sábado, 5 de noviembre de 2011

Naturaleza, Hombre, Dios


La infinita propuesta mercantil de la felicidad que propugna la cultura actual a través de sus voceros mediáticos no tendría tanta cabida si no se anclara en una radical necesidad humana: el irreductible anhelo de felicidad.  Los caminos propuestos para ello no son tomados al azar, sino que surgen de una racionalidad intencional: la ley del consumo, los intereses del mercado, los rostros ocultos impersonales de las transnacionales, cuya mirada enfoca el brillo superficial de sus productos presentados estéticamente como necesidades esenciales, ocultando la verdadera Necesidad; cuyas voces seducen la atención en una sola dirección y cuyo mandato desafiante a ser más poseyendo más, buscan que todos gasten lo que no tienen, para comprar lo que no necesitan, para aparentar lo que no se es ni se llegará a ser jamás. Todo bajo el mandato de la autorrealización escondido tras la propuesta de la felicidad inmediata.  

La dignidad superadora que subyace en el corazón de los más lúcidos descubre que tiene el poder de “apagar” esa ilusión y emerger lúcidamente. Más de una vez experimentó la frustración y el vacío revelador de la impotencia para generar sentido de vida –felicidad- que conlleva toda esa propuesta mediática.  Las relaciones fundamentales en las que está ligado –los demás y el mundo- y religado –Dios-, constituyen la fuente vida de esa lucidez y a la vez le interpelan en ese llamado a ser feliz que le es inherente a través de la belleza que atrae, de la verdad que se busca, del amor recibido y entregado, del bien que se construye...

El ser humano no se explica por sí solo, desde su dinamismo intrapsíquico inconsciente, ni tampoco como un nudo más que contribuye al tramado de una inmensa red colectiva, sino que es relación fundamental con lo Trascendente, con los demás (cultura, historia, comunidad), y con la naturaleza. Tensión abierta de libertad y responsabilidad, de condicionamientos y apertura trascendente.  Tiene en su caminar la experiencia siempre presente de una sed de sentido que reconociéndola o no, no la puede saciar por sí solo, ni siquiera contando con la organización de los demás ni con el dominio de la naturaleza. 

Ya decía Ortega y Gasset en 1914: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” y “este sector de la realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: sólo a través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo.”[1]
Pero esta circunstancia puede ser múltiplemente –y por lo tanto reductiblemente si no equívocamente- interpretada. En efecto, tenemos que dar cuenta qué significa salvar esa circunstancia, ese “sector de la realidad circunstante”, dado que es condición esencial de la propia salvación.
La circunstancia, así planteada, nos lleva a la realidad circundante, de la que también tendremos que dar cuenta, como así también ver de qué salvación se trata. Aquí está en juego ese doble aspecto científico que tantas controversias ha suscitado a lo largo de la historia: lo subjetivo en relación con lo objetivo. Viktor Frankl nos ayuda a interpretar ciertamente qué significa salvar esa circunstancia: significa darle un sentido a la vida desde el espíritu, esa dimensión específicamente humana, esa área personal no sujeta a ninguna enfermedad[2] –y por ello capacidad fundante- que orienta al hombre como el portador subjetivo y objetivo de un sentido que a la vez lo trasciende. En efecto, Elizabeth Lukas nos ubica en la ontología dimensional en la que nuestro autor sitúa a la persona humana:

“El plano espiritual (que no tiene nada que ver con la inteligencia o la razón) es el propiamente humano, la dimensión «específicamente humana», también llamada en logoterapia «dimensión noética», a partir de la palabra griega nóos (espíritu, inteligencia)”[3]

Este sentido, entendemos, en orden a una salud –he aquí una apropiación interpretativa de salvación tal como queremos expresarnos- que va infinitamente más allá de la loca carrera en busca de la ausencia de enfermedad, que en el fondo ¿no sería más que un modo de egocentrismo?. Salud, entonces, no apunta a esto, sino a confrontar, responder y trascender aquello que, entendemos y compartimos con Frankl, constituye la verdadera enfermedad mortal, diría Kierkegaard, que es el vacío existencial, el vacío de trascendencia.  
La realidad circundante entendida como el tejido relacional, contextual, epocal, cultural, social, no neutral, que afecta e interpela, exige por parte del hombre una lectura crítica como así también una postura que no puede eludir sin determinarse a sí mismo.  Este aspecto tiene una doble vertiente: algo de él permanece a lo largo de la historia y a la vez algo que necesariamente se plasma en cada época y cultura. El vínculo de unión de esa doble vertiente es el hombre mismo, porque ambos aspectos le pertenecen: identidad y cultura.
Es así como vamos entretejiendo lo objetivo y lo subjetivo: salvar la circunstancia para que ella salve al hombre, según Ortega, o aprehender el sentido, según Viktor Frankl.

