jueves, 29 de octubre de 2009

Súplicas que pueden ser empleadas privadamente por los fieles en la lucha contra las potestades de las tinieblas


1. Señor Dios, ten misericordia de mí, tu siervo, que por la multitud de las asechanzas estoy como un vaso resquebrajado; líbrame de la mano de mis enemigos, asísteme para que busque al que está perdido, lo pueda encontrar y restituirlo para ti, y lo pueda restituir y entregártelo para que no lo abandones. Concédeme que te agrade en todo ya que he podido conocerte y saber que me has redimido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

2. Dios Omnipotente, que refugias a los desolados y confortas a los prisioneros, mira mi aflicción y manifiesta tu poder para auxiliarme; vence al detestable enemigo; y haz que, superada la presencia del adversario, pueda recuperar la paz y la libertad, y así, sirviéndote con sincera piedad, pueda confesar que tú eres admirable y manifestar la grandeza de tus obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

3. Dios, creador y defensor del género humano, tú formaste al hombre a tu imagen y lo recreaste admirablemente con la gracia del Bautismo; vuelve tu mirada sobre este siervo tuyo, y escucha bondadosamente mis súplicas. Te pido que brote en mi corazón el esplendor de tu gloria para que, eliminado todo terror, miedo y temor, sereno en mente y alma junto a los hermanos en tu Iglesia pueda alabarte eternamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

4. Dios, autor de la misericordia y de todo amor, que quisiste que tu Hijo sufriera por nosotros el patíbulo de la Cruz para expulsar de nosotros el poder del enemigo, mira atentamente mi humillación y dolor, y mantenme firme, te pido, que a quien renovaste en la fuente del Bautismo vencido el combate del Maligno, lo llenes con la gracia de tu bendición. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

5. Señor y Dios mío, que por la adopción de la gracia quisiste que fuera hijo de la luz, concédeme, te pido, que no sea envuelto por las tinieblas de los demonios y siempre pueda permanecer en el esplendor de la libertad recibida de ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

2. La Confianza

Amice, commoda mihi tres panes [Amigo, préstame tres panes] Lc 11,5.
Pidamos a María y a José estos tres panes: la fe, la confianza y el amor. No nos los negarán, porque a un amigo que pide con insistencia no se le niega nada.
Tenemos necesidad de confianza, que es el manantial del abandono, tan necesario en nuestra vocación. Nos hace falta una confianza filial, que no es defraudada ni siquiera en las pruebas.
¿Qué tememos? Jesús, María y José son nuestra salvaguardia, nuestros protectores; son como un amparo, una muralla para nuestras almas, para nuestras casas, para nuestra obra.
¿Podemos dudar de la bondad de Jesús, de su solicitud, de su misericordia? Él, que se hizo hombre por nosotros y que murió por nosotros, ¿descuidará lo que pueda sernos provechoso? Es para nosotros como una madre. Quomodo si mater blandiatur, ita ego consolabor vos [Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo] (Is 66,13).
Y podría abandonarnos María, que nos ha adoptado en la persona de san Juan al pie de la cruz?
San José es también un padre para nosotros, un padre amante, vigilante y solícito.
Tenemos a Jesús, a María y a José, ¿qué podemos temer? Confiémosles nuestras almas, nuestras casas, nuestras obras. Sus imágenes están en nuestras casas, sus nombres en nuestros labios y en nuestros corazones; no temamos nada, estamos bien guardados.
Tengamos confianza, incluso en las pruebas.
El Señor parece dormir algunas veces, deja que se levante la tempestad; pero vela e interviene en el momento oportuno. Permite las pruebas, que son útiles e incluso necesarias para nuestra santificación y para el progreso de nuestras obras.
El Señor las hará redundar en nuestro provecho. Pongamos en Él toda nuestra confianza.
In te, Cor Iesu, speravi, non confundar in aeternum [Yo he esperado en ti, Corazón de Jesús; jamás seré defraudado].
P. Leon Dehon, Directorio Esprititual SCJ, N 157

miércoles, 28 de octubre de 2009

La fe viva

Beati qui crediderunt et non viderunt (Felices los que creen sin haber visto) Jn 20,29. Son palabras de Jesús al apóstol santo Tomás. Al Señor le gusta la fe viva, la fe pura y genuina, que no busca consolaciones y que sabe obrar lo mismo en la aridez que en la alegría espiritual. La fe pura es una verdadera inmolación del corazón.
Viva y verdadera fue la fe de Abraham, dispuesto a inmolar al hijo de la promesa, y la fe de los reyes magos, que creyeron en el anuncio de la estrella y que, incluso cuando la estrella desapareció, prosiguieron su objetivo. Muy viva y verdaderamente admirable fue también la fe de san José que, a pesar de todas las contradicciones y dificultades, creyó en los misterios de la redención. Aceptó todos los mensajes del ángel. Y, siendo testigo de todas las humillaciones de Jesús en Belén, en Egipto, en Nazaret, siempre fue fiel a su fe. Muere antes de los grandes milagros de Jesús, antes de su resurrección, y muere, sin embargo, en la fe más viva y meritoria.
Es en los momentos de prueba, sobre todo, cuando la fe debe ser firme y perseverante. En tales crisis alcanza la fe las más grandes victorias y prepara el éxito de las obras. Dios castiga las dudas contra la fe, como vemos en muchos ejemplos de la sagrada Escritura.
Nada hemos de temer, aun cuando no comprendamos los designios de Dios. Él nos pedirá con frecuencia el sacrificio de Moria (el sacrificio de Isaac), un sacrificio que al parecer destruye sus promesas. Nuestra humilde sumisión será recompensada por un aumento de favores divinos. (P. León Dehon, Directorio Espiritual SCJ Nro 156)