Solemnidad
de Corpus Christi
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios
y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados.
A1 caer la tarde, se acercaron los Doce y le
dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de
los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar
desierto». Él les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos
dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros
a comprar alimentos para toda esta gente». Porque eran alrededor de cinco mil
hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos
de alrededor de cincuenta personas». Ellos hicieron sentar a todos. Jesús
tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo,
pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a los
discípulos para que se los sirvieran a la multitud. Todos comieron hasta saciarse
y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
*****
(Comentario a las lecturas dominicales del p. Luis H. Rivas)
La multiplicación de los panes es el único milagro
de Jesús que se encuentra relatado en los cuatro evangelios. Y más todavía: los
evangelios de Mateo y de Marcos ofrecen dos relatos de este mismo hecho, por lo
que siempre se habla de primera y de segunda multiplicación, aunque en realidad
debe tratarse de dos narraciones de lo mismo, recibidas por diferentes
tradiciones.
Esta insistencia nos indica que para la primitiva
comunidad cristiana el milagro de los panes ha tenido una importancia excepcional,
y ha sido utilizado con mucha frecuencia en la catequesis.
La forma en que encontramos en los evangelios estos
seis relatos indica muy claramente que cada uno de ellos ha sido elaborado en
vista a una exposición del misterio de Cristo. En el caso que tenemos delante,
el relato según Lucas, el evangelista lo ha ubicado a continuación de la
pregunta de Herodes sobre quién es Jesús. Se trata de una secuencia que se
continúa hasta la transfiguración, concluyendo con la solemne proclamación de
la voz del Padre, que, en definitiva, es la única respuesta válida a la pregunta
del tetrarca.
Cada uno de los relatos que se encuentran entre
estas dos escenas, la de Herodes y la transfiguración, van adelantando
elementos que preparan la gran respuesta final. Además, mirando atentamente la
forma en que Lucas ha redactado este texto, se puede advertir sin dificultad
que muy a propósito ha introducido elementos eucarísticos. No es extraño que la
Iglesia haya elegido este texto para ser proclamado en la misa del día de la
solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Atendamos a algunos de estos elementos más
sobresalientes: En primer lugar está la multitud que se reúne en torno a
Jesús, y Él les habla sobre el reino de Dios. En segundo lugar se indica la
hora de la tarde, una advertencia que en el mismo evangelio encontramos en el
relato de los discípulos que van a Emaús, un texto de indiscutible sentido eucarístico.
Tanto en la multiplicación de los panes como en el
caso de Emaús, hay una larga exposición de la Sagrada Escritura por parte de
Jesús, a la hora de la tarde, y concluyendo con la fracción del pan. Todo esto
coincide con lo que Lucas nos dice sobre la última cena del Señor. Queda muy
claro su interés catequístico.
Por último, todos pueden darse cuenta de la forma en
que el evangelista describe los gestos de Jesús en el momento de realizar el
milagro: coincide con las palabras que hasta hoy se dicen en la Misa en el
momento de la consagración, y que están tomadas del relato de la última cena.
LAS PROMESAS DE DIOS
Ubicados en este contexto eucarístico, podemos leer
el relato como una catequesis en la que el lector debe estar atento a las
alusiones y a los elementos utilizados simbólicamente. En primer lugar, la imagen
que se nos presenta es la de una multitud que está en un lugar desierto y sin
alimentos. Los discípulos expresan esta inquietud a Jesús.
Pero también se ve que el alimento no se obtiene por
medios humanos ni por recursos comunes, sino por una intervención milagrosa.
Los medios que tienen los discípulos son irrisorios cuando se los compara con
la necesidad del momento. Si quisieran solucionar el problema de otra manera,
comprando alimentos por ejemplo, esto no estaría a su alcance. ¿Cuánto dinero
se necesitaría?
El evangelista ha querido mostrarnos esta falta de
medios humanos ante una necesidad, para preparar la revelación de Jesús como el
que aporta un alimento misterioso que viene de Dios.
