MIÉRCOLES DE
CENIZA
LA PENITENCIA DE CUARESMA
Comentarios del pbro. Mons. Luis H. Rivas
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 1-6. 16-18
Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante
de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna
recompensa del Padre de ustedes que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des
limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos
ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore
lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas:
a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles,
para ser vistos por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu
habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como
hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que
ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y
lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu
Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará.
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Para la Iglesia no hay celebración más importante
que la de Pascua. Por eso la prepara de
una manera excepcional, durante un período que dura
cuarenta días. De ahí el nombre de "cuaresma".
Cuarenta días antes del domingo de Ramos - en un día que coincide con un miércoles - damos comienzo a esa preparación.
Este día se llama tradicionalmente "Miércoles de ceniza", porque en él se bendice y se impone ceniza sobre la
cabeza de los fieles que concurren a la
Iglesia. Es una jornada de especial austeridad, y todos los católicos que
tienen entre dieciocho y cincuenta y nueve años
cumplidos están obligados a observar la ley del ayuno, y todos los mayores de catorce años no pueden comer carne o deben realizar alguna otra obra
penitencial.
La Iglesia impone estas obligaciones en este primer
día del tiempo de Cuaresma, pero se nos
aconseja a todos que durante este período anterior al
domingo de Pascua mantengamos el mismo
espíritu de penitencia y recogimiento.
La costumbre de bendecir e imponer la ceniza a los
fieles proviene de la época en que los pecadores públicos
se disponían durante estos días, mediante una
intensa penitencia, a recibir la absolución el jueves santo. Los que habían
cometido delitos conocidos por
todos, concurrían a la Iglesia y en presencia de toda la comunidad recibían la
ropa que significaba su estado de penitentes:
una túnica de tela grosera, como arpillera, y ceniza sobre su cabeza y sus ropas. Colocarse ceniza sobre la
cabeza es signo de gran humillación,
porque todos cuidamos el cabello, lo peinamos y tal vez lo perfumamos, tratamos
de llevar la cara limpia, y las
mujeres además suelen embellecerla por medio de cosméticos. Si en vez de todo esto nos ponemos ceniza, estamos afeando
lo que llevamos con más orgullo y cuidado.
El sacerdote, al ponernos la ceniza sobre la cabeza,
nos dice algunas palabras tomadas de la
Biblia. Pueden ser las que Dios dijo
al hombre después del primer pecado, y que nos recuerda nuestra condición de
mortales: "de polvo eres y al polvo volverás". También pueden ser
las de la primera predicación de Jesús y
que nos introducen en el espíritu que tiene que dominar durante toda la cuaresma: "Conviértete y cree
en el Evangelio".
LAS PRÁCTICAS DEL TIEMPO DE
CUARESMA
Actualmente todos nos presentamos como pecadores
públicos y recibimos nuestro hábito penitencial. De esta forma comenzamos nuestra preparación, para que cuando lleguen los días más solemnes, que son los que llamamos "la
Semana Santa", nos encuentren
bien dispuestos.
La ceniza que aceptamos sobre nuestra cabeza es un
compromiso de cambiar nuestra
vida antes de la Semana Santa, como hacían los antiguos pecadores públicos.
La primera práctica que tenemos
en vista es la de la conversión, que significa "cambiar de mente",
"cambiar nuestra forma de pensar". Es un cambio
de camino, dejar el equivocado para tomar
otro de acuerdo con el Evangelio.
Junto a esta práctica, que es la principal, la
Iglesia nos propone otras, a partir del
Evangelio, que a su vez son como un camino para conseguir la primera: la
limosna, la oración y el ayuno.
Estas tres prácticas son las tradicionales de la
piedad del pueblo judío, y que ya ocupaban
un lugar privilegiado en la religiosidad
del tiempo de Jesús.
El evangelio de san Mateo, escrito para una comunidad judeocristiana, dedica un espacio del sermón de la montaña
para instruir sobre la forma de realizar estas tres prácticas tradicionales, al mismo tiempo que corrige algunos defectos.
En cada caso el evangelio se preocupa por la
realización en secreto de estas prácticas
religiosas. Tiene en vista a aquellos que las hacen solamente para ser vistos por la gente y recibir elogios y aplausos.
