Solemnidad
de Corpus Christi
Alimento para la eternidad
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-58
Comentario del p. Luis Rivas
Dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el Pan vivo bajado del cielo. El que coma
de este Pan vivirá eternamente, y el Pan que Yo daré es mi carne para la vida
del mundo».Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió:
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida
eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera
comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y Yo en él.Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el Pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este Pan vivirá eternamente».
*****
El Maná del
desierto
El texto del Evangelio que se proclama en esta
solemnidad está tomado del largo capítulo de san Juan en el que se relata la
multiplicación de los panes y se reproduce el discurso que pronunció Jesús al
día siguiente en la sinagoga de Cafarnaúm. Después de la multiplicación de los
panes la multitud cruzó el lago de Galilea y se reunió en la Sinagoga, donde
los judíos se juntan para leer y explicar las Escrituras y para rezar. Por lo
que sigue a continuación en el Evangelio, se supone que allí han leído una parte
de la Biblia donde se relata cómo Dios alimentó milagrosamente a los
israelitas durante el tiempo en que estuvieron en el desierto. Se dice en el
libro del Éxodo que cuando estuvieron con hambre, el Señor les envió una comida
que caía del cielo, llamada el maná. La primera lectura proclamada en la Misa
de hoy, tomada de otro libro de la Biblia, alude al mismo alimento milagroso.
Los judíos preguntaron a Jesús sobre un Salmo de la
Escritura donde se refiere este hecho diciendo: "Les dio a comer el Pan del
cielo". Tomando este texto como punto de partida, Jesús los instruyó
explicándoles que aquel pan que habían recibido en el desierto no era verdadero
pan del cielo, ya que es un hecho conocido por todos que los que estuvieron con
Moisés en el desierto murieron después de algún tiempo, así como también murió
Moisés. Si el maná hubiera sido verdadero pan del cielo, les habría comunicado
la vida eterna. Con estas explicaciones Jesús provocó un interrogante:
¿Entonces cuál es el verdadero Pan del cielo del que hablan las Escrituras?
El Evangelio proclamado en esta Misa contiene la
última parte de la respuesta de Jesús. Son palabras que sorprenden y escandalizan
a los oyentes: Quien distribuye el verdadero pan del cielo no es Moisés sino
Dios, y el pan no es el maná sino el mismo Jesús: "Yo soy el Pan verdadero
que ha bajado del cielo". Y si estas palabras inesperadas resultaban
inaceptables para muchos, Jesús añadió: “El Pan... es mi carne”.
El Pan verdadero
Si por una parte los oyentes no podían aceptar que
este Jesús que ellos creían conocer se proclamara como Pan bajado del cielo,
por otra parte les parecía totalmente fuera de lugar que Él dijera que había
que comer su carne. ¿A quién no le produce repugnancia y horror el pensar en
comer carne humana? Esto se agrava cuando Jesús añade que se debe beber su
sangre. A los semitas en general, la idea de beber sangre les produce
repugnancia. Mucho más si se trata de beber sangre humana. El Antiguo
Testamento castigaba con la pena de muerte a quienes comieran la carne con su
sangre o simplemente bebieran sangre. Hasta el día de hoy los judíos comen la
carne desangrada.
De las enseñanzas de Jesús surgen las respuestas a
estas cuestiones que plantean los judíos. En primer lugar que Él es el Pan
verdadero. Esto significa que todo otro pan, también el milagroso que comieron
los israelitas en el desierto, es una figura. El pan que comemos diariamente
para saciar nuestra hambre y evitar la muerte es una figura de ese otro
alimento que nos envía Dios para que saciemos el hambre de vida eterna y
podamos vencer a la muerte para siempre.
Pero advirtamos que cuando utilizamos la palabra
‘Pan’ no nos estamos refiriendo sólo a esta sustancia alimenticia elaborada
con harina, sino que es un término común con el que se indica todo lo que el
ser humano necesita para vivir. Si tenemos esto en cuenta, las palabras de
Jesús resultan mucho más sorprendentes todavía.
Jesús viene desde el Padre y se ofrece a los hombres
para que lo reciban por medio de la fe. Aquellos que se abren a Él y lo
aceptan, creyendo en su Palabra y dejándose redimir, se alimentan de Jesús
porque reciben de Él la vida que proviene del Padre, y que es la vida eterna,
la que no tiene mezcla de mal ni puede conocer el límite de la muerte. Por esa
razón Él es pan, y es verdadero pan porque comunica una vida que dura para siempre.