En el Antiguo Testamento se refiere la forma en que
Dios alimentó a su pueblo en el desierto, dándoles el maná, el agua y las
codornices. Los profetas anuncian intervenciones futuras de Dios, en las que
mostrará su poder y el amor por su pueblo enviando un alimento abundante y
gratuito. La tradición judía asumió estos anuncios y los amplificó, hasta el
punto que en la literatura piadosa de la época final del Antiguo Testamento y
en la época de Jesús y los apóstoles, era común la idea de que en los tiempos
finales se repetiría el milagro del maná. Las promesas de Dios para el futuro
encontraban así su preanuncio y su figura en lo que hizo con su pueblo en el
desierto en los días del éxodo.
Para quien se familiariza con estas ideas, el relato
de la multiplicación de los panes adquiere una nueva dimensión: no se trata ya
de un milagro aislado de Jesús, como otro entre tantos, sino que es la manifestación
de que han llegado los tiempos finales de la historia. Una vez más, en el
desierto, Dios provee a su pueblo un alimento milagroso. No es la figura
antigua, sino la realización plena y definitiva de las promesas de Dios. Comienza
así el banquete de los tiempos escatológicos.
EL BANQUETE EUCARÍSTICO
El escritor que redactó este relato ha unido entonces
dos imágenes: la del banquete de los tiempos escatológicos, prometido por Dios
en los profetas, y la de la cena de la eucaristía. Ya se han mencionado antes
los puntos de contacto que hay entre este relato y el de la última cena, junto
con el de los discípulos que van a Emaús.
Podremos añadir ahora otros elementos que resultan
más claros si se admite todo lo anterior: en primer lugar se clarifica el
detalle de la necesidad de que para hacer el milagro, todos los comensales
tienen que estar recostados. Se sabe que para celebrar la cena pascual, en la
antigüedad, los judíos no se sentaban a la mesa, como sucedía todas las demás
noches del año, sino que por esa vez se recostaban sobre almohadones, como
hacían los grandes señores en sus banquetes. Todavía hoy, cuando los judíos
celebran la cena pascual, hacen un gesto como para recordar esta antigua
costumbre. En ese momento uno de los niños debe preguntar la razón de esa
novedad, a lo que el que preside debe responder que antes eran esclavos, pero
que a partir de la Pascua son libres, y que por eso esa noche comen como los
señores.
Se ve además que hay una orden terminante del Señor
a los discípulos: son ellos quienes deben dar de comer a la gente.
Efectivamente, los discípulos son los que aportan la comida a la multitud, a
pesar de su falta de medios. Ellos son también los encargados de hacer recostar
a todos los comensales. El papel que desempeñan los discípulos está puesto de
relieve. Por eso no se puede pasar por alto que al final, cuando todo ha finalizado
y se recoge en canastos lo que ha quedado del pan que multiplicó el Señor, los
trozos sobrantes llenan doce canastas: una para cada uno de los discípulos.
El resumen de todo esto es que el evangelista quiere
hacernos comprender que las promesas de Dios de alimentar milagrosamente a su
pueblo, han llegado a su cumplimiento. Jesús es el que realiza el gesto de
renovar, de manera definitiva y perpetua, lo que fue prefigurado en el éxodo.
Pero él lo hace por medio de sus doce discípulos,
encargados de reunir a la gente, prepararlas para el banquete de la liberación,
y de repartir el alimento que Jesús les da. Y esto no lo hacen una sola vez,
sino que cada uno de ellos está provisto de una canasta en la que se encuentra
este pan misterioso que nunca se acaba y alcanza para todos.
Participando de ese banquete servido por los
discípulos, los cristianos comienzan a celebrar ya el banquete escatológico,
adelantan el momento de la entrada en el reino de Dios. Como se nos enseña en
el relato de la última cena, lo que allí se come no es solamente un pan
milagroso, sino el cuerpo y la sangre del mismo Jesús entregado por nosotros.
San Lucas, así como también san Pablo, nos dicen que al entregar la copa Jesús
dijo: “Esta copa es la nueva alianza de mi sangre”. Se anuncia la realización
de la nueva alianza que anunció el profeta Jeremías. Es la alianza final y
definitiva, que el Señor escribirá sobre el corazón de los hombres, y no sobre
tablas de piedra, cuando perdone los pecados de todos.
