La infinita propuesta mercantil de la felicidad que propugna la cultura
actual a través de sus voceros mediáticos no tendría tanta cabida si no se
anclara en una radical necesidad humana: el irreductible anhelo de felicidad.
Los caminos propuestos para ello no son tomados al azar, sino que surgen de una
racionalidad intencional: la ley del consumo, los intereses del mercado, los
rostros ocultos impersonales de las transnacionales, cuya mirada enfoca el
brillo superficial de sus productos presentados estéticamente como necesidades
esenciales, ocultando la verdadera Necesidad; cuyas voces seducen la atención
en una sola dirección y cuyo mandato desafiante a ser más poseyendo más, buscan
que todos gasten lo que no tienen, para comprar lo que no necesitan, para
aparentar lo que no se es ni se llegará a ser jamás. Todo bajo el mandato de la
autorrealización escondido tras la propuesta de la felicidad inmediata.
La dignidad superadora que subyace en el corazón de los más lúcidos
descubre que tiene el poder de “apagar” esa ilusión y emerger lúcidamente. Más
de una vez experimentó la frustración y el vacío revelador de la impotencia
para generar sentido de vida –felicidad- que conlleva toda esa propuesta mediática.
Las relaciones fundamentales en las que está ligado –los demás y el mundo- y
religado –Dios-, constituyen la fuente vida de esa lucidez y a la vez le
interpelan en ese llamado a ser feliz que le es inherente a través de la
belleza que atrae, de la verdad que se busca, del amor recibido y entregado,
del bien que se construye...
El ser humano no se explica por sí solo, desde su dinamismo
intrapsíquico inconsciente, ni tampoco como un nudo más que contribuye al
tramado de una inmensa red colectiva, sino que es relación fundamental con lo
Trascendente, con los demás (cultura, historia, comunidad), y con la
naturaleza. Tensión abierta de libertad y responsabilidad, de condicionamientos
y apertura trascendente. Tiene en su caminar la experiencia siempre
presente de una sed de sentido que reconociéndola o no, no la puede saciar por
sí solo, ni siquiera contando con la organización de los demás ni con el
dominio de la naturaleza.
Ya decía Ortega y Gasset en 1914: “Yo
soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” y “este sector de la realidad circunstante
forma la otra mitad de mi persona: sólo a través de él puedo integrarme y ser
plenamente yo mismo.”[1]
Pero esta circunstancia puede ser múltiplemente –y por lo tanto
reductiblemente si no equívocamente- interpretada. En efecto, tenemos que dar
cuenta qué significa salvar esa circunstancia, ese “sector de la
realidad circunstante”, dado que es condición esencial de la propia salvación.
La circunstancia, así planteada, nos lleva a la realidad circundante, de la que también tendremos que dar cuenta,
como así también ver de qué salvación
se trata. Aquí está en juego ese doble aspecto científico que tantas
controversias ha suscitado a lo largo de la historia: lo subjetivo en relación
con lo objetivo. Viktor Frankl nos ayuda a interpretar ciertamente qué
significa salvar esa circunstancia:
significa darle un sentido a la vida desde el espíritu, esa dimensión
específicamente humana, esa área personal no sujeta a ninguna enfermedad[2] –y por ello capacidad
fundante- que orienta al hombre como el portador subjetivo y objetivo de un
sentido que a la vez lo trasciende. En efecto, Elizabeth Lukas nos ubica en la
ontología dimensional en la que nuestro autor sitúa a la persona humana:
“El plano espiritual (que no
tiene nada que ver con la inteligencia o la razón) es el propiamente humano, la
dimensión «específicamente humana», también llamada en logoterapia «dimensión
noética», a partir de la palabra griega nóos (espíritu, inteligencia)”[3]
Este sentido, entendemos, en orden a una salud –he aquí una
apropiación interpretativa de salvación tal como queremos
expresarnos- que va infinitamente más allá de la loca carrera en busca de la
ausencia de enfermedad, que en el fondo ¿no sería más que un modo de
egocentrismo?. Salud, entonces, no apunta a esto, sino a confrontar, responder
y trascender aquello que, entendemos y compartimos con Frankl, constituye la
verdadera enfermedad mortal, diría Kierkegaard, que es el vacío existencial, el
vacío de trascendencia.
La realidad circundante entendida como el tejido relacional, contextual,
epocal, cultural, social, no neutral, que afecta e interpela, exige por parte
del hombre una lectura crítica como así también una postura que no puede eludir
sin determinarse a sí mismo. Este
aspecto tiene una doble vertiente: algo de él permanece a lo largo de la
historia y a la vez algo que necesariamente se plasma en cada época y cultura.
El vínculo de unión de esa doble vertiente es el hombre mismo, porque ambos
aspectos le pertenecen: identidad y cultura.
Es así como vamos entretejiendo lo objetivo y lo subjetivo: salvar la
circunstancia para que ella salve al hombre, según Ortega, o aprehender el
sentido, según Viktor Frankl.
¿Y Dios?
