez son funcionales al mantenimiento del trastorno-, dado que son las que más conocen al sujeto con dicho trastorno.  Por lo tanto, el próximo paso es hacer una descripción general del trastorno. Esto nos ayudará a identificar claramente al psicópata al confrontar esta descripción con la vida real del sujeto en cuestión.
El trastorno antisocial de la personalidad, también llamado psicopatía, sociopatía o trastorno disocial de la personalidad tiene como característica principal el desprecio y violación de los derechos de los demás.
Las personas con este trastorno se caracterizan por despreciar los deseos, derechos y sentimientos de los demás, muestran pocos remordimientos, carecen de empatía, son insensibles. Por otro lado, pueden y suelen poseer cierto encanto artificial. Trastorno antisocial no es sinónimo de comportamiento delictivo aunque, por supuesto, no se puede negar la existencia de relación entre ambos términos. La psicopatía supone un claro e importante factor de riesgo para la reincidencia en general y para la violencia en particular.
Se hace imprescindible una identificación lo más clara y concisa posible sobre el trastorno de la psicopatía. Para ello, se evalúa mediante distintos sistemas clasificatorios (o sea, lo que hemos visto anteriormente en el DSM IV, CIE 10). 
El psicópata no está trastornado mentalmente. Frente a ello no cabe lugar a dudas de que estamos hablando de una persona “normal”, en el sentido de que no tiene una pérdida de la percepción de la realidad y es plenamente consciente de sus acciones.  Por lo tanto, es un sujeto a quien la ley puede y debe penar.  Es una persona que sabe lo que hace, que hace daño y quiere hacerlo, piensa y programa, manipula y usa todo tipo de estrategias para lograr sus fines.
La personalidad psicopática ha sido estudiada a lo largo de la historia de la psiquiatría, recibiendo varias denominaciones tales como locura moral, inferioridad psicopática, sociopatía, personalidad amoral, asocial, antisocial o disocial.  
Los psicópatas se caracterizan básicamente por su desprecio hacia las normas establecidas por la sociedad.  Carente de principios morales, sólo valoran a las demás personas en la medida en que puedan serles de alguna utilidad práctica, de modo que no tienen reparo alguno en atropellar los derechos ajenos cuando éstos representan un obstáculo para el logro de sus propósitos.
En el historial del psicópata abundan actos delicuenciales, como robos, agresiones, chantajes, estafas, violaciones y hasta crímenes.
Su falta de sentimientos de culpa o remordimientos se traduce en todo tipo de justificaciones para sus actos, de modo que el psicópata se muestra a sí mismo como incomprendido o víctima de la sociedad o de alguien en particular, guiándose siempre por sus propias reglas y no admitiendo nunca el menor remordimiento o vergüenza por sus atropellos. Y esa falta de culpa la transforman, al victimizarse, en culpa introyectada en los demás: siempre el otro es culpable de lo que a él le pasa.
Impulsivos por naturaleza, no miden el peligro ni las consecuencias de sus acciones, incurriendo repetidamente en actos riesgosos para sí mismos y para los demás, como conducir imprudentemente un vehículo, consumir sustancias adictivas o participar en actos delictivos, jugar -y perder- el dinero para el sustento de su familia, etc. 
Incapaces de tolerar las frustraciones, pueden ser muy violentos si no consiguen lo que se proponen por medios pacíficos.
Propensos al aburrimiento, buscan continuamente las emociones intensas y se consideran a sí mismos como personas de acción, intrépidos o temerarios (aunque no trabajen ni hagan nada útil por los demás ni por sí mismos).
Sus relaciones interpersonales son frías y superficiales. Se interesan sólo por sí mismos, suelen ver a los demás como objetos intercambiables y son incapaces de sentir afecto por otras personas, aunque pueden aparentar lo contrario si lo consideran necesario.  Su afecto es fingido, por este motivo siempre confunde a sus allegados con la alternancia de manifestaciones profundas de afecto (fingidas) alternadas con graves hechos de irritabilidad, agresividad, violencia física y/o psicológica, para luego pedir perdón y minimizar tales hechos, justificarlos o considerarlos como bromas.
Son manipuladores, utilizan a los demás para el logro de sus objetivos y no dudan en aprovechar las debilidades ajenas, que suelen descubrir rápidamente. Tienen la sensibilidad de captar las debilidades y las necesidades narcisísticas de los demás, y a la vez, la capacidad de convencerlos de que sólo ellos pueden satisfacer tales necesidades (aparentan ser protectores, cuando en realidad están manipulando).
Generalmente su entorno (pareja, hijos, madre o padre…) siente la vergüenza y la culpa que el psicópata no tiene.  Por esto, justamente quienes viven con él ocultan estos aspectos de su vida y le son funcionales a sus demandas psicópatas: gritos, agresiones, manipulaciones, deudas, sostenimiento económico y afectivo, compasión generada por la culpa, etc.
Son también sumamente deshonestos, mienten con frecuencia y con gran facilidad, y aunque pueden generar simpatía en algunas personas por su aparente independencia y temeridad, no son capaces de mantener relaciones sentimentales profundas duraderas, siendo por lo general infieles y promiscuos sexualmente.
Su conducta está disociada: saben captar instrumentalmente la atención benévola de los demás mostrándose alegres, simpáticos, dicharacheros, pero son incapaces de amar, de brindarse desinteresadamente, de tratar a los demás como personas. Quienes no lo conocen suelen llevarse una impresión agradable, sin siquiera sospechar el mundo de sus relaciones cotidianas. 
Sabe camuflar muy bien su falta de culpa y arrepentimiento, a través de la mentira y la manipulación. Es capaz de representar una escena en la que aparentemente manifiesta arrepentimiento o pedido de perdón, pero simplemente es eso: una representación en la que está manipulando al otro o a los otros, a quienes considera solamente objetos para satisfacer sus intereses.
Este trastorno suele iniciarse tempranamente, en la adolescencia o aun en la infancia, con mala conducta escolar, maltrato de animales o niños pequeños, agresividad, violencia, mentiras frecuentes y delitos menores como robos o daños a la propiedad ajena.  

