Como se han dado muchas situaciones frustrantes, en las que, con muchísimo sufrimiento, y tras largo tiempo -a veces muchos años- esperando un cambio en la persona, éste no ha llegado. Ignorando por completo que en dichas situaciones, además de la opresión del maligno hay un trastorno psicológico, hay una historia detrás, un "clima" de ataduras familiares, y, sobre todo, una voluntad que no está dispuesta a la conversión, es que quiero compartir con ustedes este escrito. El mismo, va a formar parte próximamente de un CD de charlas dedicada al tema. Es sólo un esbozo, pero que ciertamente a muchos va a abrir los ojos y será necesario que, al descubrir semejanzas con lo que aquí se dice, se acuda a un profesional para confirmar o desestimar el trastorno psicopático.
Esta realidad, en la práctica pastoral, se ha dado en muchas personas, y, sobre todo, la han padecido -y la padecen- muchas mujeres que, sufriendo todo tipo de violencia familiar, e ilusionadas con las promesas de cambio de su marido y por miedo a quedarse solas, no la asumen en toda su dimensión. Por otro lado, no es posible descubrirla sin tener un conocimiento de la psicopatología, que será crucial, y junto al discernimiento va a orientar fundamentalmente el camino a seguir.
Un abrazo, p. Luis Bruno
Ayudando al discernimiento: ¿cómo reconocer a un Psicópata?
Dentro de la complejidad del
ministerio de liberación, encontramos un aspecto que desconcierta y desanima
–cuando no desespera- al sujeto y a su entorno afectivo: el largo camino para
la liberación.
Un aspecto para tener en cuenta
en este sentido es la personalidad del sujeto, y, en el caso que se descubra un
trastorno psicopático, la situación cambia rotundamente por las características
mismas de este trastorno. En efecto, tanto la terapia psicológica como la
liberación total no son posibles para quien no muestra conciencia de
enfermedad, deseo y actitud de cambio, y búsqueda voluntaria de ayuda.
En este sentido, tanto la ciencia
psicológica como la fe coinciden totalmente: no puede ser sanado, ni menos liberado,
ni hay posibilidad de terapia alguna para quien no manifieste libremente que tiene
dicha necesidad. Por ejemplo, no recibe el perdón quien no está arrepentido, y
por lo tanto no cambiará su conducta por este mismo motivo, como tampoco puede
liberarse del alcoholismo quien no admite esta realidad en su vida, etc.
Antes de comenzar una oración de
liberación es necesario poder dialogar, si es posible, no sólo con la persona
en cuestión sino con algún familiar o alguien de su entorno que pueda dar
cuenta de los rasgos más importantes de
su vida y aportar la mayor cantidad de datos pertinentes posibles. Si la persona es casada, es indispensable el
diálogo con el cónyuge o su pareja. Esto
es muy importante, porque, como veremos, el psicópata miente, engaña, tiene
como una doble personalidad: se muestra simpático públicamente, pero en su
entorno familiar es radicalmente distinto: violento, manipulador, aprovechador,
etc.
Lo ideal es que, al realizar una
oración de discernimiento y luego de comprobarse la presencia negativa, la
persona comience un proceso de cambio, un compromiso por su bien y el de los
demás, un proceso de fe y conversión profunda en el que lo principal es buscar
la Voluntad de Dios para su vida.
Siempre, un proceso de liberación
forma parte de un proceso más amplio de sanación interior, y éste, a su vez,
entra dentro del proyecto amoroso de Dios que quiere manifestar su misericordia
y reinar en la vida de todos.
De manera que lo más importante
que debe buscarse es la Voluntad del Señor: en ese contexto, en ese entorno, en
la vida de esa persona. De nada nos serviría ser liberados del maligno si no
nos entregamos de lleno al Señor.
