De las Homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san
Mateo
(Homilía 15, 6. 7: PG 57, 231-232)
SAL DE LA TIERRA Y LUZ DEL
MUNDO
Vosotros sois la sal de la tierra. Es
como si les dijera: «El mensaje que se os comunica no va destinado a vosotros
solos, sino que habéis de transmitirlo a todo el mundo. Porque no os envío a dos
ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación,
como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra, al mar y a todo el mundo,
y a un mundo por cierto muy mal dispuesto.» Porque al decir: Vosotros sois la
sal de la tierra, enseña que todos los hombres han perdido su sabor y están
corrompidos por el pecado. Por ello exige sobre todo de sus discípulos aquellas
virtudes que son más necesarias y útiles para el cuidado de los demás. En
efecto, la mansedumbre, la moderación, la misericordia, la justicia son unas
virtudes que no quedan limitadas al provecho propio del que las posee, sino que
son como unas fuentes insignes que manan también en provecho de los demás. Lo
mismo podernos afirmar de la pureza de corazón, del amor a la paz y a la verdad,
ya que el que posee estas cualidades las hace redundar en utilidad de
todos.
«No penséis -viene a decir- que el combate al que se os llama es
de poca importancia y que la causa que se os encomienda es exigua: Vosotros sois
la sal de la tierra.» ¿Significa esto que ellos restablecieron lo que estaba
podrido? En modo alguno. De nada sirve echar sal a lo que ya está podrido. Su
labor no fue ésta; lo que ellos hicieron fue echar sal y conservar, así, lo que
el Señor había antes renovado y liberado de la fetidez, encomendándoselo después
a ellos. Porque liberar de la fetidez del pecado fue obra del poder de Cristo;
pero el no recaer en aquella fetidez era obra de la diligencia y esfuerzo de sus
discípulos. ¿Te das cuenta de cómo va enseñando gradualmente que éstos son
superiores a los profetas? No dice, en efecto, que hayan de ser maestros de
Palestina, sino de todo el orbe.
«No os extrañe, pues -viene a decirles-,
si, dejando ahora de lado a los demás, os hablo a vosotros solos y os enfrento a
tan grandes peligros. Considerad a cuántas y cuán grandes ciudades, pueblos,
naciones os he de enviar en calidad de maestros. Por esto no quiero que seáis
vosotros solos prudentes, sino que hagáis también prudentes a los demás. Y muy
grande ha de ser la prudencia de aquellos que son responsables de la salvación
de los demás, y muy grande ha de ser su virtud, para que puedan comunicarla a
los otros. Si no es así, ni tan siquiera podréis bastaros a vosotros
mismos.
En efecto, si los otros han perdido el sabor, pueden recuperarlo
por vuestro ministerio; pero si sois vosotros los que os tornáis insípidos,
arrastraréis también a los demás con vuestra perdición. Por esto, cuanto más
importante es el asunto que se os encomienda, más grande debe ser vuestra
solicitud.» Y así, añade: Si la sal pierde su sabor, ¿con qué la vais a salar?
No vale para otra cosa, sino para tirarla fuera y que la pise la
gente.
Para que no teman lanzarse al combate, al oír aquellas palabras:
Cuando os insulten y persigan y propalen contra vosotros toda clase de
calumnias, les dice de modo equivalente: «Si no estáis dispuestos a tales cosas,
en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra
vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais
vuestro sabor y-seríais pisoteados. Pero si no cejáis en presentar el mensaje
con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque
lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de
molicie.
Por tanto, estas maledicencias son inevitables y en nada os
perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas,
cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que
entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto
consiste el ser pisoteado por la gente.»
A continuación, propone una
comparación más elevada: Vosotros sois la luz del mundo. De nuevo se refiere al
mundo, no a una sola nación ni a veinte ciudades, sino al orbe entero; luz que,
como la sal de que ha hablado antes, hay que entenderla en sentido espiritual,
luz más excelente que los rayos de este sol que nos ilumina. Habla primero de la
sal, luego de la luz, para que entendamos el gran provecho que se sigue de una
predicación austera, de unas enseñanzas tan exigentes. Esta predicación, en
efecto, es como si nos atara, impidiendo nuestra dispersión, y nos abre los ojos
al enseñarnos el camino de la virtud. No puede ocultarse una ciudad situada en
lo alto del monte; ni se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín. Con
estas palabras, insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus
discípulos y en la vigilancia que han de tener sobre su propia conducta, ya que
ella está a la vista de todos, y el palenque en que se desarrolla su combate es
el mundo entero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario