Domingo
XI del Tiempo Ordinario
Comentario del P. Luis Rivas
Comentario del P. Luis Rivas
La pecadora arrepentida
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 36—8, 3
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús
entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en
la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se
presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar
a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos,
los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer
que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!». Pero Jesús le dijo: «Simón,
tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él. «Un prestamista tenía dos
deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían
con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón
contestó: «Pienso que aquél a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado
bien».
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a
esta mujer? Entré en tu casa, y tú no derramaste agua sobre mis pies: en
cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me
besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no
ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso le digo que
sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra
mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor».
Después dijo a la mujer. «Tus pecados te son perdonados». Los invitados
pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?». Pero
Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos,
predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los
Doce, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades.
María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa
de Cusa, intendente de Herodes; Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus
bienes.
*****
LA MUJER PECADORA
Esta es una de las páginas más conmovedoras de toda
la Biblia. Aquí se enfrentan la tremenda miseria del pecador y la inmensa
bondad de Dios revelada en Jesucristo, en presencia de hombres incapaces de
comprender a uno y a otro.
En la historia de la interpretación de este texto ha
sucedido desde muy antiguo que por extrañas razones se ha identificado a la
mujer del relato con María Magdalena. De ahí que siempre se haya hablado de
esta santa como de una pecadora arrepentida y perdonada. Pero si observamos el
relato con atención, descubrimos que san Lucas ha callado el nombre de esta
mujer, y además en ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que María
Magdalena haya tenido un pasado marcado por pecados como los que aquí son
aludidos. Conviene ilustrar a los fieles para que reconozcan a santa María
Magdalena con su verdadera personalidad y puedan admirar su legítimo ejemplo
de santidad.
La mujer a la que se refiere el evangelio es
conocida como pecadora. Lo más verosímil es que se trate de la prostituta de la
población, aunque con esa denominación podría entenderse también que ella
cometía cualquier otra clase de pecados, o que simplemente no se ajustara a la
interpretación de la Ley de Dios con la misma rigurosidad con que lo hacían los
fariseos. Como se dirá después, ella ya conocería a Jesús.
Esta mujer pasa por alto el hecho de que Jesús sea
el huésped de un fariseo y de que haya otros comensales en la mesa, y entra en
una casa ajena para demostrar su gratitud al Señor. Según la costumbre de la
época, en los banquetes de cierta importancia los comensales no se sentaban en
sillas, sino que se recostaban sobre almohadones, por eso a la mujer no le
resulta difícil ubicarse detrás de Jesús para lavar sus pies con sus lágrimas.
El evangelio recuerda que llevaba un frasco de alabastro, como se usaba en esos
tiempos para conservar los perfumes más caros, mezcla de aceites vegetales con
sustancias aromáticas, y que con su contenido ungió al Señor.
EL FARISEO
Este fariseo del relato ha conocido a Jesús, y tal
vez oyendo su predicación, ha llegado a la convicción de que se trata de un
profeta. Por eso quiere agasajarlo en su casa con un banquete. Asiste con
sorpresa a la forma en que Jesús permite a la mujer pecadora que le manifieste
su amor. La mentalidad de los fariseos no toleraba esa clase de familiaridad
con la gente impura y pecadora. Pero sabiendo que Jesús era su huésped no
expulsa de su casa a la mujer ni manifiesta su desagrado en voz alta. En todo
esto el fariseo muestra gran corrección y respeto por Jesús.
Pero al presenciar este hecho, el fariseo llega a
una conclusión: Jesús no debe ser profeta, porque si lo fuera conocería también
lo secreto, y estaría al tanto de qué clase de mujer es la que lo está tocando
mientras llora, le lava los pies y los besa. Pero el fariseo mantiene su
corrección y no expresa sus pensamientos en voz alta.
LA PARÁBOLA DE JESÚS
Ante la demostración de amor de la mujer pecadora y
los pensamientos del dueño de casa, Jesús interviene. El fariseo pensaba que
Jesús no era profeta porque no conocía los secretos de la mujer, y Jesús
responde con una parábola por la que le muestra que no solamente conoce quién
es la mujer, sino que también sabe qué es lo que está pensando él.
La parábola es fácil, y nos recuerda otra semejante
que se encuentra en el evangelio de san Mateo. Trata sobre un hombre que tenía
dos deudores: uno de ellos le debía mucho (unos diecisiete meses de sueldo), y
el otro le debía poco (aproximadamente un mes y medio de sueldo), como los dos
carecían de medios para pagarle, entonces les perdonó la deuda a los dos.
Jesús, como en otros casos, termina la parábola haciendo una pregunta al fariseo:
¿cuál de los dos deudores tendrá mayor amor a este acreedor generoso?
