jueves, 20 de diciembre de 2012

Pablo VI, virtudes heroicas; José Gabriel del Rosario Brochero (Cura Brochero)

DECRETOS DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
Ciudad del Vaticano, 20 diciembre 2012 (VIS).- El Santo Padre ha recibido esta mañana en audiencia al cardenal Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. En el transcurso de la misma, el Papa ha autorizado a la Congregación a promulgar los siguientes decretos concernientes a:
MILAGROS atribuidos a la intercesión de
-Beatos Antonio Primaldo y sus compañeros, italianos, mártires, asesinados el 13 de agosto 1480 en Otranto (Italia).
-Beata Laura de Santa Catalina de Siena (en el siglo María Laura de Jesús Montoya y Upegui), colombiana 1874 -1949; fundadora de la congregación de las Religiosas misioneras de la Bienaventurada Virgen Maria y de Santa Catalina de Siena.
-Beata María Guadalupe (en el siglo Anastasia Guadalupe García Zavala), mexicana, 1878-1963; Cofundadora de las Siervas de Santa Margarita Maria y de los pobres.
-Venerable Siervo de Dios Antonio Franco, italiano, 1585 -1626, Prelado Ordinario de Santa Lucia del Mela.
-Venerable Siervo de Dios José Gabriel del Rosario Brochero, argentino, 1840-1916, sacerdote diocesano.
-Venerable Siervo de Dios Cristóbal de Santa Catalina (en el siglo Cristóbal Fernández Valladolid), español, 1638-1690, sacerdote y fundador de la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno en Córdoba.
-Venerable Sierva de Dios Sofia Czeska-Maciejowska, polaca, 1584-1650, fundadora de la congregación de las Vírgenes de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María.
-Venerable Sierva de Dios Margherita Lucia Szewczyk, ucraniana, 1828-1905, fundadora de la congregación de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores, llamadas Serafitki.
MARTIRIOS
-Siervo de Dios Miroslav Buleši, croata, 1920-1947, sacerdote diocesano; asesinado por odio a la fe el 24 de agosto de 1947 en Croacia.
-Siervos de Dios Jose Javier Gorosterratzu, y 5 compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor, españoles, asesinados por odio a la fe entre 1936 y 1938.
-Siervos de Dios Ricardo Gil Barcelón, sacerdote, y Antonio Arrué Peiró, postulante, españoles, de la Congregación de la Pequeña obra de la Divina Providencia, asesinados por odio a la fe en Valencia en 1936.
-Siervo de Dios Manuel de la Sagrada Familia, español, 1887-1936, (en el siglo Manuel Sanz Domínguez), monje profeso, reformador de la Orden de San Jerónimo, asesinado por odio a la fe en Paracuellos de Jarama entre el 6 y el 8 de noviembre de 1936.
-Siervas de Dios Maria di Montserrat (en el siglo Josefa Pilar García y Solanas) y 8 compañeras, religiosas profesas del Instituto de las Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula y Lucrecia García y Solanas, laica, todas ellas españolas, asesinadas por odio a la fe en Barcelona el 23 de julio de 1936.
-Siervas de Dios Melchora de la Adoración Cortés Bueno y 14 compañeras de la Sociedad de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, asesinadas por odio a la fe entre 1936 y 1937.
-VIRTUDES HEROICAS
-Siervo de Dios Pablo VI (Giovanni Battista Montini), italiano, 1897-1978, Sumo pontífice.
-Siervo de Dios Francesco Saverio Petagna, italiano, 1812-1878, obispo, fundador de la congregación de las Hermanas de los Sagrados Corazones.
-Siervo de Dios Juan José Santiago Bonal Cortada, español,1769-1829,sacerdote, fundador de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
-Louis-Marie Baudouin, francés, 1765-1835; sacerdote,fundador de las Congregaciones de los Hijos de María Inmaculada.
-Sierva de Dios Giovannina Franchi, italiana, 1807- 1872, fundadora de las Hermanas Hospitalarias de María Dolorosa de Como.
-Sierva de Dios Marcelina de San José (en el siglo Luisa Aveledo),venezolana, 1874-1959, fundadora de la congregación de las Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver;
-Sierva de Dios Claudia Russo, italiana, 1889-1964, fundadora de la congregación de las Hermanas Pobres Hijas de la Visitación de la Virgen María.
-Sierva de Dios Maria Francisca de las Llagas (en el siglo Rosa Elena Cornejo) ecuadoreña, 1874 -1964, fundadora de la congregación de las Hermanas Misioneras Franciscanas de la Inmaculada.
-Sierva de Dios Clara Ludovica Szczesna, polaca,1863-1916, cofundadora de la congregación de las Siervas del Santísimo Corazón de Jesús.
-Sierva de Dios Consuelo (en el siglo Joaquina Maria Mercedes Barceló y Pagés), española, 1857-1940, cofundadora de la congregación de las Religiosas Agustinas de Nuestra Señora del Consuelo.