Como no es el objetivo aquí de ahondar teóricamente en este tema, sino por el contrario, ayudar al discernimiento, creo que se presentan suficientes aspectos tendientes a iluminar las situaciones particulares.
Que el Señor los bendiga, y son siempre bienvenidos los comentarios.
P. Luis

jueves, 14 de febrero de 2013

El ayuno que agrada a Dios




Esto dice el Señor:

«Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.

Consultan mi oráculo a diario, muestran afán de saber mis caminos, como si fueran un pueblo que practicara la justicia y no hubiesen abandonado los preceptos de Dios. Me piden sentencias justas, quieren tener cerca a su Dios y exclaman: "¿Para qué ayunar, si no haces caso? ¿Para qué mortificarnos si tú no te fijas?" 

Mirad: es que el día de ayuno buscáis vuestro interés y explotáis a vuestros servidores; es que ayunáis entre riñas y pleitos, dando puñetazos sin piedad. No es ese ayuno que ahora hacéis el que hará oír en el cielo vuestras voces.

¿Acaso es ése el ayuno que yo quiero para el día en que el hombre hace penitencia? Doblar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?

El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los yugos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante.

Entonces brillará tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; tu justicia te abrirá camino y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí estoy».

Cuando destierres de ti los yugos, el gesto amenazante y las malas intenciones; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, dará vigor a tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena no se agota; reconstruirás viejas ruinas, levantarás cimientos de antaño, te llamarán "Reparador de brechas", "Restaurador de casas en ruinas"».

