miércoles, 28 de octubre de 2009

La fe viva

Beati qui crediderunt et non viderunt (Felices los que creen sin haber visto) Jn 20,29. Son palabras de Jesús al apóstol santo Tomás. Al Señor le gusta la fe viva, la fe pura y genuina, que no busca consolaciones y que sabe obrar lo mismo en la aridez que en la alegría espiritual. La fe pura es una verdadera inmolación del corazón.
Viva y verdadera fue la fe de Abraham, dispuesto a inmolar al hijo de la promesa, y la fe de los reyes magos, que creyeron en el anuncio de la estrella y que, incluso cuando la estrella desapareció, prosiguieron su objetivo. Muy viva y verdaderamente admirable fue también la fe de san José que, a pesar de todas las contradicciones y dificultades, creyó en los misterios de la redención. Aceptó todos los mensajes del ángel. Y, siendo testigo de todas las humillaciones de Jesús en Belén, en Egipto, en Nazaret, siempre fue fiel a su fe. Muere antes de los grandes milagros de Jesús, antes de su resurrección, y muere, sin embargo, en la fe más viva y meritoria.
Es en los momentos de prueba, sobre todo, cuando la fe debe ser firme y perseverante. En tales crisis alcanza la fe las más grandes victorias y prepara el éxito de las obras. Dios castiga las dudas contra la fe, como vemos en muchos ejemplos de la sagrada Escritura.
Nada hemos de temer, aun cuando no comprendamos los designios de Dios. Él nos pedirá con frecuencia el sacrificio de Moria (el sacrificio de Isaac), un sacrificio que al parecer destruye sus promesas. Nuestra humilde sumisión será recompensada por un aumento de favores divinos. (P. León Dehon, Directorio Espiritual SCJ Nro 156)

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