Así como consideramos a la salud
no sólo como la ausencia de enfermedad biológica, sino como la mayor calidad de
vida posible en todas sus áreas: biológica, psicológica, social y espiritual;
de la misma manera buscamos en el proceso de liberación no solamente la
ausencia de las influencias malignas, sino la mayor calidad de vida posible, la
búsqueda profunda del proyecto de amor que el Señor tiene para nosotros. Si no
comprendemos esto, será muy difícil realizar un auténtico proceso de sanación
interior y de liberación. Porque además, este proceso nos involucra a todos.
Todos estamos llamados a la vida digna, a la santidad, y Dios se comprometió en
Jesús con nosotros para esto que nos pide y desea: nuestra paz, libertad y
dignidad.
Este proceso constituye un camino
personal y comunitario a la vez, que dependerá de la historia: de las causas de
la infiltración del maligno, de las heridas subyacentes, de las condiciones de
vida, incluso de los antepasados, etc.
En este camino la persona necesitará la ayuda fraterna en la fe. Pero la condición necesaria para que reciba
esa ayuda es que ponga todo su esfuerzo de su parte para ser liberado. Es un
verdadero camino de ascesis. Muchas
veces la ausencia de este compromiso es lo que dificulta o imposibilita la
liberación. Otras veces la dificultad
radica en la falta de compromiso del entorno del afectado, con lo cual se
retarda la liberación. Otras veces ese
mismo sufrimiento lleva misteriosamente a un camino de santidad.
Tengo presente una persona que, después
de mucho tiempo, de noches de esfuerzos increíbles, después de mucha oración,
la ansiada liberación no llegó… y lo que es peor, aquel a quien estaba dirigida
la oración, no mostraba signos de cambio en su conducta, ni esfuerzo, ni deseo
de cambio. Era obvio que seguir orando
por liberación en esa situación sólo conllevaba una pérdida de tiempo.
Con todo, la persona sí buscaba
constantemente agua bendita, tanto para consumir como para ungirse, acudía a
misa, comulgaba… aunque a ciencia cierta no se sabe si lo hacía por propia
voluntad o llevado por los suyos.
Con respecto a su vida cotidiana
ésta se manifestaba desordenada, incapaz de planificar, sus actitudes denotaban
irresponsabilidad. Casado, padre de tres hijas, con una sólida formación
cristiana, educado en colegio católico, habiendo participado en retiros, y
sobre todo habiendo experimentado el amor de Dios, su misericordia, como así
también el poder del Señor para liberarlo, no tomaba en serio consideración su
compromiso familiar: no trabajaba, no buscaba trabajo, y siempre los demás eran
los culpables de tal situación.
Al mismo tiempo, con el entorno
fuera de su familia siempre se mostraba simpático, era el típico “amigo de
todos”, y siempre cabía un chistecito y una risotada con la que evadía un tema
serio o una responsabilidad, o incluso la consabida justificación, como para
que todo sea tomado con superficialidad y “seguir adelante” como si nada. Siempre encontraba una excusa para justificar
sus irresponsabilidades, siempre resultaba víctima de algo o de alguien, con
quejas y lamentos estruendosos.
Un dato curioso: nunca dejó de
jugar a la quiniela, ya que, consideraba “justo” que un hombre como él no
tuviera que trabajar. Él se consideraba alguien especial, de tal manera que
otros tenían que sostenerlo económicamente: primero su madre, luego su esposa,
y luego de la separación, otra vez su madre, quien consintió absolutamente con esa
conducta antes, durante y después de su matrimonio, y la afirmó aún más. De manera que siempre esperó ese “golpe de
suerte” fantástico con el que aseguraría toda su vida… y lo hacía malgastando
el poco dinero que obtenía su esposa para sostener a la familia. Destacamos que un factor muy importante para
sostener esa conducta tan impropia fue el papel que tuvo su madre, consintiendo
en todo, justificándolo, y afirmándolo en su grave accionar.
En los momentos de mayores crisis:
muerte de su padre, peligro de muerte de su hija al nacer, salvada por milagro
del Señor, jamás mostró una sensibilidad distinta, ni se alteró su sueño. Y
otras circunstancias insignificantes lo alteraban con mayor rigor: haberle
errado a la quiniela “por un número”, escandalizarse por actitudes de los
demás, enojos que llevan hasta la ira ante un mínimo pedido o una observación, etc.