Is. 58, 1-12

martes, 12 de febrero de 2013

Cuaresma


MIÉRCOLES DE CENIZA
LA PENITENCIA DE CUARESMA
Comentarios del pbro. Mons. Luis H. Rivas
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 1-6. 16-18
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre de ustedes que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
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Para la Iglesia no hay celebración más importante que la de Pascua. Por eso la prepara de una manera excepcional, durante un período que dura cuarenta días. De ahí el nombre de "cuaresma".
Cuarenta días antes del domingo de Ramos - en un día que coincide con un miércoles - damos comienzo a esa preparación. Este día se llama tradicionalmente "Miércoles de ceniza", por­que en él se bendice y se impone ceniza sobre la cabeza de los fieles que concurren a la Iglesia. Es una jornada de especial austeridad, y todos los católicos que tienen entre dieciocho y cincuenta y nueve años cumplidos están obligados a observar la ley del ayuno, y todos los mayores de catorce años no pueden comer carne o deben realizar alguna otra obra penitencial.
La Iglesia impone estas obligaciones en este primer día del tiempo de Cuaresma, pero se nos aconseja a todos que durante este período anterior al domingo de Pascua mantengamos el mismo espíritu de penitencia y recogimiento.
La costumbre de bendecir e imponer la ceniza a los fieles proviene de la época en que los pecadores públicos se disponían durante estos días, mediante una intensa penitencia, a recibir la absolución el jueves santo. Los que habían cometido delitos co­nocidos por todos, concurrían a la Iglesia y en presencia de toda la comunidad recibían la ropa que significaba su estado de penitentes: una túnica de tela grosera, como arpillera, y ceniza sobre su cabeza y sus ropas. Colocarse ceniza sobre la cabeza es signo de gran humillación, porque todos cuidamos el cabello, lo peinamos y tal vez lo perfumamos, tratamos de llevar la cara limpia, y las mujeres además suelen embellecerla por medio de cosméticos. Si en vez de todo esto nos ponemos ceniza, esta­mos afeando lo que llevamos con más orgullo y cuidado.
El sacerdote, al ponernos la ceniza sobre la cabeza, nos dice algunas palabras tomadas de la Biblia. Pueden ser las que Dios dijo al hombre después del primer pecado, y que nos recuerda nuestra condición de mortales: "de polvo eres y al polvo volve­rás". También pueden ser las de la primera predicación de Je­sús y que nos introducen en el espíritu que tiene que dominar durante toda la cuaresma: "Conviértete y cree en el Evangelio".
LAS PRÁCTICAS DEL TIEMPO DE CUARESMA
Actualmente todos nos presentamos como pecadores públi­cos y recibimos nuestro hábito penitencial. De esta forma co­menzamos nuestra preparación, para que cuando lleguen los días más solemnes, que son los que llamamos "la Semana Santa", nos encuentren bien dispuestos.
La ceniza que aceptamos sobre nuestra cabeza es un com­promiso de cambiar nuestra vida antes de la Semana Santa, como hacían los antiguos pecadores públicos.
La primera práctica que tenemos en vista es la de la conver­sión, que significa "cambiar de mente", "cambiar nuestra forma de pensar". Es un cambio de camino, dejar el equivocado para tomar otro de acuerdo con el Evangelio.
Junto a esta práctica, que es la principal, la Iglesia nos propo­ne otras, a partir del Evangelio, que a su vez son como un cami­no para conseguir la primera: la limosna, la oración y el ayuno.
Estas tres prácticas son las tradicionales de la piedad del pueblo judío, y que ya ocupaban un lugar privilegiado en la reli­giosidad del tiempo de Jesús.
El evangelio de san Mateo, escrito para una comunidad judeo­cristiana, dedica un espacio del sermón de la montaña para ins­truir sobre la forma de realizar estas tres prácticas tradicionales, al mismo tiempo que corrige algunos defectos.
En cada caso el evangelio se preocupa por la realización en secreto de estas prácticas religiosas. Tiene en vista a aquellos que las hacen solamente para ser vistos por la gente y recibir elogios y aplausos.
No seamos tan literalistas que lleguemos a pensar que nunca podemos dar limosna, rezar o ayunar si alguien se puede enterar de nuestro gesto. El mismo Jesús, que aquí aparece diciendo estas cosas, en otras partes del evangelio aparece rezando en presencia de otras personas, y mandando a sus discípulos que pongan sus buenas obras a la vista de todos para que así los hombres glorifiquen al Padre. Lo que quiere decir el evangelio es que no debemos hacer las obras de piedad con la intención de que nos vean y nos aplaudan.
Si evitamos esta mala intención, debemos hacer las obras piadosas sin dar importancia al hecho de que los demás las vean o no.
LA LIMOSNA, LA ORACIÓN Y EL AYUNO
Para lograr nuestra conversión se nos recomienda en primer lugar practicar la limosna, la oración y el ayuno. Cuando habla­mos de limosna, no pensemos en una moneda dada de lo que nos sobra. Limosna significa ‘misericordia’. La Iglesia antigua entendía que era privarse de algo para dar al que necesitaba, y por eso siempre iba unida al ayuno: un día sin comer para poder dar al que no tiene nada. Un Papa de los primeros siglos acon­sejaba a los fieles: "Hágase de la abstinencia de los fieles el alimento de los pobres, y lo que cada cual sustrae de su alimen­tación, aproveche al necesitado".
Por eso el ayuno y la abstinencia son una forma privilegiada de la conversión. Nos hacen salir de nosotros mismos para ocu­parnos de las necesidades del prójimo. Mediante la limosna de­jamos de pensar sólo en nosotros para fijar nuestra atención en las necesidades que están padeciendo otros hermanos nuestros, y tratamos de compartir. En vez de acumular para nosotros, o adquirir lo superfluo, tratamos de remediar las carencias de los que reciben un salario que no les alcanza para comprar los ali­mentos necesarios o cubrir los gastos de cada día, o nos hace­mos cargo de las necesidades de quienes no tienen trabajo, o por la edad o la enfermedad ya no pueden trabajar.
El ayuno no es una práctica que realizamos por conveniencia para nuestra salud, ni para adquirir mayor dominio sobre noso­tros mismos, como hacían los antiguos filósofos. Para un cristia­no el ayuno debe ir acompañado de la limosna: privarse del ali­mento para darlo a quien no lo tiene. Al mismo tiempo es elegir una forma de solidaridad con el pobre, padeciendo voluntaria­mente lo que él tiene que padecer diariamente por necesidad. A quienes buscamos siempre el bienestar, la práctica del ayuno nos saca de nosotros mismos para colocarnos en la condición del prójimo y nos ofrece otro camino de conversión.
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Evidentemente, todas estas prácticas cobran pleno sentido si están enraizadas en el amor, tal como lo dice el Apóstol en 1Cor 13.  
Quiero saludar a todos en este comienzo de Cuaresma, en especial a los hermanos con quienes compartimos a lo largo de estos últios tiempos, encuentros y retiros. 
Quiero agradecer a todos los que hicieron posible dichos encuentros.  Y, por supuesto, invitarlos a compartir testimonios personales de los mismos, para que brille la gloria de Dios. Ojalá sean muchos quienes se animen a compartir su experiencia. Muchas veces vemos los frutos luego de los retiros, con el correr de los días.
Que el Señor los bendiga a todos. Los saludo a la espera de novedades y buenas noticias
P. Luis