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Pablo VI y el diablo

¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?
Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia. "Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre. "
Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?
La respuesta de Pablo VI es clara y neta: "Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?". Y el Papa precisa: "Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma".
Para decirlo brevemente, Pablo VI tenía la sensación de que "el humo de Satanás ha entrado por alguna fisura en el templo de Dios".
Así se expresaba Pablo VI sobre la crisis de la Iglesia el 29 de junio de 1972, noveno aniversario de su coronación. Algunos periódicos se mostraron sorprendidos por la declaración del Papa sobre la presencia de Satanás en la Iglesia. Otros periódicos se escandalizaron. ¿No estaba Pablo VI exhumando creencias medievales que se creían olvidadas para siempre?
Una de las grandes necesidades de la Iglesia contemporánea
Sin arredrarse ante estas críticas Pablo VI volvió sobre este tema candente cinco meses más tarde. Y lejos de contentarse con reafirmar la verdad sobre Satanás y su actividad, el Papa consagró una entera catequesis a la presencia activa de Satanás en la Iglesia (cfr Audiencia general, 15 de noviembre de 1972).
Desde el inicio, Pablo VI subrayó la dimensión universal del tema: "¿Cuáles son hoy afirma las necesidades más importantes de la Iglesia?". La respuesta del Papa es clara: "Una de las necesidades más grandes de la Iglesia es la de defenderse de ese mal al que llamamos el demonio".
Y Pablo VI recuerda la enseñanza de la Iglesia sobre la presencia en el mundo "de un ser viviente, espiritual, pervertido y pervertidor, realidad terrible, misteriosa y temible".
Después, refiriéndose a algunas publicaciones recientes (en una de las cuales un profesor de exégesis invitaba a los cristianos a "liquidar al diablo"), Pablo VI afirmaba que "se separan de la enseñanza de la Biblia y de la Iglesia los que se niegan a reconocer la existencia del diablo, o los que lo consideran un principio autónomo que no tiene, como todas las criaturas, su origen en Dios; y también los que lo explican como una pseudorealidad, una invención del espíritu para personificar las causas desconocidas de nuestros males".
"Nosotros sabemos prosiguió Pablo VI- que este ser oscuro y perturbador existe verdaderamente y que está actuando de continuo con una astucia traidora. Es el enemigo oculto que siembra el error y la desgracia en la historia de la humanidad."
"Es el seductor pérfido y taimado que sabe insinuarse en nosotros por los sentidos, la imaginación, la concupiscencia, la lógica utópica, las relaciones sociales desordenadas, para introducir en nuestros actos desviaciones muy nocivas y que, sin embargo, parecen corresponder a nuestras estructuras físicas o psíquicas o a nuestras aspiraciones profundas. "
Satanás sabe insinuarse... para introducir... Estas expresiones, ¿no recuerdan a las del león rugiente de San Pedro que ronda, buscando a quien devorar? El diablo no espera a ser invitado para presentarse, más bien impone su presencia con una habilidad infinita.
El Papa evocó también el papel de Satanás en la vida de Cristo. Jesús calificó al diablo de "príncipe de este mundo" tres veces a lo largo de su ministerio, tan grande es el poder de Satanás sobre los hombres.
Pablo VI se esforzó en señalar los indicios reveladores de la presencia activa del demonio en el mundo. Volveremos sobre este diagnóstico.
Lagunas en la teología y en la catequesis
En su exposición, el Santo Padre sacó una conclusión práctica que, más allá de los millares de fieles presentes en la vasta sala de las audiencias, se dirigía a los católicos de todo el mundo: "A propósito del demonio y de su influencia sobre los individuos, sobre las comunidades, sobre sociedades enteras, habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica, al que hoy se presta poca atención".
El cardenal J. L. Suenens, antiguo arzobispo de BruxellesMalines, escribió al final de su libro Renouveau et Puissances des ténébres: "Acabando estas páginas, confieso que yo mismo me siento interpelado, ya que me doy cuenta de que a lo largo de mi ministerio pastoral no he subrayado bastante la realidad de las Potencias del mal que actúan en nuestro mundo contemporáneo y la necesidad del combate espiritual que se impone entre nosotros" (p. 113).
En otras palabras, la Cabeza de la Iglesia piensa que la demonología es un capítulo "muy importante" de la teología católica y que hoy en día se descuida demasiado. Existe una laguna en la enseñanza de la teología, en la catequesis y en la predicación. Y esta laguna solicita ser colmada. Estamos ante "una de las necesidades más grandes" de la Iglesia en el momento presente.
¿Quién lo habría previsto? La catequesis de Pablo VI sobre la existencia a influencia del demonio produjo un resentimiento inesperado por parte de la prensa. Una vez más, se acusó a la Cabeza de la Iglesia de retornar a creencias ya superadas por la ciencia. ¡El diablo está muerto y enterrado!
Raramente los periódicos se habían levantado con una vehemencia tan ácida contra el Soberano Pontífice. ¿Cómo explicar la violencia de estas reacciones?
Que periódicos hostiles a la fe cristiana ironicen sobre una enseñanza del Papa no suscita ninguna extrañeza. Es coherente con sus posiciones. Pero que al mismo tiempo se dejen llevar de la cólera, esto es lo que sorprende...
¿Cómo no presentir bajo estas reacciones la cólera del Maligno? En efecto, Satanás necesita el anonimato para poder actuar de manera eficaz. ¿Cuál no será su irritación, por tanto, cuando ve al Papa denunciar urbi et orbi sus artimañas en la Iglesia? Es la cólera del enemigo que se siente desenmascarado y que exhala su despecho a través de estos secuaces inconscientes.
El enemigo desenmascarado
Habría que retomar el capítulo de la demonología: esta consigna de Pablo VI tuvo una especie de precedente en la historia del papado contemporáneo.
Era un día de diciembre de 1884 o de enero de 1885, en el Vaticano, en la capilla privada de León XIIII. Después de haber celebrado la misa, el Papa, según su costumbre, asistió a una segunda misa. Hacia el final, se le vio levantar la cabeza de repente y mirar fijamente hacia el altar, encima del tabernáculo. El rostro del Papa palideció y sus rasgos se tensaron. Acabada la misa, León XIII se levantó y, todavía bajo los efectos de una intensa emoción, se dirigió hacia su estudio. Un prelado de los que le rodeaban le preguntó: "Santo Padre, ¿Se siente fatigado? ¿Necesita algo?". "No, respondió León XIII, no necesito nada... "
El Papa se encerró en su estudio. Media hora más tarde, hizo llamar al secretario de la Congregación de Ritos. Le dio una hoja, y le pidió que la hiciera imprimir y la enviara a los obispos de todo el mundo.
¿Cuál era el contenido de esta hoja? Era una oración al arcángel San Miguel, compuesta por el mismo León XIII. Una oración que los sacerdotes recitarían después de cada misa rezada, al pie del altar, después del Salve Regina ya prescrito por Pío IX:
Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la adversidad y las asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes. Y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros malos espíritus que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
León XIII confió más tarde a uno de sus secretarios, Mons. Rinaldo Angeh, que durante la misa había visto una nube de demonios que se lanzaban contra la Ciudad Eterna para atacarla. De ahí su decisión de movilizar a San Miguel Arcángel y a las milicias del cielo para defender a la Iglesia contra Satanás y sus ejércitos, y más especialmente para la solución de lo que se llamaba "la Cuestión romana".
La oración a San Miguel fue suprimida en la reciente reforma litúrgica. Algunos piensan que, siendo tan adecuada para conservar entre los fieles y los sacerdotes la fe en la presencia activa de los ángeles buenos y de los malvados, podría ser reintroducida, o bien en la Liturgia de las Horas, o bien en la oración de los fieles en la misa. Como afirmaba Juan Pablo II el 24 de mayo de 1987, en el santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan: "el demonio sigue vivo y activo en el mundo". Las hostilidades no han cesado, los ejércitos de Satanás no han sido desmovilizados. Por lo tanto la oración continúa siendo necesaria.
El 20 de abril de 1884, poco tiempo antes de esta visión del mundo diabólico, León XIII había publicado una encíclica sobre la francmasonería que se inicia con consideraciones de envergadura cósmica. "Desde que, por la envidia del demonio, el género humano se separó miserablemente de Dios, a quien debía su llamada a la existencia y los dones sobrenaturales, los hombres se ha dividido en dos campos opuestos que no cesan de combatir: uno por la verdad y la virtud, el otro por aquello que es contrario a la virtud y a la verdad. "
Meditando las consideraciones de León XIII se comprende mejor la consigna dada por Pablo VI en su catequesis del 15 de noviembre de 1972: "Habría que retomar un capítulo muy importante de la doctrina católica (la demonología), al que hoy se presta poca atención".
Juan Pablo II ha hecho suya la consigna de su predecesor. En su enseñanza ha ido incluso más allá de Pablo VI. Mientras que éste no dedicó más que una catequesis del miércoles al problema del demonio, Juan Pablo II ha tratado este tema a lo largo de seis audiencias generales sucesivas. Y hay que añadir a esta enseñanza una peregrinación al santuario de San Miguel Arcángel en el Monte Gargan, el 24 de mayo de 1987, y un discurso sobre el demonio pronunciado el 4 de septiembre de 1988, con motivo de su viaje a Turín.
Las instituciones, instrumento de Satanás
En otras ocasiones, Juan Pablo II ha puesto en guardia a los fieles contra las insidias del diablo, como por ejemplo en su encuentro con 30.000 jóvenes en las islas Madeira (mayo de 1991) donde citó un pasaje significativo de su mensaje de 1985 para El año internacional de la juventud: "La táctica que Satanás ha aplicado, y que continúa aplicando, consiste en no revelarse, para que el mal que ha difundido desde los orígenes se desarrolle por la acción del hombre mismo, por los sistemas y las relaciones entre los hombres, entre las clases y entre las naciones, para que el mal se transforme cada vez más en un pecado 'estructural' y se pueda identificar cada vez menos como un pecado `personal'". Satanás actúa, pero actúa sobre todo en la sombra, para pasar desapercibido. Satanás actúa a través de los hombres y también a través de las instituciones.
¿Es posible imaginar el papel de Satanás en la preparación, lejana y cercana de las leyes que autorizan el aborto y la eutanasia?
En un estudio actual sobre Satanás, Dom Alois Mager o.s.b., antiguo decano de la facultad de teología de Salzburgo, afirma que el mundo satánico se caracteriza por dos rasgos: la mentira y el asesinato. "La mentira aniquila la vida espiritual; el asesinato, la vida corporal... Aniquilar siempre, ésta es la táctica de las fuerzas satánicas". Ahora bien, Dios es Aquel que es y que da sin cesar la vida, el movimiento y la existencia (cfr Hch 17, 28).
La insistencia creciente de dos Papas contemporáneos sobre Satanás y sus maquinaciones ¿no es altamente significativa? ¿No nos invita a una profundización en nuestra postura sobre el papel de Satanás en la historia, la historia grande de los pueblos y de la Iglesia y la historia pequeña de cada hombre en particular?
Un terreno minado
Sé muy bien que escribiendo estas páginas me aventuro en un terreno minado, rodeado de misterio. Primero por la materia tratada. Después por el escepticismo existente sobre el tema. Pocos cristianos parecen creer verdaderamente en la existencia personal de los demonios. Muchos parecen incluso rechazar esta verdad, no porque sea incierta, sino porque se nos dice "hoy en día la gente no la admitiría". ¡Como si el hombre de la era atómica pudiera censurar los datos de la Revelación! ¡Como si ésta se asemejara al menú de un restaurante donde cada cliente elige o rechaza los platos a su gusto!
Otros, también irreverentes con la Revelación, compartirían con gusto la posición de este viejo señor que, al final de una agitada mesa redonda sobre la existencia del diablo, sugería que la cuestión fuese decidida... por un referéndum: "La mayoría decidirá si los demonios existen o no". ¡Como si la verdad dependiese del número de opiniones y no de su consistencia! ¿Lo que afirman cien charlatanes deberá tener más peso que la opinión meditada de un sabio o de un santo?
Algunos años antes de la intervención de Pablo VI, el cardenal GabrielMarie Garrone denunciaba la conspiración del silencio sobre la existencia de los demonios: "Hoy en día apenas si se osa hablar. Reina sobre este tema una especie de conspiración del silencio. Y cuando este silencio se rompe es por personas que se hacen los entendidos o que plantean, con una temeridad sorprendente, la cuestión de la existencia del demonio. Ahora bien, la Iglesia posee sobre este punto una certeza que no se puede rechazar sin temeridad y que reposa sobre una enseñanza constante que tiene su fuente en el Evangelio y más allá. La existencia, la naturaleza, la acción del demonio constituyen un dominio profundamente misterioso en el que la única actitud sabia consistirá en aceptar las afirmaciones de la fe, sin pretender saber más de lo que la Revelación ha considerado bueno decirnos".
Y el cardenal concluye: "Negar la existencia y la acción del 'Maligno' equivale a ofrecerle un inicio de poder sobre nosotros. Es mejor, en esto como en el resto, pensar humildemente como la Iglesia, que colocarse, por una pretenciosa superioridad, fuera de la influencia benefactora de su verdad y de su ayuda".
Es una obra buena armarles
Una decena de años más tarde, una vigorosa profesión de fe del obispo de Estrasburgo, Mons. Léon Arthur Elchinger, se hará eco de las consideraciones del cardenal GabrielMarie Garrone. Pondrá, como se suele decir, los punto sobre las "íes", desafiando de esta manera a cierta intelligentia.
"Creer en Lucifer, en el Maligno, en Satanás, en la acción entre nosotros del Espíritu del mal, del Demonio, del Príncipe de los demonios, significa pasar ante los ojos de muchos por ingenuo, simple, supersticioso. Pues bien, yo creo. "
"Creo en su existencia, en su influencia, en su inteligencia sutil, en su capacidad suprema de disimulo, en su habilidad para introducirse por todas partes, en su capacidad consumada de llegar a hacer creer que no existe. Sí, creo en su presencia entre nosotros, en su éxito, incluso dentro de grupos que se reúnen para luchar contra la autodestrucción de la sociedad y de la Iglesia. Él consigue que se ocupen en actividades completamente secundarias a incluso infantiles, en lamentaciones inútiles, en discusiones estériles, y durante este tiempo puede continuar su juego sin miedo a ser molestado. "
Y el prelado expone sus razones de orden sobrenatural primero y después de orden natural.
"Sí, creo en Lucifer y esto no es una prueba de estrechez de espíritu o de pesimismo. Creo porque los libros inspirados del Antiguo y del Nuevo Testamento nos hablan del combate que entabla contra aquellos a los que Dios ha prometido la herencia de su Reino. Creo porque, con un poco de imparcialidad y una mirada que no se cierre a la luz de lo Alto, se adivina, se constata cómo este combate continúa bajo nuestros ojos. Ciertamente, no se trata de materializar a Lucifer, de quedarnos en las representaciones de una piedad popular. Lucifer, el Príncipe del mal, actúa en el espíritu y en el corazón del hombre. "
"Finalmente, creo en Lucifer porque creo en Jesucristo que nos pone en guardia contra él y nos pide combatirlo con todas nuestras fuerzas si no queremos ser engañados sobre el sentido de la vida y del amor".

