miércoles, 23 de marzo de 2011

24 de Marzo: 31er Aniversario del martirio de Monseñor Romero



El día 23 de marzo de 1980, desde la Catedral de El Salvador, Monseñor Óscar Arnulfo Romero proclamó un profundo mensaje de paz, con autoridad y humildad a la vez. Al día siguiente fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía, con el Cáliz en sus manos. Su sangre se unió a la Sangre de Cristo más que nunca. Aquí escuchamos (o leemos) un fragmento de aquella homilía que aún hoy es iluminadora para todos.
Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 4,19)

Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe revalecer la ley de Dios que dice "No matar". Ningun soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.

Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.

La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.

Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.

En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego;les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.

Padre Obispo, Oscar Romero, ruega por nosotros.


Su último día: "Cenaré con Él"

Amaneció el lunes 24 de marzo. Como de costumbre, Monseñor Romero acudía muy temprano a la capilla del hospitalito para rezar sus oraciones matutinas del breviario y para su meditación personal.

Cuando las hermanas llegaban a la capilla, Monseñor ya estaba en oración ante el santísimo sacramento. Luego se unía a la comunidad de hermanas para el rezo de laudes, la oración matutina de la Iglesia. Después celebraban la santa misa, con su acostumbrada pequeña reflexión sobre el evangelio del día, seguidamente venia el desayuno, en donde charlaba y bromeaba con las hermanas.
Aquella ma
ñana la charla fue prolongación de la alegría de la noche anterior.

De vez en cuando esa charla fraterna se venía interrumpida por algún visitante que venía a desayunar con él para hablar sobre asuntos de pastoral u otro.
Pero en la ma
ñana del lunes 24 de marzo no hubo interrupción alguna.
Monse
ñor Romero había amanecido con su sotana blanca.
Las hermanas sab
ían que cuando vestía esa sotana era señal de que iba a descansar al mar.
Por eso le preguntaron: "Monse
ñor y ahora, adonde?...Y monseñor con la confianza del hermano que bromea con sus hermanas, les respondió: "Metidas".

Y las hermanas reaccionaron también en son de guasa: "A saber a dónde va...y... no lo quiere decir...", "A saber qué se tiene por ahí..." "Llévenos monseñor...",decía una con tono suplicante y en son de tomarle el pelo.

"A donde yo voy ustedes no pueden ir", respondió monseñor. Pero por qué?" respondió una hermana. "Adonde va?" "Ah!" ustedes todo lo quieren saber... Qué mujeres!", respondió monseñor, tomando un bocado.

Aquella mañana monseñor quería ir al mar con un grupo de sacerdotes para descasar un poco y dedicar algún tiempo a la lectura y al estudio del documento papal sobre la vida y la identidad sacerdotal, orientando especialmente el problema del sentido del celibato, documento que se había publicado recientemente.
Antes de salir para el mar despu
és del desayuno monseñor se dirigió al arzobispado para consultar la agenda de actividades que allí había y saludar personalmente a sus vicarios y cancilleres, como era su costumbre.
Se encontró con un buen grupo de sacerdotes. A todos les salud
ó y les estrechó la mano, intercambiando palabras con cada uno. Más de uno le felicitó por su valiente homilía del domingo anterior. Otros comentaban entre sí, en voz baja, los riesgos que había corrido con aquellas palabras, instando a las bases del ejército a obedecer a Dios antes que a sus jefes cuando estos les ordenaban matar. No pondrá en peligro su vida?

Sin duda se multiplicaban las amenazas sobre la cabeza de monseñor Romero. Aquella misma mañana, una persona llegó hasta las oficinas de los militares encargados de la difusión de las partes oficiales del ejército (COPREFA) para recibir una parte oficial sobre el incidente de la invasión de los predios de la UCA por parte de la policía nacional. Un oficial le dijo con tono airado: "Y dígales a esos padres de la UCA que lo que monseñor dijo ayer en la homilía es un delito!" Advertencia? Amenaza? Señal fatídica?...
Parec
ía que quienes se interesaban en liquidar al arzobispo hubieran encontrado un pretexto para poner en marcha un reloj cuyas agujas se pararían a las 6,26 p.m. Aquellas palabras de Romero fueron interpretadas por algunos como un llamamiento peligrosísimo a las bases de ejército para que se sublevaran contra sus superiores y crear así el caos en las filas del ejército.
Su explicaci
ón era solo una: si el arzobispo se había atrevido a pronunciar semejante homilía, no es porque pretendiera evitar a la conversión, sino porque también él era un "subversivo" declarando que estaba llegando la preparando la llegada del comunismo al país.

Al llegar al mar, el terreno en que pretendían pasar la mañana estaba cerrado. El encargado no estaba, pero era propiedad de personas muy conocidas de monseñor y se decidieron a entrar al terreno por una pequeña abertura que dejaba el tapial.
Dentro del terreno tampoco hab
ía nadie, y tuvieron que sentarse en el suelo para estudiar el documento, que lo hicieron prácticamente durante el resto de la mañana. Luego fueron a dar un vistazo al mar, y al mediodía eligieron la sombra de unos cocoteros para tomar los alimentos. Todo se hizo con la sencillez que caracteriza a monseñor. Bromearon.
El gozaba much
ísimo con las peripecias y anécdotas que había vivido una de los sacerdotes con ocasión de las ocupaciones de la catedral por parte de las organizaciones populares.

Un poco antes de las tres de la tarde monseñor decidió regresar a San Salvador porque tenía que celebrar una misa. Se levanto la sesión y regresaron nuevamente a San Salvador. Monseñor con un grupo de sacerdotes en un auto, que le dejó en el hospitalito de la Divina Providencia. Allí le esperaba ya una persona con quien tenía que hablar. Se duchó en unos minutos y se dispuso a proseguir las tareas pendientes. Recibió a la antedicha persona, con quien se entretuvo breves instantes. Veinte minutos después fue a ver su médico para que le examinara los oídos, que últimamente le venían molestando. Media hora duraría aquella visita, y de allí salió hacia Santa Tecla. Eran las cuatro y treinta de la tarde.

Al llegar a Santa Tecla se dirigió a la casa de los jesuitas, en donde vivía su confesor, con quien pidió hablar. Al verlo y saludarlo, le dijo: " Vengo, Padre, porque quiero estar limpio delante de Dios", e hizo una confesión detenida. Los que le vieron aquella tarde en Santa Tecla notaron su serenidad de siempre, con su característica timidez; quizá un poco más taciturno, se le ofreció un vaso de limonada. Monseñor Romero dijo: "No tengo tiempo, pero eso no me lo pierdo". Efectivamente a monseñor le gustaba mucho la limonada. Se tomo el vaso de limonada a pequeños sorbos hablando siempre con su confesor y con las personas que estaban en el corredor.

Hacia las cinco y media de la tarde ya estaba de regreso en el hospitalito. Le esperaba otra persona para hablar sobre asuntos pastorales. Monseñor la atendió. Hacia las seis de la tarde ya estaba en el altar del señor. La misa había empezado... Todos los asistentes se conocen, menos uno. A las seis y veinticinco, en el momento del ofertorio, suena el disparo que le quita la vida. Como a su Señor.

Doce años antes, Monseñor Romero, meditando sobre la muerte durante un retiro espiritual, había escrito estas palabras, tomadas del libro del Apocalipsis: "Y cenaré con él" (Ap. 3,20). Eran las seis y veinticinco... Monseñor acostumbraba a cenar a las seis y media de la tarde... Murió. Vivió. Cenó con él.

Fuente: OSCAR A. ROMERO Biografia.
Autor: Jesus Delgado.

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