Pero autocrítica, ninguna en absoluto.
Quienes no conocían las detalles
de su personalidad –ocultadas por vergüenza por su esposa- siempre creyeron estar
ante un buen tipo, alegre, simpático, presentado como padre ejemplar… y que
constituía con su esposa una pareja ideal, de tal manera que construyó una
imagen social absolutamente distinta de la que es en realidad: un psicópata,
perverso.
Pero, ¿cómo es un psicópata?
¿cuándo podemos decir que alguien posee este trastorno?
Antes que nada, la ciencia médica
nos ofrece criterios para poder evaluar si se trata o no de determinado
trastorno o patología. De manera que se
pueda decir si los rasgos presentados ofrecen un grado de certeza lo
suficientemente elevado como para que efectivamente se trate de un trastorno o
incluso varios. A estos criterios se los
denomina “criterios diagnósticos”.
Con respecto a la salud mental,
hay básicamente a nivel mundial dos sistemas de clasificación de las patologías
mentales: Uno, conocido como el DSM-IV por sus siglas en inglés: Diagnostic
and Statistical Manual of Mental Disorders o sea Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales, en su cuarta versión, emanado de la Asociación
Americana de Psiquiatría. Por su parte, la Organización Mundial de la
Salud recomienda el uso del Sistema Internacional denominado CIE-10 acrónimo
de la Clasificación Internacional de Enfermedades, décima versión, cuyo uso
está generalizado en todo el mundo.
Una concepción errónea muy
frecuente es pensar que la clasificación de los trastornos mentales clasifica a
las personas; lo que realmente hace es clasificar los trastornos de las
personas que los padecen.
Pues bien, ¿qué nos dicen estos
sistemas con respecto a la psicopatía? El nombre varía, llamándose en un
sistema Trastorno disocial de la personalidad, y en el otro Trastorno
antisocial de la personalidad:
La Décima
Clasificación de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10,
1992) define el Trastorno disocial de la personalidad según los siguientes
criterios:
1.
Cruel despreocupación por los sentimientos de
los demás y falta de capacidad de empatía.
2.
Actitud marcada y persistente de
irresponsabilidad y despreocupación por las normas, reglas y obligaciones
sociales.
3.
Incapacidad para mantener relaciones personales
duraderas.
4.
Muy baja tolerancia a la frustración o bajo
umbral para descargas de agresividad, dando lugar incluso a un comportamiento
violento.
5.
Incapacidad para sentir culpa y para aprender de
la experiencia, en particular del castigo.
6.
Marcada predisposición a culpar a los demás o a
ofrecer racionalizaciones verosímiles del comportamiento conflictivo
7.
Irritabilidad persistente.
Por su parte,
el Cuarto Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la
Asociación Psiquiátrica Americana (DSM-IV, 1994) utiliza los siguientes
criterios para el Trastorno antisocial de la personalidad:
Criterios
para el diagnóstico de F60.2 Trastorno antisocial de la personalidad [301.7]
A. Un patrón
general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta
desde la edad de 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes ítems:
(1) fracaso para adaptarse a las normas sociales en
lo que respecta al comportamiento legal, como lo indica el perpetrar
repetidamente actos que son motivo de detención;
(2) deshonestidad, indicada por mentir
repetidamente, utilizar un alias, estafar a otros para obtener un beneficio
personal o por placer.
(3) impulsividad o incapacidad para planificar el
futuro.
(4) irritabilidad y agresividad, indicados por
peleas físicas repetidas o agresiones.
(5) despreocupación imprudente por su seguridad o
la de los demás.
(6) irresponsabilidad persistente, indicada por la
incapacidad de mantener un trabajo con constancia o de hacerse cargo de
obligaciones económicas.
(7) falta de remordimientos, como lo indica la
indiferencia o la justificación del haber dañado, maltratado o robado a otros.
B. El sujeto
tiene al menos 18 años.