Beato Cura Brochero




NOTICIAS DESTACADAS
  La Santa Sede oficializó la beatificación del Cura Brochero
Ciudad del Vaticano, 20 Dic 2012 (AICA): El Santo Padre Benedicto XVI aprobó esta mañana la promulgación del decreto sobre el milagro atribuído al venerable presbítero José Gabriel del Rosario Brochero, sacerdote cordobés que vivió entre 1840 y 1914.

Este instrumento pontificio da definitivamente paso a la beatificación, que se espera tenga lugar hacia fines del año 2013.

La noticia se dio a conocer luego de que el Santo Padre recibiera en audiencia al cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Durante la mañana, el Papa aprobó también la promulgación del decreto sobre las virtudes del papa Pablo VI, conocido en el mundo con el nombre de Giovanni Battista Montini. En el mismo documento se aprueban los martirios y milagros atribuidos a diversos cristianos ya elevados a la gloria de los altares o en camino a la canonización.

El milagro
El proceso de canonización se inició en la década de 1960. La certeza de la beatificación quedó sellada luego de que una junta médica convocada por el Vaticano llegara a la conclusión que la recuperación de un niño tras un accidente de tránsito excedió la explicación científica. "Siete médicos dijeron que la curación del nene fue milagrosa", explicó en una entrevista monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje y delegado episcopal para las Causas de los Santos en la Argentina.

Luego de conocer el informe de los profesionales de la salud, los teólogos de la Santa Sede votaron en forma positiva, sin elevar objeción al presunto milagro. Así, la Congregación de las Causas de los Santos entregó meses atrás su veredicto al Papa, a la espera de la firma del decreto de beatificación.

El Cura Brochero
José Gabriel del Rosario Brochero (1840-1914) fue ordenado sacerdote a los 26 años. Al inicio de su ministerio, el cura Brochero, como le llamaban sus fieles, se destacó por su entrega para socorrer a los enfermos y moribundos de la epidemia de cólera que azotó en 1867 a la ciudad de Córdoba.

El 24 de diciembre de 1869 deja la ciudad de Córdoba para hacerse cargo del curato de San Alberto, actualmente conocido como el valle de Traslasierra, instalado en la localidad de Villa del Tránsito.


Se lo recuerda como el "cura gaucho" que asumió como propias las necesidades de la gente. Con sus propias manos y animando a los pobladores construyó iglesias y capillas, levantó escuelas y abrió caminos entre las montañas.

En su vejez el padre Brochero enfermó de lepra, al haber compartido el mate y la vida de enfermos de ese mal, que lo dejó sordo y ciego.


Para más información se puede visitar www.curabrochero.org.ar.+


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Brochero, discípulo misionero de Jesucristo
 
Cruz del Eje (Córdoba), 20 Dic 2012 (AICA): El Cura Brochero nació el 16 de Marzo de 1840 en un paraje llamado “Carreta Quemada” en las cercanías de Santa Rosa del Río Primero (Provincia de Córdoba) siendo bautizado al otro día de su nacimiento en la Parroquia de Santa Rosa. A los 16 años entró al Seminario Mayor de Córdoba “Nuestra Señora de Loreto” en donde recibió su formación sacerdotal y en las aulas de la Universidad de Córdoba cursó sus estudios filosóficos y teológicos. Fue ordenado presbítero el 4 de noviembre de 1866 por el Obispo José Vicente Ramírez de Arellano y preside su Primera Misa en la Capilla del Seminario el 10 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Loreto. Fue nombrado Prefecto de Estudios del Seminario y se inició en la vida pastoral en la Catedral de Córdoba. En 1869 se recibió de Maestro en Filosofía por la Universidad y en noviembre de 1869 el Obispo lo destinó a Traslasierra a hacerse cargo del Curato de San Alberto y más tarde es nombrado Párroco de Villa del Tránsito (actualmente Villa Cura Brochero) desde donde desplegó su intenso ministerio pastoral. Murió leproso y ciego en esa Villa el 26 de enero 1914, a los 74 años de edad.

Un rasgo típico de su vida sacerdotal fue la presentación del Evangelio mediante un lenguaje vívido y cercano a la comprensión de la gente sencilla. Su preocupación estuvo en iluminar la vida de sus fieles a partir de la Palabra de Dios no de forma general y abstracta sino aplicada a las circunstancias concretas de la vida. Durante sus cabalgatas y viajes se entregaba también a la oración silenciosa y continua de donde más tarde brotaría su predicación. Sus ratos largos orando delante de la Eucaristía como así también su amor y devoción a la Santísima Virgen María, le dieron esa profundidad que es propia de la palabra que brota de la contemplación y que luego se expande en la acción apostólica. Convencido de que los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola eran un medio excelente para llevar a sus fieles a Dios, se convirtió en un gran propulsor de los mismos. A tal fin construyó con sus fieles una Casa de Ejercicios en donde llegaron a darse tandas hasta de 800 participantes cuyo fruto más notable e importante fue el cambio de vida de muchísimos hombres y mujeres. Estos "baños del alma" , como denominaba a los Ejercicios Espirituales ignacianos, lo llevó a predicarlos también en otras partes del país (Santiago del Estero, Tucumán) y a los presos de la Penitenciaría de Córdoba .

