1 . En la Cuaresma la Iglesia está llamada a vivir una profunda experiencia del amor salvador de Dios, peregrinando por el desierto. En él, Dios nos llama a renovar nuestra fe y así renovar también nuestra respuesta y compromiso.
2 . El desierto no es un lugar para vivir. Sin embargo, Dios quiso hacer pasar a su Pueblo por esta tierra espantosa: el desierto inmenso y temible: Dt 1,19. Allí, en este lugar de la prueba y la tentación, nació el Pueblo de Dios. Allí se realizó la Alianza. El quiso que atravesara el desierto con el fin de llevar a su pueblo a la tierra donde mana leche y miel, pero como un verdadero Pueblo, su Pueblo. Para que dejara de ser un conjunto errante de individuos y comenzara a ser una verdadera comunidad, con una identidad: la pertenencia al Señor.
3 . En el desierto se revela el corazón del hombre en relación. Allí se pone en juego su capacidad de vivir en comunidad, de vivir en la precariedad sin menoscabar la fraternidad. Y allí también se revela la gran herida: Ante los peligros, la inseguridad, la falta de agua, de alimento, de carne… cae en la rebeldía y la murmuración, en la desconfianza, la división y el deseo de abandonarlo todo (Ex 14,11; 16,2; 17,2; Núm 14,2ss; 16,13…). Pero el Designio de Dios sobre su pueblo se mantiene firme. Dios es fiel, y más que demostrar la incapacidad y el pecado del pueblo se manifiesta en este lugar el triunfo de su Misericordia. Dios saca bien del mal. Suscita medios de salvación: al pueblo que murmura le da un alimento (Ex 16,1-18) y un agua maravillosa (Ex 17,1-7), lo guía, lo libra de las bestias y alimañas, serpientes y escorpiones (Núm 21,9). Manifiesta así su Santidad, su Fidelidad, su Gloria (Núm 20,13)
4 . El desierto es lugar propicio para escuchar a Dios: El profeta Oseas anuncia que Dios no abandona a quien ama. Los castigos no sirven para hacer que vuelva la esposa infiel y por eso Dios la conduce al desierto y le habla al corazón: Os 2,16.
5 . Jesús quiso revivir las diferentes etapas del pueblo de Dios. Así, es llevado por el Espíritu de Dios al desierto para ser allí sometido a la prueba: Lc 4, 1-13. Pero a diferencia de sus padres, permanece fiel al Padre, prefiriendo la Palabra de Dios al pan (“no sólo de pan vive el hombre…”); el servicio de Dios a toda esperanza de dominación (“adorarás al Señor, tu Dios y sólo a él le rendirás culto”); la confianza y el sentido común de la fe al milagro maravilloso (“no tentarás al Señor tu Dios”).
6 . La Iglesia peregrina en medio del desierto. Porque no deja de luchar en medio de tentaciones, debilidades y pecados. Pero cuenta ya con la gracia de Cristo: Él ha multiplicado el pan en el desierto porque Él es el Pan de Vida. Él es el Agua viva que nos quita la sed. Es el Camino, la Verdad, la Vida, es la Luz del mundo para que ya nadie camine en tinieblas. Cristo mismo es nuestro desierto: en él hemos superado la prueba, en él tenemos la comunión con Dios. El desierto como lugar y como tiempo se ha realizado en Jesús. San Agustín iluminó esta realidad con gran sabiduría:
“Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones. Aquel que invoca desde los confines de la tierra está abatido, mas no queda abandonado. Pues quiso prefigurarnos a nosotros, su cuerpo, en su propio cuerpo, en el cual ha muerto ya y resucitado, y ha subido al cielo, para que los miembros confíen llegar también adonde los ha precedido su cabeza. Así, pues, nos transformó en sí mismo, cuando quiso ser tentado por Satanás. El Cristo total era tentado por el diablo, ya que en él eras tú tentado. Cristo, en efecto, tenía de ti la condición humana para sí mismo, de sí mismo la salvación para ti; tenía de ti la muerte para sí mismo, de sí mismo la vida para ti; tenía de ti ultrajes para sí mismo, de sí mismo honores para ti; consiguientemente, tenía de ti la tentación para sí mismo, de sí mismo la victoria para ti. Si en él fuimos tentados, en él venceremos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo; pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de él a vencerla.” (San Agustín, Comentarios sobre los Salmos)
En este espíritu vivamos la Cuaresma para vivir plenamente la Pascua.
P. Luis Bruno
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