C. Existen
pruebas de un trastorno disocial que comienza antes de la edad de 15 años.
D. El
comportamiento antisocial no aparece exclusivamente en el transcurso de una esquizofrenia
o un episodio maníaco.
Es importante destacar que,
aunque haya varios criterios, no necesariamente deben estar presente la
totalidad de ellos para configurar el cuadro psicopático. En efecto, de los
siete mencionados, dice el DSM-IV que bastan al menos tres de ellos.
Ahora bien, estos criterios
diagnósticos no nos servirían de mucho si no estuviesen acompañados de una
descripción general de los mismos, esto es, del trastorno en su globalidad. Aquí es muy importante el aporte de las
personas del entorno –que a la vez son las que más sufren y a la vez son funcionales
al mantenimiento del trastorno-, dado que son las que más conocen al sujeto con
dicho trastorno. Por lo tanto, el
próximo paso es hacer una descripción general del trastorno. Esto nos ayudará a
identificar claramente al psicópata al confrontar esta descripción con la vida
real del sujeto en cuestión.
El trastorno antisocial de la
personalidad, también llamado psicopatía, sociopatía o trastorno disocial de la
personalidad tiene como característica principal el desprecio y violación de
los derechos de los demás.
Las personas con este trastorno
se caracterizan por despreciar los deseos, derechos y sentimientos de los
demás, muestran pocos remordimientos, carecen de empatía, son insensibles. Por
otro lado, pueden y suelen poseer cierto encanto artificial. Trastorno
antisocial no es sinónimo de comportamiento delictivo aunque, por supuesto, no
se puede negar la existencia de relación entre ambos términos. La psicopatía
supone un claro e importante factor de riesgo para la reincidencia en general y
para la violencia en particular.
Se hace imprescindible una
identificación lo más clara y concisa posible sobre el trastorno de la
psicopatía. Para ello, se evalúa mediante distintos sistemas clasificatorios (o
sea, lo que hemos visto anteriormente en el DSM IV, CIE 10).
El psicópata no está trastornado
mentalmente. Frente a ello no cabe lugar a dudas de que estamos hablando de una
persona “normal”, en el sentido de que no tiene una pérdida de la percepción de
la realidad y es plenamente consciente de sus acciones. Por lo tanto, es un sujeto a quien la ley
puede y debe penar. Es una persona que
sabe lo que hace, que hace daño y quiere hacerlo, piensa y programa, manipula y
usa todo tipo de estrategias para lograr sus fines.
La personalidad psicopática ha
sido estudiada a lo largo de la historia de la psiquiatría, recibiendo varias
denominaciones tales como locura moral, inferioridad psicopática, sociopatía,
personalidad amoral, asocial, antisocial o disocial.
Los psicópatas se caracterizan básicamente por su desprecio hacia las normas establecidas por la sociedad. Carente de principios morales, sólo valoran a las demás personas en la medida en que puedan serles de alguna utilidad práctica, de modo que no tienen reparo alguno en atropellar los derechos ajenos cuando éstos representan un obstáculo para el logro de sus propósitos.
Los psicópatas se caracterizan básicamente por su desprecio hacia las normas establecidas por la sociedad. Carente de principios morales, sólo valoran a las demás personas en la medida en que puedan serles de alguna utilidad práctica, de modo que no tienen reparo alguno en atropellar los derechos ajenos cuando éstos representan un obstáculo para el logro de sus propósitos.
En el historial del psicópata
abundan actos delicuenciales, como robos, agresiones, chantajes, estafas,
violaciones y hasta crímenes.
Su falta de sentimientos de culpa
o remordimientos se traduce en todo tipo de justificaciones para sus actos, de
modo que el psicópata se muestra a sí mismo como incomprendido o víctima de la
sociedad o de alguien en particular, guiándose siempre por sus propias reglas y no admitiendo nunca el
menor remordimiento o vergüenza por sus atropellos. Y esa falta de culpa la
transforman, al victimizarse, en culpa introyectada en los demás: siempre el
otro es culpable de lo que a él le pasa.