En cada una de las etapas de su vida sacerdotal, el Cura Brochero se interesó también por el desarrollo socioeconómico de sus fieles, la enseñanza, los caminos, el ferrocarril. Su corazón sacerdotal se volcó siempre en el servicio hacia los más necesitados. Por esta razón, estuvo dispuesto a golpear todas las puertas y a buscar a todos aquellos que puedan darle una mano a fin de conseguir los medios temporales necesarios para que sus feligreses alcanzaran una vida más digna y cristiana. Sus gestos sacerdotales procedían del amor de Cristo Pastor que busca al hombre necesitado de paz y de perdón, de justicia, de verdad. Todo aquel que reclamaba su presencia sacerdotal (particularmente los enfermos y moribundos cuya atención normalmente requería el recorrido de decenas de kilómetros a caballo) hallaron en él al ministro de Dios siempre dispuesto a servirles hasta el fin: “Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio". Brochero conoció también el dolor de las pruebas en su intensa vida apostólica: críticas e incomprensiones de algunos sacerdotes, religiosas y fieles; indolencia de algunos gobernantes ante sus pedidos de colaboración (particularmente su sueño irrealizado del ferrocarril) y finalmente, su lepra.

Mirando su vida hallamos reflejado un ejemplo viviente para todo sacerdote y un ejemplo concreto y profético de lo que nuestro pueblo anhela ver realizado en sus pastores. Ya lo señalaba un periodista en un artículo escrito en un diario cordobés en 1887:

"Es un hombre de carne y huesos: dice misa, confiesa, ayuda a bien morir, bautiza, consagra la unión matrimonial, etc. Y sin embargo es una excepción: practica el Evangelio. ¿Falta un carpintero? Es carpintero. ¿Falta un peón? Es un peón. Se arremanga la sotana en donde quiera, toma la pala o la azada y abre un camino público en 15 días, ayudado por sus feligreses. ¿Falta todo? ¡Pues él es todo! y lo hace todo con la sonrisa en los labios y la satisfacción en el alma, para mayor gloria de Dios y beneficio de los hombres, y todo sale bien hecho porque es hecho a conciencia. Y no ha hecho solamente caminos públicos: Ha hecho también una buena Iglesia. Ha hecho, además, un gran colegio... ¡y todo sin subsidio de la Provincia, sin erogación por parte de los miembros de la localidad! ¡Lo ha hecho todo con sus propias garras! ¿Milagro? No. La cosa es muy sencilla. Es cuestión de honradez y voluntad. En otros términos: es cuestión de haber tomado el apostolado en serio, como lo ha tomado el cura Brochero".

Otro rasgo de su estilo sacerdotal fue la clara conciencia de que Dios es la fuente auténtica de la dignidad humana y por tanto predicar a Cristo es llevar a todo hombre a una vida más digna y humana. Esta convicción lo llevaba a que en su acción pastoral siempre estuvieran unidos vida en Dios y vida humana más plena. En su mente y corazón de pastor, evangelización y promoción humana formaban un binomio inseparable. A diferencia de muchos sacerdotes de su época, entendió su misión de manera amplia, integral, sin limitarse a lo sacramental, llegando a alcanzar horizontes que aún hoy sorprenden por su audacia, intensidad y amplitud. Su celo evangelizador lo llevó a mejorar las condiciones de vida de sus feligreses: telégrafos, correos, escuelas públicas, caminos, tramitación para conseguir el ferrocarril, promoción del turismo en la zona, proyectos de construcción de un dique, cultivo de peces para alimento de su gente, educación de la mujer a través de la fundación del colegio de niñas con la invalorable cooperación de las Esclavas del Corazón de Jesús.

Su vida, por la gracia del Espíritu, fue progresivamente convirtiéndose en una huella de Jesús en medio del mundo y como Él “pasó haciendo el bien y sanando a los que estaban oprimidos por el mal” (Hech. 10, 38). Fue dejando entre la gente esa “fragancia de Cristo” (2 Cor. 2, 15) que señalaba a todos que Él sigue vivo y operante en la historia a través de la Iglesia. En definitiva, la mística apostólica que encarnó el Cura Brochero consistió en el despliegue humano y concreto de la caridad de Dios derramada por el Espíritu Santo en su corazón sacerdotal.

El Episcopado Argentino en enero de 1964 -en pleno desarrollo del Concilio Vaticano II- expresó a través del Cardenal Antonio Caggiano su adhesión a la figura ejemplar de Brochero:

“Como todos los grandes hombres, Brochero fue un ‘precursor’. Se adelantó a las ideas de su tiempo y a los métodos pastorales y misioneros de entonces, buscando nuevas maneras de transmitir íntegramente el mensaje cristiano. De un humilde pueblo de escasa vida espiritual, hizo una auténtica parroquia cuya irradiación espiritual todavía hoy continúa en toda la provincia de Córdoba. Se ocupó tanto del ‘cuerpo de su parroquia’ (cuidados a los necesitados, obras de caridad y misericordia, mejoras materiales en iglesias, caminos, proyecto de ferrocarril, etc.) como del ‘alma’ de la misma (enseñando, predicando, orando, convirtiendo con la palabra y el ejemplo). Amó a su parroquia hasta el fin y dio su vida por ella. Dios quiso que se inmolara en el más doloroso sacrificio, contrayendo la más penosa de las enfermedades: la lepra, en el decurso de las tareas apostólicas. Pero ni esta enfermedad ni la pérdida de la vista que la siguiera, fueron obstáculo para que el Cura Brochero fuera ‘cura hasta el final’, edificando su parroquia hasta el último día de su vida, con su oración, su Misa, su ejemplo, su caridad”.

Por todo esto, los Obispos de esta querida Provincia de Córdoba, no dudamos en afirmar que la Beatificación del Padre José Gabriel Brochero es una gracia también para toda la Iglesia que está en la Argentina y para la Iglesia Católica toda. En el misterio de la comunión de los santos, todos crecemos en la Iglesia cuando alguien como el Cura Brochero, vive en plenitud el Evangelio de Jesucristo. En esta espiritualidad de comunión la Iglesia se convierte en testimonio viviente de la Pascua de Cristo.

Quiera Dios concedernos que todos en la Iglesia -y de manera especial los sacerdotes- recibamos a través de este hecho de gracia que será la Beatificación de Brochero, una profunda invitación a la santidad a la que la vida de Brochero ciertamente nos interpela a través del ejemplo de su vida entregada.

Ponemos estos deseos en las manos de nuestra Madre Purísima, a la que tanto amó y veneró José Gabriel del Rosario Brochero

martes, 30 de octubre de 2012

Sanar desde la raíz

Recomiendo con mucha alegría, el nuevo libro de Elena: Sanar desde la Raíz. 
Consultar a: 
elenapremier@hotmail.com  o bien a este sitio:
Sanar desde la raíz. El proceso de sanación a la luz del Corazón de Cristo
Es de gran ayuda para pedirle luz al Señor acerca de las raíces de nuestras heridas y hacer el proceso de oración y sanación interior. Pedimos al Señor su bendición para todos quienes se animen a iniciarlo. Y gracias a Elena por transmitirnos tanto amor de Dios!

La vida eterna

Ya estamos próximos a la celebración de la Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre, día en que celebramos al Jornada nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus siervos de Dios.  Y al otro día, el 2 de noviembre, la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos da una gran oportunidad de orar por nuestros seres queridos que han partido a la casa del Padre.
Hemos comenzado el Año de la Fe, en el que se extiende el don de las Indulgencias.
Muchas veces nos preguntamos qué son las Indulgencias o quizá aún permanece una idea errónea acerca de que es un negocio o un invento de la Iglesia. Sin embargo, hasta que no experimentamos la pérdida de un ser querido, quizá el tema de la muerte nos resulte algo lejano, distante, que nada tiene que ver con uno. Y las indulgencias están íntimamente relacionadas con nuestros seres queridos fallecidos.


La Purificación final y las indulgencias

El Catecismo de la Iglesia Católica, en sus números 1471 al 1479 nos habla de las Indulgencias. Del Purgatorio nos enseña en los números 1030 al 1032. De manera que podemos acudir a la lectura de estos textos para comprender de qué se trata.


III LA PURIFICACIÓN FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (Cf. DS 1304) y de Trento (Cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46).
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (Cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (Cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).