Más allá del Misterio propiamente dicho, consideramos su presencia viva
en el marco de las relaciones fundamentales de la persona. Más aún, como La
Relación por excelencia, en un nivel más profundo que el resto de las
relaciones, de tal manera que supera el carácter anteriormente presentado de la
circunstancia. Sin embargo, podemos aceptar que a la vez está presente también
en ese marco sosteniéndolo, y uniéndose al espíritu humano, sin confundirse ni
confundirlo. Por eso, aquí se nos impone citar a Olegario González de Cardedal:
“Dios, naturaleza y hombre están
ya religados en íntima manera que, si la luz de uno se apaga, quedan a oscuras
los otros dos. Los tres tienen autonomía como capacidad para sustentar la
religación, y dos tienen libertad como capacidad para ejercer el amor. Al
no haber sido pensados separadamente, no son realizables separadamente.
Una recreación del hombre o del mundo que no cuente con esa religación de
naturaleza y solidaridad de destino entre ellos, será una ficción quien tendrá toda
la apariencia de verdad real, pero por dentro todo el vacío y toda la violencia
de lo que ha sido invertido en su orientación y reprimido en su dinamismo.”[4]
Sencillamente no existe uno sin otro. Y todo esfuerzo racional que
intente negar esta realidad, no es más que un esfuerzo racional de
justificación de una voluntad que tiene planteada a priori una posición tomada
frente a Dios y a los otros, entiéndase por estos sociedad, naturaleza y
cultura.
En la experiencia de Víctor Frankl podemos encontrar encarnada esta
tríada vital. Creemos que su vivencia y reflexión aporta una potencialidad de
vida inherente a todo ser humano con sus relaciones fundamentales: Dios,
Hombre, Naturaleza.
“Al declarar que el hombre es una
criatura responsable y que debe aprehender el sentido potencial de su vida,
quiero subrayar que el verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el
mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de
un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdadera meta de la existencia
humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización. Ésta
no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se
esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma
medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su vida,
en esa misma medida se autorrealiza. En otras palabras, la
autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma,
sino cuando se toma como efecto secundario de la propia trascendencia.” [5]
Nuestro autor, lúcidamente es capaz de hacer
visible un aspecto que varias escuelas psicológicas no tienen en cuenta, tal
como Lukas lo expresa magistralmente:
“En esencia, todos los otros conceptos psicológicos de motivación giran
en torno al sí mismo de la persona. Así, la psicología profunda pone la mirada
en la máxima obtención de placer a través de la satisfacción de las pulsiones,
mientras que la terapia de la conducta se centra en la recompensa y los «mimos»
(obtención de aplauso social), y la psicología humanista contempla la
realización personal. Según la logoterapia, estas escuelas esbozan una imagen
totalmente egocéntrica del hombre que, en una época tan narcisista como la
actual, al retroalimentarse, no consigue nada bueno ni hace justicia, desde su
parcialidad, a una criatura que es esencialmente espiritual.” [6]
Y no sólo a nivel psicológico, sino a nivel
científico, social, cultural, etc, este reduccionismo ha provocado estragos en
la humanidad. Un ejemplo de este reduccionismo lo ofrece la escalada
científica, la organización político social y económica que atenta contra la
vida misma del hombre y al medio que lo sostiene: la naturaleza. Es el resultado de aislar esta tríada
esencial de la que nos habla Cardedal y sobre la que nos basamos: Dios, hombre,
naturaleza.
La Escuela de Frankfurt, como pensamiento
crítico, ya había denunciado lo terrible de una racionalidad orientada en
franca oposición a la dignidad humana. En efecto, la racionalidad al servicio
del poder, se vuelve irracional, deviene en aquello que es racionalizado o
convertido en un principio de dominación, cuya cúspide trágica se manifestó en
la Segunda Guerra Mundial, de la que Víktor Frankl es víctima, testigo y
símbolo evidente.
Es desconcertante darse cuenta que los mayores
males que ha sufrido el conjunto de la humanidad, no sólo le han sobrevenido
por parte de acciones u omisiones del mismo ser humano. Y es más: ¡han sido
estudiados, planificados, proyectados, realizados bajo una racionalidad que se
valió de todos los adelantos científicos a su alcance!
Creemos que la disociación de la tríada
Naturaleza-Hombre-Dios tiene que ver con esta introducción del mal en el mundo.
Pero mucho más creemos que la religación de la misma tríada constituye la tarea
–quizá la primordial- no sólo para erradicar el mal, sino para permitir que el
Autor de la Vida despliegue con toda eficacia su amor en el corazón abierto del
hombre que se abre a Él. La paradoja constituye la orientación, la opción, la
libertad solamente humana que es capaz de conspirar contra sí mismo y la tríada
fundamental o religarse a ella. Una vez más, Viktor Frankl nos sintetiza esa
paradoja:
Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor
que ninguna otra generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que
siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero
asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una
oración.[7]
Atilio Luis Bruno
[2] “Quien sabe lo que es la dignidad, la dignidad incondicional de cada
persona, siente también un profundo e incondicional respeto por el ser humano;
también por el ser humano enfermo, por el enfermo incurable y aun también por
el enfermo de espíritu [Geisteskranken, psicótico] incurable. Y es que, en realidad, las enfermedades «de
espíritu» no existen, porque el «espíritu», la propia persona espiritual, nunca
puede enfermar y siempre está presente detrás de la psicosis, incluso cuando ni
siquiera es «visible» a ojos del psiquiatra.” Viktor Frankl: La voluntad de sentido: conferencia escogidas sobre logoterapia, Barcelona,
Herder, 1994. Citado por Elizabeth Lukas en: “Logoterapia: la búsqueda de
sentido.” Paidós, Buenos Aires, 2004, pág 43.
[7]
Frankl, Víktor E: o.c.
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