jueves, 6 de mayo de 2010

Cuerpo y Sangre de Cristo


“Tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio”
Esta Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) es propicia para sumergirnos aun más en el misterio de la Eucaristía. Cuanto más conozcamos y vivamos en plenitud este misterio, más frutos recogeremos para nosotros y toda la Iglesia. Por eso propongo sencillamente que podamos prepararnos y vivir mejor la Santa Misa a través de su Palabra y sus gestos.
Jesús en la Misa proclama su Palabra y realiza estos cuatro gestos salvíficos:
“Tomó pan…” Él toma el pan y el vino de nuestra ofrenda, “frutos de la tierra y del trabajo de los hombres”, y lo asume en sí mismo para ofrecerse al Padre. Jesús nos integra en sí mismo en su oblación, con todo lo que somos. Nos ofrece por Él, con Él, en Él al Padre. En la Misa nos ofrecemos con Jesús, nos unimos a su único sacrificio en este presente que vivimos, para que por obra del Espíritu eterno lleguemos al corazón del Padre y recibamos su bendición. La gotita de agua que el sacerdote deja caer en el cáliz representa nuestra ofrenda: nos dejamos asimilar por el Señor y por Él, con Él y en Él somos llevados al Padre. Este es el sentido y la vivencia de la “Presentación de las ofrendas”. Cada acontecimiento que vivimos tiene como destino las manos bondadosas del Padre, por esto necesitamos participar siempre de la Misa.
“Dio gracias…”: “Realmente es justo y necesario darte gracias, siempre y en todo lugar…” Así comienza el Prefacio que precede a la Plegaria Eucarística y éste es el nombre específico que significa “Eucaristía”: “Acción de Gracias”. En el relato de la institución eucarística las palabras de Jesús, por obra del Espíritu Santo, transforman el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso nos arrodillamos, al estar presentes frente a tan grande misterio y adorarlo. Sacrificio de alabanza, acción de gracias, bendición al Padre por su Amor Misericordioso.
“Lo partió…”: también se llamó “Fracción del pan” a la Misa en la Iglesia primitiva (Hech 2,42). Jesús se entrega, se “parte” y se da a todos, pero en cada Eucaristía está totalmente su Cuerpo y su Sangre. Es comunión, para la comunión. Se “parte” para que nosotros, heridos, desgarrados y divididos, lleguemos a la unidad y comunión. Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan. (1 Cor 10, 17). Este momento silencioso en la Misa, precede al signo de la paz y lo fundamenta.
“Se lo dio a sus discípulos…” Es la “Comunión” propiamente dicha. El momento en que recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor. Se funden Cristo y los cristianos, la Cabeza y el cuerpo de la Iglesia. Pan de Vida, remedio de inmortalidad, alimento, aceptación de la Gracia.
No somos “espectadores”, sino que estamos llamados a participar “consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada…” para que, “instruidos por la Palabra de Dios, (los fieles), reparen sus fuerzas en el banquete del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino también juntamente con él, y se perfeccionen día a día, por Cristo Mediador, en la unidad con Dios y entre sí” (Sacramentum Caritatis 52; Sacrosanctum Concilium 48)
La Adoración eucarística: un auténtico servicio a la Iglesia, unida esencialmente a la Santa Misa
El Papa Benedicto XVI, en su exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum Caritatis” nos habló sobre la Eucaristía como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. Quiero mencionar aquí la relación intrínseca entre celebración y adoración (NN 66-68)
“… En la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él…”
“La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. En efecto, sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan los unos de los otros.”
“La relación personal que cada fiel establece con Jesús, presente en la Eucaristía, lo pone siempre en contacto con toda la comunión eclesial, haciendo que tome conciencia de su pertenencia al Cuerpo de Cristo.”
Se nos invita además de encontrar tiempo personal para estar en oración ante el Sacramento del altar, que se promuevan momentos de adoración comunitaria, conservando su valor todas las formas de devoción eucarística ya existentes, por ejemplo las procesiones eucarísticas y sobre todo la procesión tradicional en la solemnidad del Corpus Christi, las Cuarenta Horas, los Congresos eucarísticos y otras devociones análogas.
Es frente al Santísimo en que nos “dejamos plasmar por el Señor”. Lo que desde el punto de vista de Dios sucede más allá del tiempo, para nosotros necesita desarrollarse en nuestro tiempo. Allí, nuestros procesos personales y comunitarios encuentran el Camino, la Verdad, la Vida. Ante Él continúa realizándose el proceso de Amor con el que el Señor nos sana. Ante Él encontramos la fuerza para perdonar, para ser liberados del miedo, de la culpa, de la indignidad, para superar nuestros duelos y pérdidas. Frente a Él le entregamos nuestros proyectos, sueños y aspiraciones para que los purifique y seamos fortalecidos. Con Él intercedemos ante el Padre en el Espíritu Santo por toda la Iglesia, con sus rostros concretos y todas sus instituciones, como así también, por todo el mundo.
La Eucaristía y la Virgen María (Sacramentum Caritatis 33)
“La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo. Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquella que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos “hasta el extremo” (Jn 13,1) (LG 58).
María es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía.
¡Bendito y Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!

Decía siempre el p. Emiliano Tardif que el Señor puede sanar como quiere y cuando quiere, pero que la mayor cantidad de sanaciones que él ha experimentado en su vastísimo ministerio de sanación han sido en el marco de la Eucaristía. Luego de la comunión, en la oración de sanación. Porque Jesús acompaña a la Evangelización con los signos, prodigios y milagros con los que acompañó a la Iglesia Primitiva, tal como lo hizo con su propio ministerio de Amor. Y nosotros... cuántas veces, en el momento en que Jesús va a actuar... nos vamos... sin detenernos quizá, un momento en adoración y acción de gracias profunda.
Qué testimonios podríamos enviar aquí para compartir con los hermanos acerca de la acción de Jesús presente en el Santísimo Sacramento? Espero con mucha expectativas sus testimonios!!!

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