Cuando decimos vida eterna tenemos que recordar que
no se trata de seguir viviendo largos y numerosos años como una continuación de
la vida que ahora llevamos. La vida eterna es la vida total, es el poder
alcanzar la totalidad de todos los bienes que ahora poseemos en pequeña medida:
vida, alegría, amor, sabiduría. Y todo esto sin mezcla de ningún mal, sin
envejecimiento ni enfermedades, y sobre todo, sin el sombrío límite que impone
la muerte. Por eso el pan de nuestra comida diaria es una figura: nos asegura
la vida terrenal, nos concede un poco más de tiempo en este mundo, pero no nos
puede dar de ninguna manera la vida eterna, es decir la vida total.
El Pan que es su
carne
Para los oyentes de Jesús resultaba inaceptable que
Él se presentara como un pan que alimenta con la vida eterna a quienes lo
reciben por la fe. Jesús les explicó que Él también es pan de otra forma,
porque tanto su carne como su sangre deben ser recibidas para poder tener la
vida eterna. Los oyentes reciben estas palabras con horror. Ellos piensan que
tienen que comer la carne de un cadáver y por eso no lo pueden admitir. Jesús
les dice entonces que la carne y la sangre que Él ofrece como comida y bebida
es la carne y la sangre del "Hijo del Hombre". "El Hijo del
hombre" es el nombre con el que Jesús se designa a sí mismo cuando se
refiere a su glorificación. Cuando dice que hay que comer la carne del
"Hijo del hombre" quiere decir que se trata de recibirlo a Él en su
condición glorificada. No es un cadáver, sino un cuerpo glorioso, que ya no
puede padecer ni se puede corromper.
Su carne es verdadera comida y su sangre es
verdadera bebida. Toda otra comida y toda otra bebida es una figura. La comida
y la bebida que Jesús ofrece son su carne y su sangre como carne y sangre de un
viviente que vive porque recibe la vida eterna que es propia del Padre, y todo
aquel que se alimente de la carne y de la sangre de Cristo se asegura esta
vida eterna. Quien no los reciba no tendrá esta vida.
La Eucaristía
Estas palabras solamente se entienden cuando se
tiene conocimiento y experiencia de lo que es recibir la Eucaristía. Al
participar de este sacramento recibimos un pan que es verdaderamente carne y
sangre de Cristo viviente.
Entre tantas cosas sorprendentes que tiene esta
enseñanza de Jesús, nos llama la atención que diga que los que reciben su carne
y su sangre tienen ya ahora la vida eterna. La vida eterna no es solamente
promesa para el futuro. Y ya se ha dicho que vida eterna es participar de la
vida que es propia de Dios. A los que comulgan se les ofrece ya desde ahora esa
vida que viniendo del Padre está en Cristo, y por lo tanto es un comienzo de
la felicidad plena que se da en el cielo. El Pan de la Eucaristía comunica el
amor de Dios, para que los creyentes que lo reciben sean capaces de dar la
vida por los hermanos, como lo hizo el mismo Jesús.
Todos los que comulgamos nos unimos en un solo
cuerpo con Jesús para poder vivir y amar como Él vive y ama. Lejos de encerrarnos
en nosotros mismos, la comunión tiene que abrirnos para amar la vida y amar
cada vez más a Dios y a nuestros hermanos. Amar de esa manera, hasta el
heroísmo, puede parecer algo tan imposible como vivir ya en la felicidad del
cielo a pesar de todas las tristezas y dolores que nos rodean. Pero toda esta
incapacidad humana queda superada cuando oímos que Jesús no nos ofrece
alimentos de este mundo, ni siquiera un pan milagroso como el maná, sino el
Pan verdadero que es su mismo cuerpo viviente, pleno de la vida de Dios.
La vida de los santos, el ejemplo de los mártires, e
incluso nuestra propia experiencia cuando nos alimentamos frecuentemente con
la Sagrada Comunión, nos hacen ver cómo la débil creatura humana puede llegar a
superarse a sí misma hasta realizar lo que para los hombres es imposible:
vencer el pecado para vivir en la santidad, destruir el egoísmo para entregarse
generosamente a practicar el amor a los demás, vivir intensamente la alegría
de la unión con Dios hasta el punto de no perder esta alegría ni siquiera en
medio de los tormentos más crueles. Y si esta es la fuerza que nos comunica en
este mundo el Pan verdadero, podemos estar seguros de que con ese Pan también
estamos recibiendo la vida que dura para siempre.
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Imágenes de la Misa y Procesión en Jujuy
La Misa fue después del partido... no hubo tiempo para cambiarse...!
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