viernes, 8 de noviembre de 2013

Delante del Altísimo, todos estamos vivos

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

Comentario del p. Luis Rivas



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo 

según san Lucas 20, 27-38



Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: «Maestro, Moisés nos ha orde­nado: "Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viu­da". Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descen­dencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resu­citen los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?»

Jesús les respondió: «En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pue­den morir, porque serán semejantes, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrec­ción. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; to­dos, en efecto, viven para Él».

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LOS SADUCEOS


En los días que transcurren entre la entrada de Jesús en Je­rusalén y la última cena, los evangelios reúnen varios relatos que refieren discusiones o polémicas del Señor con los distintos grupos de sus adversarios. 
El leccionario de la Misa ha conser­vado para este año solamente el texto sobre la respuesta de Jesús a los Saduceos. En otros años encontramos otras de esas polémicas, en la redacción de los evangelistas Mateo y Marcos.

Los Saduceos, que se enfrentan con Jesús en el texto que comentamos, constituyen uno de los partidos político-religiosos que existían en aquel tiempo. Formaban este partido los miem­bros de la aristocracia sacerdotal. Eran totalmente opuestos a los Fariseos, y se caracterizaban por sus buenas relaciones con el gobierno romano invasor. Se los acusaba de ser arrogantes y de mantener distancia con el pueblo.En cuanto a las creencias, tenían en materia religiosa una posición muy conservadora. No admitían las novedades y todo aquello que pudiera poner en peligro la posición que tenían en la sociedad. Por eso no admitían la esperanza de que vendría el Mesías. Se regían solamente por lo que estaba escrito en el Pentateuco, apreciando muy poco los demás libros de la Escritura, y se oponían a las tradiciones, que eran defendidas por los Fariseos. Por esa razón eran contrarios a otras creencias que se fundaban en aquellos libros de la Biblia que ellos menosprecia­ban o en las tradiciones sustentadas por los Fariseos, como ser la existencia de los Ángeles y la esperanza en la vida eterna y la resurrección. 

En la primera lectura de este domingo se encuen­tra la afirmación de la resurrección en el segundo libro de los Macabeos, que no era admitido como libro sagrado por los saduceos.

Se decía que negaban también la Providencia, porque sostenían que solamente el hombre, con su libertad, era el que ordenaba todas las cosas, y que Dios no intervenía en la historia de los hombres.

Para nuestro conocimiento de la historia de Jesús, es impor­tante saber que cuando el Señor fue llevado a la cruz, fueron los saduceos los que lo condenaron, lo llevaron ante Pilato y lo acu­saron para obtener la ejecución. Los Fariseos no intervinieron en esos acontecimientos. 



EL PROBLEMA DE LOS SADUCEOS

Como se ha dicho más arriba, los Saduceos no admitían las doctrinas de la inmortalidad y de la resurrección de los muertos. Por eso se acercan a Jesús para conocer su opinión al respecto. Pero no proponen la pregunta directamente, sino a través de un caso para resolver. 
Los Saduceos parten de una ley del Antiguo Testamento, para concluir que su aplicación crea problemas en el caso de que exista realmente una resurrección. 
En realidad, los Saduceos pretenden ridiculizar esta enseñanza defendida por los Fariseos.La ley aludida es la que se conoce con el nombre de "ley del levirato". Es una disposición muy conocida en el mundo antiguo, y que también fue asumida por Israel. Teniendo muy alta estima por la descendencia, trataban de hallar una solución al caso, para ellos tan doloroso, de que un hombre muriera sin tener hi­jos. Según esta ley, si un hombre moría sin dejar descendencia, su hermano tenía la obligación de tener relaciones con la mujer viuda para que esta concibiera. Pero el hijo que naciera de esta unión sería tenido en todo como hijo del difunto, y no del autén­tico padre. Así el hombre muerto tendría descendencia.
El problema de los Saduceos es claro: suponiendo que siete hermanos tienen relaciones con la misma mujer y todos mueren sin dejar descendencia ¿de cuál de ellos será esposa el día de la resurrección?


PRIMERA RESPUESTA DE JESÚS

El Señor, una vez que oye el problema, no se deja llevar al terreno de la casuística. Más bien encara directamente el error que se encuentra en la base, y que es la posición de los saduceos con respecto a la resurrección. Por eso su respuesta se da en dos partes. 
En la primera ataca la idea errónea de resurrección que tienen los Saduceos. 
En la segunda, va directamente al problema teológico de la exis­tencia de la resurrección. 
Los Saduceos tienen una idea equivocada de la resurrec­ción, porque piensan que la otra vida tendrá las mismas caracte­rísticas que esta que estamos viviendo ahora. 
En este mundo es necesario el matrimonio porque se trata, entre otras cosas, de crear hombres para poblar el mundo. Aquí existe el envejeci­miento, la enfermedad y la muerte. Es necesario que otros vengan a ocupar los lugares que van dejando los que llegaron a la ancianidad o padecieron la muerte.Pero en la otra vida esto no se dará. Allá no habrá necesidad de crear nuevos hombres, y por lo tanto el matrimonio no podrá existir de la misma forma que en este mundo. 