No seamos tan literalistas que lleguemos a pensar
que nunca podemos dar limosna, rezar o ayunar si alguien se puede enterar de
nuestro gesto. El mismo Jesús, que aquí aparece diciendo estas cosas, en otras partes del evangelio aparece
rezando en presencia de otras personas, y mandando a sus discípulos que pongan sus buenas obras a la vista de todos para que
así los hombres glorifiquen al Padre. Lo
que quiere decir el evangelio es
que no debemos hacer las obras de piedad con la intención de que nos vean y nos
aplaudan.
Si evitamos esta mala intención, debemos hacer las
obras piadosas sin dar importancia al
hecho de que los demás las vean o no.
LA LIMOSNA, LA ORACIÓN Y EL
AYUNO
Para lograr nuestra conversión se nos recomienda en
primer lugar practicar la limosna, la
oración y el ayuno. Cuando hablamos de limosna, no pensemos en una moneda dada
de lo que nos sobra. Limosna significa
‘misericordia’. La Iglesia antigua entendía
que era privarse de algo para dar al que necesitaba, y por eso siempre iba unida al ayuno: un día sin comer
para poder dar al que no tiene nada. Un
Papa de los primeros siglos aconsejaba a los fieles: "Hágase de la abstinencia de los fieles el alimento de los pobres, y lo que cada cual sustrae de su alimentación,
aproveche al necesitado".
Por eso el ayuno y la abstinencia son una forma
privilegiada de la conversión. Nos hacen
salir de nosotros mismos para ocuparnos
de las necesidades del prójimo. Mediante la limosna dejamos de pensar sólo en nosotros para fijar nuestra
atención en las necesidades que están padeciendo otros hermanos nuestros, y tratamos de compartir. En vez de acumular para
nosotros, o adquirir lo superfluo, tratamos
de remediar las carencias de los que
reciben un salario que no les alcanza para comprar los alimentos necesarios o cubrir los gastos de cada día, o
nos hacemos cargo de las necesidades de
quienes no tienen trabajo, o por la edad o la enfermedad ya
no pueden trabajar.
El ayuno no es una práctica que
realizamos por conveniencia para nuestra salud, ni para
adquirir mayor dominio sobre nosotros
mismos, como hacían los antiguos filósofos. Para un cristiano el ayuno debe ir acompañado de la limosna: privarse
del alimento para darlo a quien no lo tiene. Al mismo tiempo es elegir una
forma de solidaridad con el pobre, padeciendo voluntariamente lo que él tiene
que padecer diariamente por necesidad. A quienes buscamos siempre el bienestar,
la práctica del ayuno nos saca de nosotros mismos
para colocarnos en la condición del prójimo y nos ofrece otro camino de
conversión.
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Evidentemente, todas estas prácticas cobran pleno sentido si están enraizadas en el amor, tal como lo dice el Apóstol en 1Cor 13.
Quiero saludar a todos en este comienzo de Cuaresma, en especial a los hermanos con quienes compartimos a lo largo de estos últios tiempos, encuentros y retiros.
Quiero agradecer a todos los que hicieron posible dichos encuentros. Y, por supuesto, invitarlos a compartir testimonios personales de los mismos, para que brille la gloria de Dios. Ojalá sean muchos quienes se animen a compartir su experiencia. Muchas veces vemos los frutos luego de los retiros, con el correr de los días.
Que el Señor los bendiga a todos. Los saludo a la espera de novedades y buenas noticias
P. Luis
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Evidentemente, todas estas prácticas cobran pleno sentido si están enraizadas en el amor, tal como lo dice el Apóstol en 1Cor 13.
Quiero saludar a todos en este comienzo de Cuaresma, en especial a los hermanos con quienes compartimos a lo largo de estos últios tiempos, encuentros y retiros.
Quiero agradecer a todos los que hicieron posible dichos encuentros. Y, por supuesto, invitarlos a compartir testimonios personales de los mismos, para que brille la gloria de Dios. Ojalá sean muchos quienes se animen a compartir su experiencia. Muchas veces vemos los frutos luego de los retiros, con el correr de los días.
Que el Señor los bendiga a todos. Los saludo a la espera de novedades y buenas noticias
P. Luis
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