Por eso, la eucaristía no solamente nos une de una
manera admirable con Cristo, sino que también es vínculo de unión con todos
aquellos que forman el nuevo pueblo de Dios.
El relato de los dos discípulos que iban a Emaús nos
ilumina otro aspecto de esta enseñanza: el banquete eucarístico es la forma de
encontrarnos con Cristo resucitado. Allí escuchamos su palabra cuando se leen y
explican las Sagradas Escrituras, y lo reconocemos presente cuando se parte el
pan.
¿FUE REALMENTE UN MILAGRO?
Aunque en realidad no se trata de un tema en el que
debamos ocuparnos durante nuestra reflexión o en la predicación de este texto,
parece oportuno añadir alguna palabra sobre cierta interpretación del relato de
la multiplicación de los panes que se oye o se lee con cierta frecuencia. Es
conveniente que nos interroguemos sobre la validez de esta otra
interpretación.
Quienes explican de esa otra forma dicen que en
verdad no fue un milagro de multiplicación de panes. Lo que Jesús dijo
realmente a sus discípulos es que compartieran lo poco que tenían. Ante el
ejemplo de los discípulos, todos los demás hicieron lo mismo. Entonces hubo
comida para todos en abundancia. Ese fue el verdadero milagro: la apertura de
todos a la necesidad de los demás.
Los que hacen esta clase de interpretación confunden
dos niveles que es necesario mantener bien separados. Por una parte está la
búsqueda de lo que el autor quiere que entendamos. Esto es lo que hemos tratado
de hacer en este comentario buscando los elementos que están explícitos o por
lo menos aludidos en el texto.
Por otra parte, está la crítica histórica que
consiste en preguntarnos qué es lo que realmente sucedió y cómo fue. Si admitimos
que un relato -como el de la multiplicación de los panes- ha sido elaborado
para dar una enseñanza teológica, es lícito que nos interroguemos: ¿qué queda
si quitamos al relato todo aquello que ha sido puesto para que el texto refleje
ideas del Antiguo testamento, aluda a otros lugares del Nuevo, o se exprese
con términos pertenecientes a la confesión de fe?
No estaría contra la fe que en algún caso se llegara
a la conclusión de que tal o cual relato refiere un milagro de Jesús que
realmente no sucedió, sino que se trata de una creación que el evangelista
realizó con la intención de ilustrar una enseñanza de orden teológico. Para que
un texto tenga valor no es necesario que sea histórico. Pensemos en una
parábola, la del hijo pródigo por ejemplo. Nadie le negará valor por el hecho
de que nunca sucedió lo que allí se relata. Mientras no nos coloquemos en la
actitud de negar por principio el valor de todos los milagros del Señor,
teniendo suficientes razones se podría poner en duda la historicidad de alguno
de ellos.
Ante estos dos niveles, debemos recordar siempre que
el primero, lo que el autor quiso enseñar, es aquello que debemos aceptar como
palabra de Dios y debe ser propuesto en la predicación a todos los fieles.
El segundo nivel, la afirmación de que el hecho
sucedió tal como ha sido relatado, tendrá importancia si el autor indica que
eso pertenece a la fe y debe ser aceptado como tal. En caso de que no lo diga,
la búsqueda de lo histórico es cosa de especialistas, y sirve como un
instrumento para poder percibir mejor cuál ha sido el aporte del autor
inspirado. En el caso que nos ocupa, parece que el autor no se ha preocupado
mayormente por destacar que el hecho sucedió tal como él lo ha relatado. Por
lo menos, él no dice en ningún momento que es necesario creer que esto sucedió
así.
Tampoco se ve que tenga interés en enseñar que el
milagro consistió en el acto de compartir. A pesar de que es una idea
totalmente de acuerdo con lo que se enseña en otras partes del evangelio, en
este relato no es aludida en ningún momento.
Por eso, presentar este texto como una enseñanza
sobre la necesidad de compartir los bienes con los hermanos (si bien es una
enseñanza que se funda en muchos lugares del Antiguo y Nuevo Testamento) es un
abuso del texto.