Jesús es nuestra esperanza. Él es nuestra indulgencia

De acuerdo con esta enseñanza de la fe de la Iglesia plasmada en el CATIC, levantemos ahora nuestra mirada hacia Jesús, el Señor, cuya Palabra y Acción se nos hace presente de manera especial en la Liturgia, pero también en toda nuestra vida.
Miremos al Señor y contemplemos su enseñanza en los Evangelios: Toda la enseñanza de Jesús está dirigida a hablarnos de su Padre, y de su Misericodia.  Y todos los gestos y acciones de Jesús, confirman esa Palabra haciéndola eficaz.  Así como Jesús fue indulgente perdonando y recibiendo a cuantos buscaron paz y misericordia en su Corazón, así lo es ahora.
Detengámonos en las enseñanzas de Jesús acerca de la muerte, recordemos algunas de ellas: "Yo soy la Resurrección y la Vida", nos dice luego de devolverle la vida a Lázaro (Jn 11). Y la compasión infinita de su Corazón, cuando también levanta a la niña con su Palabra llena de autoridad frente a la cual la muerte se somete: "Tálita kum!" (Lc 8,40-56) y más aún, ya por el camino sana a la hemorroísa, cuya vida se perdía día a día al ir desangrándose. Tengamos presente también al hijo de la viuda y cómo, al verla sufriendo por su hijo, tuvo compasión hasta el extremo: Lc 7,11-17.
En todos estos casos, Jesús escucha la oración de sus seres queridos: Marta, la hermana de Lázaro, Jairo, el papá de la niña, o simplemente la compasión de su Corazón que no puede quedar indiferente ante el sufrimiento lo mueve a actuar: ora al Padre para que éste le devuelva la vida a sus hijos.  Muchas veces en el Evangelio Jesús concede gracias a distintas personas, a partir de la súplica de sus parientes o amigos: recordemos al sirviente del Centurión, quien le dice "no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme", o también el gesto de los amigos de aquel paralítico al que presentan al Señor abriendo un agujero y descolgándolo del techo. "Jesús, al ver la fe de esos hombres, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te son perdonados..." y sabemos cómo sigue: Lc 5,17-26.
Pero hay un pasaje que particularmente me conmueve, que es como un icono en donde podemos contemplar y sumergirnos en la Misericordia del Corazón de Jesús, que es compasivo y actúa inmediatamente ante la súplica confiada.  Es el pasaje conocido como del "buen ladrón":
"Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: '¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros'.  Pero el otro lo increpaba, diciéndole: '¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?.  Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo'. Y decía: 'Jesús, acuérdate de mi cuando vengas a establecer tu Reino'.  El le respondió: 'Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso'."  Lc 23,39-43
¿Qué otra cosa es la indulgencia, sino la respuesta misericordiosa del Amor del Corazón de Jesús que se entregó por nosotros? En Él encontramos la Paz. Si Jesús, en sus últimos minutos de vida le ha concedido esta gracia al ladrón, -quien reconociendo su pecado sólo depositó su confianza en el Señor- concediéndole estar junto a Él "hoy mismo", es más, seguramente pocos minutos después...
¿Acaso no va a escucharnos también a nosotros el Señor?
¿En qué se fijó Jesús cuando le contestó al Buen ladrón? ¿Y cuando devolvió la vida a Lázaro, a la niña o al joven? ¿Acaso se puso a medir cuántos pecados había cometido cada uno y a establecer una pena o castigo proporcionada (si podemos usar este término, del todo inadecuado también, porque ¿qué proporción hay entre un pecado y el castigo, y quién lo determina, además, qué se obtiene con él? Jamás encontramos esto en Jesús, y quienes aplican esta idea, no representan al Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, sino todo lo contrario, anuncian una "mala noticia": el castigo). Pues no. Jesús es Dios Vivo haciendo Misericordia. Y jamás desoye una súplica confiada, que brota desde el desgarro del alma  y del corazón de sus hijos.

Muchos místicos que han tenido experiencias con "almas del purgatorio" que le pedían oración, como Sor Faustina o María Simma, y tantos otros, han relatado que muchas de ellas le decían que fue gracias a la oración de otra persona, un amigo, familiar, o simplemente un desconocido que suplicó al Señor por ella, han podido salvarse, pero que aún necesitan la oración solidaria para sanar las heridas que llevan consigo.

Es que el Padre Bueno no abandona jamás su designio misterioso de Amor para con todos nosotros.  Por eso la carta a los Efesios 1,3-14 nos hace presente cuál es el deseo de Dios, que llevó a plenitud la entrega de Jesús, el Señor:
3 "Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
4 y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.
5 Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad,
6 para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido.
7 En él hemos sido redimidos por su sangre
y hemos recibido el perdón de los pecados,
según la riqueza de su gracia,
8 que Dios derramó sobre nosotros,
dándonos toda sabiduría y entendimiento.
9 Él nos hizo conocer el misterio de su voluntad,
conforme al designio misericordioso
que estableció de antemano en Cristo,
10 para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos:
reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra,
bajo un solo jefe, que es Cristo.
11 En él hemos sido constituidos herederos,
y destinados de antemano –según el previo designio
del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad–
12 a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo,
para alabanza de su gloria.
13 En él, ustedes,
los que escucharon la Palabra de la verdad,
la Buena Noticia de la salvación,
y creyeron en ella,
también han sido marcados con un sello
por el Espíritu Santo prometido.
14 Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia
y prepara la redención del pueblo
que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria."

Mis hermanos, yo espero en Jesús, yo espero en su Misericordia. Yo me uno a Jairo, a la Hemorroísa, a la Viuda, a la mujer encorvada, al paralítico... al Buen Ladrón... no porque hayan sido perfectos, sino porque nos enseñan a buscar el mayor tesoro del Corazón de Jesús, ¡porque lo obtuvieron! ¿Acaso Jesús actuará de distinta manera ahora? No, Él es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es nuestra indulgencia. Por eso acudimos a Él, pidiéndole por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, como así también por nuestros seres queridos difuntos.  Que nos conceda la conversión y la paz.  Los pecadores perdonados, que son los santos, y testigos de la Misericordia, nos enseñan plenos de felicidad a recorrer este camino. ¡Alabemos al Señor y adentrémonos en el Corazón de Jesús!

 “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, 35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. 37 Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos habriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. 40 Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.  Mt 25,34-40

Unidos en la oración y la Eucaristía. P. Luis

viernes, 14 de septiembre de 2012

Cuando sea elevado en lo alto, atraeré a todos hacia mí


14 de Setiembre - Exaltación de la Santa Cruz

Cruz de Cristo,
cuyos brazos
todo el mundo han acogido.

Cruz de Cristo,
cuya sangre
todo el mundo ha redimido.

Cruz de Cristo,
luz que brilla
en la noche del camino.

Cruz de Cristo,
cruz del hombre,
su bastón de peregrino.

Cruz de Cristo,
árbol de vida,
vida nuestra, don eximio.

Cruz de Cristo,
altar divino
de Dios-Hombre en sacrificio. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Mirad la cruz del Señor, que huyan los enemigos; ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David. Aleluya.

Salmo 2 - EL MESÍAS, REY VENCEDOR.

¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?

Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo.»

El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«yo mismo he establecido a mi Rey
en Sión, mi monte santo».

Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo: te daré en herencia las naciones,
en posesión los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás como jarro de loza.»

Y ahora, reyes, sed sensatos;
escarmentad los que regís la tierra:
servid al Señor con temor,
rendidle homenaje temblando;
no sea que se irrite, y vayáis a la ruina,
porque se inflama de pronto su ira.
¡Dichosos los que se refugian en él!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Mirad la cruz del Señor, que huyan los enemigos; ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David. Aleluya.

Ant. 2. En la cruz ha sido ensalzada la majestad del Señor; su nombre ha sido enaltecido sobre los cielos y la tierra. Aleluya.

Salmo 8 - MAJESTAD DEL SEÑOR Y DIGNIDAD DEL HOMBRE.

Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.

Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. En la cruz ha sido ensalzada la majestad del Señor; su nombre ha sido enaltecido sobre los cielos y la tierra. Aleluya.

Ant. 3. Oh cruz santa, tú has sido la única digna de llevar al Rey y Señor de los cielos y de la tierra. Aleluya.

Salmo 95 - EL SEÑOR, REY Y JUEZ DEL MUNDO.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Oh cruz santa, tú has sido la única digna de llevar al Rey y Señor de los cielos y de la tierra. Aleluya.

V. Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto.
R. Asi deberá ser levantado en alto el Hijo del hombre.



PRIMERA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 2, 19 -- 3, 7. 13-14; 6, 14-16

LA GLORIA DE LA CRUZ

Hermanos: Yo, Pablo, en virtud de la misma ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. No tengo por inútil esta gracia de Dios: Si la justificación nos viniera por la ley, entonces deberíamos concluir que Cristo murió inútilmente.