Las deudas, en el lenguaje de las parábolas de
Jesús, ocupan el lugar de nuestros pecados, por los cuales no podemos responder
ante el Señor si él no nos perdona. Por eso nos ha enseñado a pedir que se nos
perdonen las deudas. Pero una vez que somos perdonados, tiene lugar la
manifestación del amor a Dios por el reconocimiento de su bondad.
De ahí Jesús saca las conclusiones para interpretar
la situación que se está viviendo en ese momento: la mujer manifiesta mucho
amor, tal vez hasta un punto que podríamos llamar inoportuno, porque es
consciente de que se le ha perdonado mucho. En cambio el fariseo no ha hecho
cosas extraordinarias: ha invitado a comer a Jesús, y se ha comportado con él
con mucha corrección, pero ha omitido los gestos de hospitalidad que, aunque
no eran obligatorios, eran los acostumbrados, como por ejemplo lavarle los
pies al llegar, abrazarlo y besarlo, y finalmente echarle perfume sobre la
cabeza. El fariseo demostró poco amor. Contrasta la correcta frialdad del fariseo
con las desmesuradas muestras de amor de la pecadora.
LAS DISTINTAS ACTITUDES
Todo el relato del evangelio está redactado como
para poner en evidencia las distintas actitudes de los personajes. En primer
lugar la actitud de Jesús ante el pecado de los hombres. El amor de Dios que se
revela en Jesucristo es un amor que busca al pecador para perdonarlo. Este es
el punto central del evangelio, la buena noticia anunciada a los hombres.
Pero en la persona del fariseo se muestra la actitud
de los hombres ante el pecado de los demás y ante el perdón misericordioso de
Dios. El fariseo juzga a los demás solamente con la vara de la justicia. Mira a
la mujer como pecadora, y se asombra porque Jesús no la trata de la misma
manera. Los hombres no pueden comprender que Dios ame a los pecadores y los perdone.
El evangelio dice que criticaban a Jesús porque comía, bebía y era amigo de los
pecadores (así como lo encontramos en este relato del evangelio de san Lucas).
El fariseo, mirando las cosas desde la perspectiva de la justicia, se mantiene
frío delante de Dios pensando en sus propios méritos, considerando que no tiene
muchas cosas de las que pueda ser perdonado. Y si las hay, sus méritos son
suficientes para cubrir esas faltas.
La mujer, por el contrario, sabe que su pasado está manchado
por el pecado. Al sentirse perdonada reacciona con gestos que ponen en
evidencia su amor. Pero el amor tiene la virtud de arrojar luz sobre la propia
realidad, para que quien ama comprenda que cada día se debe hacer perdonar,
porque nunca es suficientemente justo delante de Dios. Por eso cada vez debe
mostrar más amor.
¿QUIÉN ES ÉSTE?
La mujer pecadora mostró mucho amor porque sus
muchos pecados habían quedado perdonados. Tal vez ella ya había tenido
anteriormente algún encuentro con Jesús, en el que el Señor le perdonó los
pecados; o tal vez escuchó la predicación de Jesús, y así tuvo evidencia de
cuál es la verdadera actitud de Dios para con los pecadores. De todos modos,
ella se ha sentido tocada por la misericordia de Dios y ha venido a mostrar su
gratitud.
A esta actitud de la mujer somos llamados todos por
la lectura del evangelio. Debemos renunciar a buscar nuestra propia santidad
fundada sobre nuestros méritos, y reconocer la gracia de Dios que nos solicita,
nos llama y nos busca para perdonarnos, dándonos la posibilidad de amarlo y
crecer cada vez más en este trato de intimidad.
La actitud del fariseo, por más que sea correcta, es
un frío trato comercial que se basa en el cumplimiento de las normas, pero
insensible ante Dios, ya que no muestra amor, e insensible ante el prójimo
porque es incapaz de comprender al pecador.
El amor de Dios al pecador se nos revela en
Jesucristo. Él es el único que puede darnos la palabra que nos asegura que quedamos
perdonados, y ha confiado esa palabra de reconciliación a la Iglesia para que a
cada uno de nosotros, cuando nos reconocemos pecadores, nos diga con la
autoridad de Jesús: “Confía, hijo, tus pecados son perdonados”.
*****
En la Iglesia occidental, desde tiempos muy
antiguos, se ha confundido a María Magdalena con la pecadora arrepentida y con
María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro. Se ha tratado a las tres
mujeres como si fueran una sola. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II
ha corregido este error distinguiendo a las tres santas mujeres. En el
evangelio, María Magdalena es recordada porque después de presenciar la muerte
y sepultura del Señor, en la mañana de Pascua fue favorecida con la primera
aparición del Señor resucitado. Ella se destaca por ser primer testigo de la
resurrección y por haber recibido el mandato de anunciar este hecho a los
Apóstoles. En la antigüedad se la llamó "Apóstol de los apóstoles".