El Señor, al hablar de la vida futura, señala las condiciones de esa existencia. Los que llegan a la resurrección llevarán una vida como la de los ángeles, no podrán morir, serán hijos de Dios. Sabemos que ya somos hijos de Dios, y a Dios lo llamamos Padre. Pero también se nos dice en la Palabra de Dios que todavía no se ha revelado plenamente lo que seremos, ya que cuando podamos contem­plar a Dios, seremos semejantes a Él. Esto escapa a toda posi­bilidad de imaginación. 

El matrimonio, en la otra vida, conservará todo aquello que sea acorde con esa existencia angelical o casi divina: el amor recíproco, la intimidad, la comunicación. Pero no tendrá aquello que pertenece a la vida de este mundo, como es la procreación.Por eso se equivocan los Saduceos: ellos hablan del matri­monio en la resurrección, como si allá permanecieran las mis­mas condiciones que en esta vida.


SEGUNDA RESPUESTA DE JESÚS

Dejado en claro lo que se entiende por resurrección, Jesús pasa ahora a mostrarles el error teológico que cometen al ne­garla. Para nuestra mentalidad el argumento de Jesús puede aparecer desconcertante o ininteligible. Hagamos un esfuerzo por ponernos dentro de la mentalidad de los maestros y rabinos de la época del Señor.

Jesús les recuerda a los Saduceos un texto del libro del Éxo­do, uno de los pocos que ellos admiten como parte de la Sagrada Escritura. Es el texto que refiere la manifestación de Dios a Moisés en la zarza ardiente, cuando éste es enviado a liberar al pueblo que estaba en la esclavitud de Egipto. Jesús les recuerda las palabras que se utilizan en la presentación de Dios. Cuando Moisés se acercó a la zarza que ardía para ver de cerca el prodigio, se encontró con Dios que le habló y le dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob.” Abraham, Isaac y Jacob ya habían muerto hacía siglos. Sin embargo, Dios se llama a sí mismo el Dios de todos ellos, y como tal, viene a cumplir la promesa que les había hecho en su tiempo: tomar al pueblo, liberarlo y hacerlo su pueblo.Si Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es porque estos tres últimos existen y no han desaparecido total­mente: Dios no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Si Dios viene a cumplir las promesas que les hizo a Abraham, Isaac y Jacob, es porque ellos viven. Si hubieran muerto definitivamen­te, Dios habría sido injusto al no cumplirles en su tiempo lo prometido.De este modo queda en claro que los Saduceos también se equivocan al negar la inmortalidad y la resurrección.


¿QUÉ ACTUALIDAD TIENE PARA NOSOTROS?

A los hombres de nuestra época les resulta difícil admitir la enseñanza de la Iglesia sobre la inmortalidad y la resurrección. Se dice muchas veces que esas son cosas de otros tiempos, porque a los hombres de la antigüedad todo esto les parecía creíble. Pero hoy, con nuestros adelantos científicos, ya no po­demos pensar con esos conceptos.El evangelio nos muestra que también Jesús tuvo que en­frentarse con personas que, por prejuicios filosóficos, afirmaban que con la muerte todo se acaba. El Señor proclamó la enseñan­za sobre la resurrección ante un auditorio hostil a tales palabras. La misma dificultad se le presentó a san Pablo cuando tuvo que evangelizar a los griegos.En nuestra proclamación de la fe no podemos silenciar esta parte del Credo, ni tampoco diluirla en fórmulas que sean más del agrado de los hombres de nuestro tiempo, pero que hacen esfumar lo fundamental del mensaje de Jesús.También debemos poner especial cuidado para no confundir los planos. Al tratar sobre la vida eterna es necesario recordar que no se puede hablar de las cosas celestiales si no es median­te el recurso de la analogía. Muchas de las resistencias a acep­tar la doctrina sobre la inmortalidad o la resurrección, así como también muchos errores sobre la misma, se deben a que a veces se concibe la vida eterna como un levantarse de la tumba para continuar una vida con las mismas condiciones que la anterior vida mortal, o como permanecer en lo alto sujetos al tiempo y al espacio, con las mismas dimensiones y sometidos a los mismos fenómenos normales de este mundo.

De las enseñanzas de la palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia aprendemos que la resurrección es participar de la vida de Cristo resucitado, llevando una existencia como la de Él. Cristo resucitado es la Cabeza de toda la creación, está presen­te en todo y en todas partes, existe realmente, aunque de manera misteriosa, en cada hombre y sobre todo en cada cristiano, está presente en la Eucaristía y actúa en todos los sacramentos... Por esa razón nuestros ojos carnales no pueden ver los cuerpos resucitados.El evangelio de este domingo tiene que hacernos tomar con­ciencia de que, ante un mundo que mira la muerte como el final definitivo de toda existencia, los cristianos tenemos el mensaje de la resurrección. Esta palabra nos hace mirar de otra forma nuestra vida: anima nuestra esperanza y nos lleva a valorar lo que será definitivo. Todas las cosas pasan, también tendrán un término la fe y la esperanza, pero el amor que tengamos durará para siempre.

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