¡Oh, insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó, después que ante vuestros ojos presentamos a Jesucristo muerto en la cruz? Sólo quiero que me digáis una cosa: ¿Cómo habéis recibido el Espíritu, en virtud de las obras de la ley o por vuestra sumisión a la fe? ¿Tan insensatos sois, que, habiendo comenzado por espíritu, termináis ahora en carne? ¿Habrá sido en vano para vosotros el haber experimentado tan grandes dones? Pues ¡de veras que habría sido en vano! El que os da el Espíritu y obra prodigios entre vosotros ¿lo hace porque observáis la ley o por vuestra aceptación de la fe?

Así se dice: «Abraham creyó a Dios y Dios estimó su fe como justificación.» Entended, pues, que los hijos de Abraham son sólo aquellos que viven según la fe.

Cristo nos redimió de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros. Así lo dice la Escritura: «Maldito sea aquel que cuelga del madero.» De ese modo la bendición de Abraham alcanza a todas las naciones por Cristo Jesús, para que recibamos por la fe el Espíritu prometido por Dios.

En cuanto a mí, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por él el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Lo que vale no es estar o no estar circuncidado, sino la nueva creatura que surge.

Paz y misericordia para todos los que se ajusten a esta norma, y también para el Israel de Dios.

RESPONSORIO Cf. Ga 6, 14; Hb 2, 9

R. Líbrenos Dios de gloriarnos si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en quien está nuestra salvación, vida y resurrección; * por él hemos sido salvados y liberados.
V. El fue coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte.
R. Por él hemos sido salvados y liberados.


SEGUNDA LECTURA
De las Disertaciones de san Andrés de Creta, obispo
(Disertación 10, Sobre la Exaltación de la santa cruz: PG 97, 1018-1019. 1022·1023)

LA CRUZ ES LA GLORIA Y EXALTACIÓN DE CRISTO

Por la cruz, cuya fiesta celebramos, fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. Celebramos hoy la fiesta de la cruz, y junto con el Crucificado nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. y, al decir un tesoro, quiero significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia original.

Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz, aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso continuaría cerrado. Sin la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los muertos.

Por esto la cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de innumerables bienes, tanto más numerosos, cuanto que los milagros y sufrimientos de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se convirtió en salvación universal para todo el mundo.

La cruz es llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la cruz es su gloria, cuando dice: Ya ha entrado el Hijo del hombre en su gloria, y Dios ha recibido su glorificación por él, y Dios a su vez lo revestirá de su misma gloria. Y también: Glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenia junto a ti antes que el mundo existiese. Y asimismo dice: «Padre, glorifica tu nombre.» Y, de improviso, se dejaron oír del cielo estas palabras: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo», palabras que se referían a la gloria que había de conseguir en la cruz.

También nos enseña Cristo que la cruz es su exaltación, cuando dice: Yo, cuando sea levantado en alto, atraeré a mí a todos los hombres. Está claro, pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.

Para contiunuar orando, podemos buscar lo publicado en setiembre de 2010, en este mismo blog. Allí también están las Laudes. Bendiciones. P. Luis

domingo, 9 de septiembre de 2012

Todo lo ha hecho bien: hace oir a los sordos y hablar a los mudos...



Domingo 9 de Setiembre, 23° del Tiempo Ordinario

PRIMERA LECTURA
Is 35, 4-7a
Lectura del libro de Isaías.
Digan a los que están desalentados: "¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos!". Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo. Porque brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa; el páramo se convertirá en un estanque y la tierra sedienta en manantiales.
Palabra de Dios.

SALMO
Sal 145, 7-10
R. ¡Alaba al Señor, alma mía! O bien: Aleluya.
El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos. R.
Abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. El Señor ama a los justos, el Señor protege a los extranjeros. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda; y entorpece el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones. R.

SEGUNDA LECTURA
Sant 2, 1-7
Lectura de la carta de Santiago.
Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas. Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: "Siéntate aquí, en el lugar de honor", y al pobre le dicen: "Quédate allí, de pie", o bien: "Siéntate a mis pies", ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados? Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? Y sin embargo, ¡ustedes desprecian al pobre! ¿No son acaso los ricos los que los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el Nombre tan hermoso que ha sido pronunciado sobre ustedes?
Palabra de Dios.

EVANGELIO
Mc 7, 31-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".
Palabra del Señor.


Comentario

Tanto la primera lectura como el Salmo nos hacen presente la irrupción del Señor en favor de los más débiles entre los débiles. El profeta Isaías nos presenta, además, como signos mesiánicos, una explícita esperanza para los desalentados: los sordos oyen, los mudos hablan, los paralíticos caminan... nos recuerdan a la respuesta que Jesús dio a los enviados por Juan Bautista desde la cárcel. Además de estos signos, el Salmo presenta otros que van en el mismo sentido, incluyendo al "huérfano, la viuda y el extranjero":
"El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.
Abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados.
El Señor ama a los justos, el Señor protege a los extranjeros. Sustenta al huérfano y a la viuda; y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones."
Todos signos de una acción portentosa de Dios en la historia que manifiestan un acceso a la dignidad de sus hijos. Son signos en los que se da una verdadera transformación en la que se nace a una vida digna, libre, potente.

Esa acción de Dios, que había quedado como promesa en el AT, la realiza Jesús, la lleva a cabo. Esa transformación, ese traslado "del reino de las tinieblas al reino de su luz admirable", la realiza Jesús, y sus signos son los mismos, sólo que ahora pueden verse, y hay testigos.

Los contextos
Cuando recibimos la Palabra de Dios, siempre necesitamos tener en cuenta dos contextos: el contexto de la Escritura y nuestro contexto actual.  El Señor nos habla a nosotros, pero no como entes aislados, sino viviendo en una situación concreta: histórica, social, económica, familiar, cultural, personal...  A ese "yo y mi circunstancias", como decía Ortega.
¿Cuál fue el contexto presentado en el Evangelio?
El territorio de las "Diez ciudades" (la Decápolis) extranjeras, es decir, fuera de Israel: Jesús volvía de la región de Tiro... pasó por Sidón... rumbo al mar de Galilea.  Esos territorios no habían recibido la promesa de la Alianza, recibida por el Pueblo elegido. Esto significa que es todo un pueblo que vive bajo el influjo y el poder de las tinieblas. Es un pueblo que está sin Dios, y por lo tanto, dominado, oprimido, esclavo, a merced de las fuerzas más oscuras del mal.  El sordomudo representa perfectamente este estado.
Jesús no sólo no teme acercarse a él, sino que lo respeta, lo trata personalmente, lo lleva aparte, impone sus manos sobre él, tocándole las orejas, orando al Padre, suspirando (soplando) sobre él, y, además, con su saliva le tocó la lengua. Jesús, al entrar en contacto con el sordomudo, establece una comunión con él, pero, lejos de quedar contaminado, el sordomudo es curado: se abren sus oídos del encierro y se desata (se le soltó) la lengua. Notemos los verbos que implican libertad, con una fuerza mayor que la sola recuperación de la salud.  Todos los presentes son testigos, y los discípulos, los que conocen las escrituras, comienzan a reconocer e identificar los signos mesiánicos. No es una curación aislada. Y además es un extranjero (entre aquellos más débiles, necesitados y alejados, tal como mencionó el Salmo, junto al huérfano y la viuda).  No puede dejar de ser asombroso, novedoso, exultante...

¿Para qué nos sirven los oídos? ¿Para qué nos sirve la lengua?
Más allá de una curación, esta acción liberadora de Jesús concede a este hombre las plenas facultades de comunicación, lo incluye en la comunidad, le devuelve la dignidad, lo abren a la vida.
En efecto, ahora este hombre deberá "escuchar", tal como lo dice el primer mandamiento "Escucha, Israel..."
Ahora este hombre deberá proclamar con su lengua su propia experiencia de fe: "...Se los dirás a tus hijos, estando en casa y yendo de camino..."
Ahora debe oir a Jesús y debe proclamarlo.
Pero además, de ahora en más, debe discernir y actuar. Una vez que fue sanado, debe "oir" la voluntad del Señor sobre todos los ámbitos de la vida.  Y debe asumir una decisión en la que se conjugan esa voluntad del Señor y ejerciendo su libertad a la vez.  Debe optar, debe decidir, debe "decir su opinión", debe confesar y realizar su vida.   Esto es oir y hablar: discernir y actuar en libertad y en comunión con Dios haciendo propios los criterios de Jesús.
Para ésto es sanado, para que pueda escuchar y pueda hablar. Para que pueda discernir y jugarse.  Para que pueda seguirlo al Señor.
La sanación del sordomudo no le resolvió todos los problemas de la vida, sino que lo capacitó para que pueda afrontarlos y vivir en paz.  La sanación no fue un arte de magia, no anuló su libertad ni su responsabilidad, sino la devolución de su dignidad: un ser que debe decidir iluminado por la fe y la Palabra de Dios que es Jesucristo vivo.

¿Y nuestro contexto?
Hoy también el Señor continúa realizando esos signos liberadores.  El Señor verdaderamente nos sana.
¿Somos capaces de reconocer el desafío que supone el ser sanados?
Discernir y actuar...
Una vez que el Señor nos sana, no dejamos de escuchar otras voces que se oponen a la suya.  Y nuestra vida no está atada y determinada, ya que se nos concede la libertad...
Los poderes de este mundo exigen una disciplina que implica renunciar a la propia conciencia y dignidad para levantar la mano en un senado, para conservar un puesto, para "opinar" de acuerdo a un libreto preestablecido que debe repetirse fielmente.
Los amos de este mundo exigen que se le tenga, al menos, "un poquito de miedo"... para que, bajo amenazas de quitarle dinero, protección, asistencia... lo que sea (de la que se han adueñado y actúan como si fueran sus dueños...) obligan a la obsecuencia o los constituyen como enemigos a los que se los debe atacar y vencer hasta que queden reducidos a sordomudos.  Exactamente el proceso inverso del que hizo Jesús.
Es por esto que hoy, más que nunca, necesitamos ver, oir y hablar.
P. Luis Bruno

lunes, 20 de agosto de 2012

La comunidad del Perpetuo Socorro dijo "presente" en la Novena a San Bartolomé



De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san Mateo
(Homilía 15, 6. 7: PG 57, 231-232)

SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL MUNDO
Vosotros sois la sal de la tierra. Es como si les dijera: «El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo, y a un mundo por cierto muy mal dispuesto.» Porque al decir: Vosotros sois la sal de la tierra, enseña que todos los hombres han perdido su sabor y están corrompidos por el pecado. Por ello exige sobre todo de sus discípulos aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás. En efecto, la mansedumbre, la moderación, la misericordia, la justicia son unas virtudes que no quedan limitadas al provecho propio del que las posee, sino que son como unas fuentes insignes que manan también en provecho de los demás. Lo mismo podernos afirmar de la pureza de corazón, del amor a la paz y a la verdad, ya que el que posee estas cualidades las hace redundar en utilidad de todos.

«No penséis -viene a decir- que el combate al que se os llama es de poca importancia y que la causa que se os encomienda es exigua: Vosotros sois la sal de la tierra.» ¿Significa esto que ellos restablecieron lo que estaba podrido? En modo alguno. De nada sirve echar sal a lo que ya está podrido. Su labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y conservar, así, lo que el Señor había antes renovado y liberado de la fetidez, encomendándoselo después a ellos. Porque liberar de la fetidez del pecado fue obra del poder de Cristo; pero el no recaer en aquella fetidez era obra de la diligencia y esfuerzo de sus discípulos. ¿Te das cuenta de cómo va enseñando gradualmente que éstos son superiores a los profetas? No dice, en efecto, que hayan de ser maestros de Palestina, sino de todo el orbe.

«No os extrañe, pues -viene a decirles-, si, dejando ahora de lado a los demás, os hablo a vosotros solos y os enfrento a tan grandes peligros. Considerad a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos, naciones os he de enviar en calidad de maestros. Por esto no quiero que seáis vosotros solos prudentes, sino que hagáis también prudentes a los demás. Y muy grande ha de ser la prudencia de aquellos que son responsables de la salvación de los demás, y muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a vosotros mismos.

En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo por vuestro ministerio; pero si sois vosotros los que os tornáis insípidos, arrastraréis también a los demás con vuestra perdición. Por esto, cuanto más importante es el asunto que se os encomienda, más grande debe ser vuestra solicitud.» Y así, añade: Si la sal pierde su sabor, ¿con qué la vais a salar? No vale para otra cosa, sino para tirarla fuera y que la pise la gente.

Para que no teman lanzarse al combate, al oír aquellas palabras: Cuando os insulten y persigan y propalen contra vosotros toda clase de calumnias, les dice de modo equivalente: «Si no estáis dispuestos a tales cosas, en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y-seríais pisoteados. Pero si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie.

Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente.»

A continuación, propone una comparación más elevada: Vosotros sois la luz del mundo. De nuevo se refiere al mundo, no a una sola nación ni a veinte ciudades, sino al orbe entero; luz que, como la sal de que ha hablado antes, hay que entenderla en sentido espiritual, luz más excelente que los rayos de este sol que nos ilumina. Habla primero de la sal, luego de la luz, para que entendamos el gran provecho que se sigue de una predicación austera, de unas enseñanzas tan exigentes. Esta predicación, en efecto, es como si nos atara, impidiendo nuestra dispersión, y nos abre los ojos al enseñarnos el camino de la virtud. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto del monte; ni se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín. Con estas palabras, insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus discípulos y en la vigilancia que han de tener sobre su propia conducta, ya que ella está a la vista de todos, y el palenque en que se desarrolla su combate es el mundo entero.

miércoles, 27 de junio de 2012

VE EN PAZ, TU FE TE HA SALVADO


Domingo XIII del Tiempo Ordinario

Los rostros de la muerte
Comentarios del pbro. Luis H. Rivas
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 21-43



Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva». Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré sanada». Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal.

Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»

Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.

Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.

Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de Él.

Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con Él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, Yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y Él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.



*****

El evangelio nos relata dos milagros de Jesús estrechamente relacionados: mientras Jesús iba caminando hacia la casa de Jairo para resucitar a su hija, curó a una mujer que se ocultaba en medio de la multitud. Posiblemente se trata de dos relatos independientes que en algún estadio muy primitivo de la tradi­ción se unieron y así fueron reproducidos por el Evangelista. Algunos detalles se repiten como para que los lectores advier­tan que ambos milagros tienen mucho que ver entre sí. Las dos personas curadas son mujeres, aunque de diferente edad; en los dos casos se habla de doce años; en las dos veces se habla de temor, así como también de fe y de salvación. Finalmente los dos milagros se producen "inmediatamente' y las personas fa­vorecidas continúan su vida normal. Leyendo el texto con aten­ción se pueden descubrir otras coincidencias.

Estos dos relatos de milagros pertenecen a la serie mencio­nada domingos anteriores, en la que el autor ha elaborado un hecho de Jesús haciendo referencias a textos del Antiguo Testamento para mostrar la superioridad de Jesús sobre las figuras de la primera parte de la Biblia.

LAS DOS ENFERMAS

La mujer enferma, así como es representada en el relato del evangelio, padece hemorragias. Para una mujer judía del tiempo de Jesús esto es algo muy vergonzoso, además de penoso. Esta clase de enfermedades no solamente hacia sufrir sino que ade­más tenía consecuencias sociales y religiosas. Las mujeres así enfermas eran consideradas "impuras"; por lo tanto no podían estar en contacto con las demás personas y debían mantenerse alejadas del culto: no se las admitía en los actos religiosos. En cierta manera eran tratadas de una forma semejante a los leprosos. Esto explica que la enferma del relato se escondiera entre la gente buscando permanecer oculta y sintiera vergüenza ante Jesús y los demás que lo acompañaban.

¿Se podría decir que era vida lo que estas pobres mujeres llevaban? En realidad se encontraban como muertas en vida; debían estar siempre alejadas de todos, ocultas y sobrellevando la pena de su enfermedad, como si se tratara de algo vergonzo­so o de una culpa de la que ellas eran responsables.

La niña, por su parte, está gravemente enferma pero no se indica la naturaleza de su mal. Cuando vienen a buscar a Jesús se dice que está en los últimos momentos, e instantes después se anuncia su muerte. Los vecinos y las lloronas se congregan inmediatamente y dan comienzo a los tradicionales ritos fúne­bres.

Los muertos también eran considerados como "impuros". Los que tocaban un cadáver no podían participar en los actos religiosos si antes no se sometían a las ceremonias destinadas a "purificar". Los mismos muertos estaban alejados de toda rela­ción. Además de la natural separación de los demás seres hu­manos que impone la muerte, en aquellos tiempos se creía que los muertos también estaban alejados de la mano de Dios. Se pensaba que el poder de Dios no podía llegar al lugar de los muertos, y que los muertos - por su condición de impuros - no podían alabar al Señor.

El Evangelio ha reunido estos dos milagros porque es un en­cuentro de Jesús con la muerte manifestada en dos formas dis­tintas: un muerto en vida y un muerto físicamente. Y Jesús de­mostró su poder ante esta muerte, contra la cual los hombres no pueden hacer nada.

LOS DOS MILAGROS

El autor del relato presenta a una mujer que no ha podido ser curada por los médicos, a pesar del tiempo que lleva su trata­miento. Su enfermedad pertenece a aquellas que excluyen de la comunidad por las leyes establecidas en el Antiguo Testamento, principalmente en el libro del Levítico, y también por las normas dictadas por los maestros de Israel. Ella es una "impura" y con­tagia su impureza a todo lo que toca. Por esa razón no puede acercarse a Jesús para pedirle la curación ni solicitarle que le imponga las manos.

Sin embargo, movida por la necesidad, se ha introducido en el grupo de los que siguen a Jesús. No podía hacerse notar entre la gente, porque además de la vergüenza que le provocaba su enfermedad, al acercarse a la multitud estaba transgrediendo las normas. Pero tiene suficiente fe en Jesús para saber que con sólo tocar el manto, manteniendo su anonimato, puede obtener la curación. Así lo hace, e inmediatamente queda curada. Jesús tiene un poder como para purificar a aquellos que el Antiguo Testamento declara impuros.

El otro caso es el de la hija del jefe de la Sinagoga. Ella está muerta y ya ha comenzado la celebración de los funerales. Es también una impura que, según las leyes del Antiguo Testamento, contagia su impureza a todos los que la tocan. Sin embargo, Jesús le dijo al jefe de la Sinagoga que tuviera fe, luego se acer­có y tomó a la niña de la mano. Con una orden dada por el Señor, la niña se levantó y comenzó a caminar. En el Antiguo Testamento se relata que los profetas Elías y Eliseo resucitaron niños que habían muerto. Pero para hacerlo tuvieron que rezar a Dios y, en el caso de Eliseo, hacer una cantidad de gestos. Con­trasta todo esto con el proceder de Jesús, que por propia autori­dad y sin gestos resucita a la niña muerta.

Estos dos milagros avanzan un paso más sobre lo que se ha visto en los textos del evangelio que se han proclamado en do­mingos anteriores. La forma en que el autor de los textos pre­senta a Jesús vuelve a suscitar en los lectores la pregunta: ¿Quién es Jesús? Un hombre aparentemente como los demás, oprimido por la multitud, y que sin embargo despliega un poder que hace presentir que es una persona divina, porque purifica a los que la Ley declara impuros, y porque puede dar la vida por propia au­toridad, destacándose por encima de los profetas.

Aun cuando estos dos milagros sean cosas extraordinarias, se nos quiere mostrar que todavía pueden ser algo mucho más extraordinario. Por eso la narración insiste en la palabra “fe” que es relacionada con la palabra “salvación”.

En esos dos relatos tenemos que ver la verdadera situación del hombre en el mundo, y lo que significa el encuentro con Jesús. Dicho de otra forma se nos hace caer en la cuenta de que hay una manera más correcta de hablar de la muerte que la que usamos habitualmente. Muchas veces, o casi siempre, ha­blamos de los muertos y de los vivientes poniendo como punto de referencia el sepulcro. Los que están sepultados son los muer­tos y los que están fuera del cementerio son los vivientes. El Evangelio nos habla en otros términos: muertos son los que han roto todas sus relaciones con Dios y con el prójimo, aunque an­den caminando por las calles o rodeados por la multitud. La muerte es estar sumido en la tristeza, la vergüenza y el temor; es carecer de libertad, es no tener ánimo para vivir, es no tener deseos de vivir... La muerte también es la situación de los que por distintas razones están marginados o discriminados, y se ven impedidos de participar de las condiciones de vida de los demás.

La vida, en cambio, es mucho más que respirar, tener pulsa­ciones o actividad cerebral. La vida es gozar de todo aquello que Dios creó para los seres humanos: las relaciones de amor, la felicidad, el goce de todas las cosas que están en el mundo... Vivir es poder realizarse en el mundo, desarrollando las capaci­dades que Dios ha dado a cada uno. Los que viven son los que están abiertos a la fe y al amor, son aquellos que extienden a su alrededor vínculos de amor y de amistad, manifiestan alegría y confianza.

Para poder vivir de esta forma es necesario que el ser huma­no esté en orden, es decir, que se sitúe correctamente en el lugar que le corresponde con referencia a Dios, al prójimo y a toda la creación. Toda desviación o desubicación será causa de los grandes desórdenes que conducen a una vida fracasada, y finalmente a la muerte.

JESÚS ES LA VIDA

La muerte ya comienza en esta vida cuando se vive sumer­gido en el pecado porque se rompen los vínculos con Dios y con el prójimo. Esta muerte puede convertirse en eterna si el que la padece no se convierte a Dios abriéndose a la fe y dando espa­cio al amor en su corazón mientras todavía está en este mundo. Una vez llegada la muerte física, ya no habrá más espacio para la conversión. Pero un ser humano también puede sufrir la muerte durante esta vida cuando se ve privado de los bienes de la vida aun sin culpa propia: cuando es marginado o discriminado, o no es acogido por la comunidad, cuando es privado de la libertad o cuando carece de lo necesario para la subsistencia...

Dios no quiere la muerte de los seres humanos. Lo escucha­mos en la primera lectura que se proclama en la Misa de este domingo. Jesús ha venido a redimirnos para que no padezcamos ninguna de las formas de la muerte ni caigamos en la muerte eterna. Él se hizo hombre, murió y resucitó por nosotros para darnos la posibilidad de evitar esta perdición definitiva. La sal­vación que nos trae Jesús no es solamente la promesa para la otra vida, sino que al vencer la muerte, ha vencido también esta primera forma que es la que ya se padece en este mundo. Esta salvación se manifiesta en que el hombre de fe comienza a vivir en la alegría y en el amor, con confianza y sin temores ni vergüenzas.

El que vive de esta manera, unido a Cristo, tiene la prome­sa de que esa vida será eterna siempre que mantenga con fide­lidad esa unión con el Señor. Aunque tenga que morir físicamente, su muerte no será nada más que un sueño, como la niña del relato evangélico.

No hay ningún hombre que tenga el poder suficiente para hacer que todos los seres humanos pasen de la muerte a la vida. Es como el caso de los médicos que atendían a la mujer enfer­ma curada por Jesús, o como el de las lloronas en casa de la niña hija del jefe de la sinagoga. Jesús es el único que tiene poder sobre la muerte porque Él mismo es la Vida. Él dio su vida para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Nos redi­mió para que vivamos en una familia de hermanos, en la que Dios es el Padre de todos y donde todos podamos vivir como hermanos compartiendo todos los bienes que Dios ha puesto en el mundo para alegría de sus hijos. Y como en Él está la vida que viene del Padre, es el único que puede darnos la vida que dura para siempre.

Algunos se han sumergido en la muerte por su propia volun­tad. Como dice en otro lugar el libro de la Sabiduría, "los impíos llaman a la muerte con gestos y palabras: teniéndola por amiga, se desviven por ella y han hecho con ella un pacto, porque son dignos de pertenecerle". Pero aun en esos casos Jesús tiene poder para hacer pasar de la muerte a la vida. Por más grandes que sean los pecados que tiene una persona, por más vergonzo­sos que parezcan, por más enraizados y arraigados que se en­cuentren, siempre pueden ser superados, vencidos, borrados, perdonados por Jesús. Él nos lava y nos hace hijos de Dios en el bautismo, nos introduce en la familia de Dios que es la Iglesia donde somos alimentados con el cuerpo y la sangre de Cristo para que esa vida vaya creciendo, somos instruidos en la pala­bra de Dios, somos reparados por la penitencia y recibimos los medios y las oportunidades de desarrollar esa misma vida hasta que lleguemos a participar de su plenitud en la eternidad.

Si vemos que la muerte reina a nuestro alrededor porque no hay amor ni esperanza, porque no hay alegría ni confianza, no desesperemos: Cristo ha vencido a esta muerte y puede aportar la vida. Si nos encontramos apesadumbrados porque nos senti­mos solos, tristes, sin amor y sin confianza, si sentimos la ver­güenza de nuestros pecados y el temor de que esta muerte se convierta en eterna, volvámonos a Jesús: reconozcamos a nues­tro Salvador, tengamos fe y Él -a través de la Iglesia- nos dará la vida.