¿Y Dios?
Más allá del Misterio propiamente dicho, consideramos su presencia viva en el marco de las relaciones fundamentales de la persona. Más aún, como La Relación por excelencia, en un nivel más profundo que el resto de las relaciones, de tal manera que supera el carácter anteriormente presentado de la circunstancia. Sin embargo, podemos aceptar que a la vez está presente también en ese marco sosteniéndolo, y uniéndose al espíritu humano, sin confundirse ni confundirlo.  Por eso, aquí se nos impone citar a Olegario González de Cardedal:

“Dios, naturaleza y hombre están ya religados en íntima manera que, si la luz de uno se apaga, quedan a oscuras los otros dos.  Los tres tienen autonomía como capacidad para sustentar la religación, y dos tienen libertad como capacidad para ejercer el amor.  Al no haber sido pensados separadamente, no son realizables separadamente.  Una recreación del hombre o del mundo que no cuente con esa religación de naturaleza y solidaridad de destino entre ellos, será una ficción quien tendrá toda la apariencia de verdad real, pero por dentro todo el vacío y toda la violencia de lo que ha sido invertido en su orientación y reprimido en su dinamismo.”[4]

Sencillamente no existe uno sin otro. Y todo esfuerzo racional que intente negar esta realidad, no es más que un esfuerzo racional de justificación de una voluntad que tiene planteada a priori una posición tomada frente a Dios y a los otros, entiéndase por estos sociedad, naturaleza y cultura.
En la experiencia de Víctor Frankl podemos encontrar encarnada esta tríada vital. Creemos que su vivencia y reflexión aporta una potencialidad de vida inherente a todo ser humano con sus relaciones fundamentales: Dios, Hombre, Naturaleza.

“Al declarar que el hombre es una criatura responsable y que debe aprehender el sentido potencial de su vida, quiero subrayar que el verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado.  Por idéntica razón, la verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización. Ésta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza.  En otras palabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando se toma como efecto secundario de la propia trascendencia.” [5]

Nuestro autor, lúcidamente es capaz de hacer visible un aspecto que varias escuelas psicológicas no tienen en cuenta, tal como Lukas lo expresa magistralmente:

“En esencia, todos los otros conceptos psicológicos de motivación giran en torno al sí mismo de la persona. Así, la psicología profunda pone la mirada en la máxima obtención de placer a través de la satisfacción de las pulsiones, mientras que la terapia de la conducta se centra en la recompensa y los «mimos» (obtención de aplauso social), y la psicología humanista contempla la realización personal. Según la logoterapia, estas escuelas esbozan una imagen totalmente egocéntrica del hombre que, en una época tan narcisista como la actual, al retroalimentarse, no consigue nada bueno ni hace justicia, desde su parcialidad, a una criatura que es esencialmente espiritual.” [6]

Y no sólo a nivel psicológico, sino a nivel científico, social, cultural, etc, este reduccionismo ha provocado estragos en la humanidad. Un ejemplo de este reduccionismo lo ofrece la escalada científica, la organización político social y económica que atenta contra la vida misma del hombre y al medio que lo sostiene: la naturaleza.  Es el resultado de aislar esta tríada esencial de la que nos habla Cardedal y sobre la que nos basamos: Dios, hombre, naturaleza.
La Escuela de Frankfurt, como pensamiento crítico, ya había denunciado lo terrible de una racionalidad orientada en franca oposición a la dignidad humana. En efecto, la racionalidad al servicio del poder, se vuelve irracional, deviene en aquello que es racionalizado o convertido en un principio de dominación, cuya cúspide trágica se manifestó en la Segunda Guerra Mundial, de la que Víktor Frankl es víctima, testigo y símbolo evidente.

Es desconcertante darse cuenta que los mayores males que ha sufrido el conjunto de la humanidad, no sólo le han sobrevenido por parte de acciones u omisiones del mismo ser humano. Y es más: ¡han sido estudiados, planificados, proyectados, realizados bajo una racionalidad que se valió de todos los adelantos científicos a su alcance!

Creemos que la disociación de la tríada Naturaleza-Hombre-Dios tiene que ver con esta introducción del mal en el mundo. Pero mucho más creemos que la religación de la misma tríada constituye la tarea –quizá la primordial- no sólo para erradicar el mal, sino para permitir que el Autor de la Vida despliegue con toda eficacia su amor en el corazón abierto del hombre que se abre a Él. La paradoja constituye la orientación, la opción, la libertad solamente humana que es capaz de conspirar contra sí mismo y la tríada fundamental o religarse a ella. Una vez más, Viktor Frankl nos sintetiza esa paradoja:

Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.[7]
 
Atilio Luis Bruno


[1] Ortega y Gasset: Meditaciones del Quijote, Residencia de estudiantes, Madrid, 1914
[2] “Quien sabe lo que es la dignidad, la dignidad incondicional de cada persona, siente también un profundo e incondicional respeto por el ser humano; también por el ser humano enfermo, por el enfermo incurable y aun también por el enfermo de espíritu [Geisteskranken, psicótico] incurable.  Y es que, en realidad, las enfermedades «de espíritu» no existen, porque el «espíritu», la propia persona espiritual, nunca puede enfermar y siempre está presente detrás de la psicosis, incluso cuando ni siquiera es «visible» a ojos del psiquiatra.” Viktor Frankl: La voluntad de sentido: conferencia escogidas sobre logoterapia, Barcelona, Herder, 1994. Citado por Elizabeth Lukas en: “Logoterapia: la búsqueda de sentido.” Paidós, Buenos Aires, 2004, pág 43.
[3] Lukas, Elizabeth: Logoterapia. La búsqueda de sentido. Paidós, Buenos Aires, 2004, pág. 27.
[4] González de Cardedal, Olegario: La raíz de la esperanza, Sígueme, Salamanca, 1995, p. 77
[5] Frankl, Viktor E: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2001, 21ª edición, p. 155.
[6] Lukas, E. o.c.
[7] Frankl, Víktor E: o.c.

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