"Que nadie se avergüence
de los símbolos sagrados de nuestra salvación, de la suma de todos los bienes,
de aquello a que debemos la vida y el ser; llevemos más bien por todas partes, como
una corona, la cruz de Cristo.
Todo, en efecto, se consuma
entre nosotros por la cruz. Cuando nos regeneramos en el bautismo, allí está
presente la cruz; cuando nos alimentamos de la mística comida; cuando se nos
consagra ministros del altar; cuando se cumple cualquier otro misterio, siempre
está allí este símbolo de victoria.
De ahí el fervor con que lo
inscribimos y dibujamos sobre nuestras casas, sobre las paredes, sobre las
ventanas, sobre nuestra frente y sobre el corazón. Porque éste es el signo de nuestra
salvación, el signo de la libertad del género humano, el signo de la bondad del
Señor para con nosotros: Porque como oveja fue llevado al matadero (Is 53, 7).
Cuando te signes, pues,
considera todo el misterio de la cruz y apaga en ti la ira y todas las demás
pasiones. Cuando te signes, llena tu frente de gran confianza, haz libre tu
alma. Sabéis muy bien qué es lo que nos procura la libertad. De ahí que Pablo,
para llevarnos a ello, quiero decir, a la libertad que nos conviene, nos llevó
por el recuerdo de la cruz y de la sangre del Señor: Por precio -dice- fuisteis
comprados. No os hagáis esclavos de los hombres (1Cor 7, 23). Considerad -quiere
decir- el precio que se pagó por vosotros y no os haréis esclavos de ningún
hombre. Y el Apóstol llama ‘precio’ a la cruz.
No basta hacer simplemente con
el dedo la señal de la cruz, antes hay que grabarla con mucha fe en nuestro corazón.
Si de este modo la grabas en tu frente, ninguno de los demonios impuros podrá
permanecer cerca de ti, contemplando el cuchillo con que fue herido,
contemplando la espada que le infligió el golpe mortal.
Porque si a nosotros nos
estremece la vista de los lugares en que se ejecuta a los criminales,
considerad qué sentirán el diablo y los demonios al contemplar el arma con que
Cristo desbarató todo su poderío y cortó la cabeza del dragón".
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre S. Mateo, LIV, 4.
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