DONDE ABUNDÓ EL PECADO SOBREABUNDÓ LA GRACIA
Hermanos: Así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y, por
el pecado, la muerte, y, de este modo, la muerte pasó a todos los
hombres, dado que todos han pecado...
(Porque ya antes de la promulgación de la ley existía el pecado en el
mundo, y sin embargo no puede imputarse pecado si no hay ley; vemos,
empero, que, de hecho, la muerte reinó ya desde Adán a Moisés sobre
todos los que pecaron, aun cuando su transgresión no fue en las mismas
condiciones en que pecó Adán, el cual era figura del que había de venir.
Sin embargo, con el don no sucedió como con el delito, pues, si por el
delito de uno solo murió la multitud, ¡con cuánta mayor profusión, por
la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se derramó sobre todos la
bondad y el don de Dios! Ni fueron los efectos de este don como los
efectos del pecado de aquel único hombre que pecó, porque la sentencia
que llevó a la condenación vino por uno solo, en cambio, el don,
partiendo de muchas transgresiones, lleva a la justificación.)
...Así pues (decía), si, por la falta de uno solo, la muerte estableció
su reinado, también, con mucha mayor razón, por causa de uno solo, de
Jesucristo, reinarán en la vida los que reciben la sobreabundancia de la
gracia y el don de la justificación.
Por consiguiente, así como el delito de uno solo atrajo sobre todos los
hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo
procura a todos la justificación que da la vida. Y como por la
desobediencia de un solo hombre todos los demás quedaron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedarán
constituidos justos.
La ley, ciertamente, fue ocasión de que se multiplicasen los delitos,
pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, para que así como
reinó el pecado produciendo la muerte, así también reine la gracia
dándonos vida eterna por Jesucristo, Señor nuestro.
Del tratado de San Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 5, 19, 1; 20, 2; 21, 1: SC 153, 248-250. 260-264)
SOBRE EVA Y MARÍA
Cuando vino Dios visiblemente a sus creaturas y fue sostenido por esta
creación que es por él mismo sostenida, expió aquella desobediencia
cometida bajo un árbol, por medio de la obediencia efectuada sobre otro
árbol, y destruyó así la seducción con que fue vilmente engañada aquella
virgen Eva, destinada ya para un varón, con la verdad que le fue
venturosamente anunciada por el ángel a la Virgen María, ya también
prometida a otro varón.
Y así como Eva fue seducida por un ángel para que se alejara de Dios,
desobedeciendo su palabra, así María fue notificada por otro ángel de
que llevaría a Dios en su seno, si obedecía su palabra. Y como aquélla
fue inducida a no obedecer a Dios, así ésta fue persuadida a obedecerlo,
y de esta manera la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen
Eva.
Al renovar profundamente el Señor todas las cosas, declaró la guerra a
nuestro enemigo, aplastó a aquel que en un principio nos había hecho
cautivos en Adán y pisoteó su cabeza, según lo que, en el Génesis, Dios
dice a la serpiente: Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu
linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón.
Con ello se anunciaba que aquel que debía nacer de una mujer Virgen,
hecho hombre como Adán, aplastaría la cabeza de la serpiente. De esta
descendencia habla el Apóstol, en la carta a los Gálatas, cuando dice:
La ley mosaica fue puesta por Dios hasta que viniese la descendencia a
quien se habían hecho las promesas.
Má claramente aún lo demuestra, en esa misma carta, al decir: Cuando se
cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. El enemigo
no hubiera sido vencido con justicia si el hombre que lo venció no
hubiera nacido de una mujer, pues ya desde el comienzo se opuso al
hombre, dominándolo por medio de la mujer.
Por eso el Señor afirma que él es el Hijo del hombre, el hombre por
excelencia, el cual resume en sí al linaje nacido de mujer, de modo que,
si nuestra especie bajó a la muerte a causa de un hombre vencido, por
un hombre victorioso subamos de nuevo a la vida.
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