martes, 23 de abril de 2013

Hacia la Canonización de Juan Pablo II


Vaticano

Juan Pablo II, un paso más cerca de ser proclamado santo

Una comisión médica le atribuyó un segundo milagro al papa polaco
Por Elisabetta Piqué  | LA NACION

ROMA.- Se acerca la canonización de Juan Pablo II (1978-2005): la comisión médica de la Congregación para la Causa de los Santos reconoció que es inexplicable la curación de una mujer atribuida a un milagro por intercesión del papa polaco, que ya fue beatificado.
Según adelantó Vatican Insider, falta ahora que este presunto segundo milagro sea aprobado por los teólogos y luego por los cardenales y obispos de la congregación, antes de ser sometido al Papa para el "sí" definitivo.
Pero de todos modos, el dictamen de la comisión médica es el trámite que se considera más importante: ni los teólogos ni los cardenales entran de hecho en las valoraciones clínicas relativas al caso.
Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005 y fue beatificado por Benedicto XVI el 1° de mayo de 2011 en tiempo récord, después de que fuera aprobado el milagro relativo a la curación inexplicable del mal de Parkinson de una monja francesa.
La Iglesia establece que deben pasar cinco años desde la muerte para empezar el proceso de canonización, pero el clamor de "santo súbito" de los fieles que participaron en los funerales de Juan Pablo II convencieron a su sucesor de acortar los tiempos.
Con el paso dado ahora por la comisión de médicos del Vaticano, se especula con que el papa Francisco podría proclamar santo a Juan Pablo II el domingo 20 de octubre próximo, en coincidencia con 35° aniversario de la elección del papa polaco (16 de octubre de 1978).
Por otra parte, trascendió que Francisco quiere una rápida conclusión de la causa de beatificación de Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo de El Salvador asesinado por un sicario el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba misa. Romero fue famoso por sus denuncias contra la dictadura militar salvadoreña. "La causa de beatificación se ha desbloqueado", anunció el postulador de la causa, monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo de la Familia, de la Comunidad de San Egidio.
JUAN PABLO II
Papa (1978-2005)
  • Primer milagro
    Al Papa polaco se lo beatificó en 2005 luego de que se le adjudicara la cura del Parkinson de una monja
  • Segundo milagro
    Una comisión médica catalogó ayer como "inexplicable" la curación de una mujer atribuida al Papa.  

Recordemos que una mujer mexicana con un gran tumor en su garganta, que se encomendó a Juan Pablo II -venerando una reliquia del mismo- recibió el pleno restablecimiento de su salud.  Haciendo click en el texto subrayado de abajo podemos conocer más sobre esta sanación:

Se estudiará un milagro por intercesión del beato Juan Pablo II en México

Una gota de la sangre de Juan Pablo II, es decir una valiosísima reliquia, se encuentra también en Argentina: en la Parroquia "Nuestra Sra. de la Asunción",  de la ciudad de Resistencia, Chaco.  Está expuesta en el Templo parroquial, cerca del Sagrario.
Por mi parte, creo firmemente en la santidad de Juan Pablo II, y su continua intercesión.
No creo que necesite comentario de mi parte sobre la causa de Mons. Romero, luego de recordar la fecha de su martirio.  Mons. Romero fue un verdadero Testigo (Mártir) de Cristo, que unió su sangre a la de Cristo en la Eucaristía. Y a la vez es para nosotros un vivo ejemplo de que la caridad triunfa por encima de las ideologías y el conservadurismo.
En esta semana del Buen Pastor, que Jesús nos guíe y conduzca hacia las fuentes de vida, por intercesión de Juan Pablo II y de Mons. Óscar A. Romero.
p. Luis

viernes, 5 de abril de 2013

Homilía del Papa Francisco con ocasión de la Misa Crismal, el Jueves Santo


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Jueves Santo 28 de marzo de 2013


Queridos hermanos y hermanas

Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.

Amén.