Impulsivos por naturaleza, no
miden el peligro ni las consecuencias de sus acciones, incurriendo
repetidamente en actos riesgosos para sí mismos y para los demás, como conducir
imprudentemente un vehículo, consumir sustancias adictivas o participar en actos
delictivos, jugar -y perder- el dinero para el sustento de su familia, etc.
Incapaces de tolerar las
frustraciones, pueden ser muy violentos si no consiguen lo que se proponen por
medios pacíficos.
Propensos al aburrimiento, buscan
continuamente las emociones intensas y se consideran a sí mismos como personas
de acción, intrépidos o temerarios (aunque no trabajen ni hagan nada útil por
los demás ni por sí mismos).
Sus relaciones interpersonales
son frías y superficiales. Se interesan sólo por sí mismos, suelen ver a los
demás como objetos intercambiables y son incapaces de sentir afecto por otras
personas, aunque pueden aparentar lo contrario si lo consideran necesario. Su afecto es fingido, por este motivo siempre
confunde a sus allegados con la alternancia de manifestaciones profundas de
afecto (fingidas) alternadas con graves hechos de irritabilidad, agresividad,
violencia física y/o psicológica, para luego pedir perdón y minimizar tales
hechos, justificarlos o considerarlos como bromas.
Son manipuladores, utilizan a los
demás para el logro de sus objetivos y no dudan en aprovechar las debilidades
ajenas, que suelen descubrir rápidamente. Tienen la sensibilidad de captar las
debilidades y las necesidades narcisísticas de los demás, y a la vez, la
capacidad de convencerlos de que sólo ellos pueden satisfacer tales necesidades
(aparentan ser protectores, cuando en realidad están manipulando).
Generalmente su entorno (pareja,
hijos, madre o padre…) siente la vergüenza y la culpa que el psicópata no
tiene. Por esto, justamente quienes
viven con él ocultan estos aspectos de su vida y le son funcionales a sus
demandas psicópatas: gritos, agresiones, manipulaciones, deudas, sostenimiento
económico y afectivo, compasión generada por la culpa, etc.
Son también sumamente deshonestos,
mienten con frecuencia y con gran facilidad, y aunque pueden generar simpatía
en algunas personas por su aparente independencia y temeridad, no son capaces
de mantener relaciones sentimentales profundas duraderas, siendo por lo general
infieles y promiscuos sexualmente.
Su conducta está disociada: saben
captar instrumentalmente la atención benévola de los demás mostrándose alegres,
simpáticos, dicharacheros, pero son incapaces de amar, de brindarse
desinteresadamente, de tratar a los demás como personas. Quienes no lo conocen
suelen llevarse una impresión agradable, sin siquiera sospechar el mundo de sus
relaciones cotidianas.
Sabe camuflar muy bien su falta
de culpa y arrepentimiento, a través de la mentira y la manipulación. Es capaz
de representar una escena en la que aparentemente manifiesta arrepentimiento o
pedido de perdón, pero simplemente es eso: una representación en la que está
manipulando al otro o a los otros, a quienes considera solamente objetos para
satisfacer sus intereses.
Este trastorno suele iniciarse
tempranamente, en la adolescencia o aun en la infancia, con mala conducta
escolar, maltrato de animales o niños pequeños, agresividad, violencia,
mentiras frecuentes y delitos menores como robos o daños a la propiedad ajena.
Como no es el objetivo aquí de ahondar teóricamente en este tema, sino por el contrario, ayudar al discernimiento, creo que se presentan suficientes aspectos tendientes a iluminar las situaciones particulares.
Que el Señor los bendiga, y son siempre bienvenidos los comentarios.
P. Luis
Como no es el objetivo aquí de ahondar teóricamente en este tema, sino por el contrario, ayudar al discernimiento, creo que se presentan suficientes aspectos tendientes a iluminar las situaciones particulares.
Que el Señor los bendiga, y son siempre bienvenidos los comentarios.
P. Luis