sábado, 30 de noviembre de 2013

Domingo I de Adviento

Ya viene el Señor

Comentario del P. Luis H. Rivas
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 24, 37-44
Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempo de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entro en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llego el diluvio y los arrastró a todos.
Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra será dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor:
Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera en qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada».
 
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Como todos los años, en el primer domingo del año litúrgico se proclama un texto del Evangelio que se refiere al final de todas las cosas. En el comienzo ponemos la mirada en el final, como quien debe comenzar una carrera y desde el punto de partida mira hacia la meta para orientar correctamente el reco­rrido.
Las palabras de Jesús están dirigidas a crear intranquilidad en los oyentes. Nos dicen que ante la idea del fin no podemos quedarnos tranquilos, sino que por el contrario debemos vivir como personas que saben que en cualquier momento va a suce­der una catástrofe de la que hay que tratar de librarse.
Por eso nos pone un texto del Antiguo Testamento como ejemplo. El libro del Génesis reelaboró elementos pertenecien­tes a antiguos relatos y mitologías, produciendo una narración según la cual en una época muy lejana la humanidad se había llenado de violencia y Dios decidió acabar con esa situación y con todos sus responsables. Para eso separó al único hombre justo, que era Noé, y le ordenó que construyera un inmenso barco, al que llamamos "el Arca", donde debían salvarse él, sus familiares más cercanos, y todas las especies de animales que pueblan la tierra. Una vez construida el arca, vino una terrible inundación, el diluvio, que sumergió a todo el mundo y acabó con el pecado. En tiempos de Noé, mientras éste construía el arca y entraba en ella, los demás seguían su vida ordinaria: comían, bebían, se casaban... pero ninguno prestaba atención a lo que estaba pasando hasta que vieron que el diluvio les venía encima. Entonces fue tarde.
¿QUÉ SUCEDERÁ?
Jesús alude a lo que dice ese antiguo relato para introducir una advertencia sobre lo que sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Jesús no nos anuncia una catástrofe como el diluvio, sino la venida de una persona que lleva este nombre tan extraño: "el Hijo del hombre". En la época en que Jesús predicaba, los judíos hablaban del "Hijo del hombre" que debía venir. Interpre­tando algún texto de la Biblia y algunos otros libros religiosos de ese tiempo, se esperaba la venida de una persona que llegaría desde el Cielo para hacer un juicio en nombre de Dios. Este juicio daría como resultado la condena de todos los malvados y la salvación y el premio de todos los que eran fieles a la Ley de Dios. Con la llegada del Hijo del hombre se sucederían tiempos de angustia y tiempos de felicidad. Tiempos de angustia porque el momento del juicio sería ciertamente amargo y tremendo: to­dos deberían presentarse ante la mirada del Hijo del hombre que juzgaría hasta las acciones más ocultas de los hombres con el fin de castigar todo pecado, hasta el más pequeño. Pero des­pués del juicio vendrían los tiempos de felicidad: ya no habría más pecado, y tampoco habría pecadores. Habría desaparecido todo motivo de tristeza y solamente quedaría la paz y la alegría de vivir en compañía de Dios.
Los que escuchaban a Jesús sabían muy bien qué quería decir cuando hablaba de la venida del Hijo del hombre.
¿Y QUIÉN ES?
El Hijo del hombre es el mismo Jesús. En las palabras del Señor se prefiere este nombre cuando se trata de su segunda venida, la que tendrá lugar al final de los tiempos cuando venga como Juez para premiar o castigar a cada uno según sus mere­cimientos.
Se reconocen entonces dos venidas de Jesús: la primera es la que celebramos en Navidad, cuando vino pobre y humilde, igual a nosotros en todo menos en el pecado y que culminó con la pasión y la resurrección. En esa primera venida no vino a juzgar ni a condenar a nadie sino a perdonar y a salvar.
Pero ahora Jesús nos anuncia su segunda Venida.  Al final de los siglos vendrá nuevamente, pero de una manera muy distinta a la primera vez. En esta segunda venida aparecerá con toda su gloria, y como juez juzgará las acciones de los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
¿CUÁNDO SERÁ?
Jesús insiste en que nadie sabe cuándo será la venida del Hijo del hombre. Pero nos dice que será como en los tiempos de Noé: en el momento en que menos se lo espera, cuando todos estén ocupados en otra cosa. Nos dice también una parábola: es como cuando viene un ladrón de noche. Todos saben que los ladrones no se anuncian ni avisan cuándo van a pasar. Es lógico que si un dueño de casa supiera que va a pasar un ladrón a una hora determinada de la noche, se quedaría levantado para impe­dir que venga a hacer desastres o a llevarse cosas. Jesús ven­drá como un ladrón: en el momento en que estén más distraídos y nos tomará por sorpresa.
Muchos han intentado calcular la fecha de la venida del Se­ñor. De vez en cuando leemos en los diarios u oímos decir que algún exaltado religioso o alguna secta está anunciando el fin del mundo para una fecha determinada. Cuando esto sucede, mu­chos se dejan impresionar y comienzan a preocuparse. Alguna vez se han dado casos de terror y hasta ciertas personas han llegado al suicidio. Así sucedió en el año 1000 y también en el 1900. Conocemos lo que sucedió con algunas sectas al aproxi­marse el año 2000.
Jesús por el contrario nos dice que no debemos estar hacien­do esta clase de cálculos. De diversas maneras en el Evangelio se nos repite que ninguno, ni siquiera los Ángeles, sabe cuándo será. Si alguien pudiera saberlo ya no sería como la llegada del ladrón. Y si alguien viene a decirnos que en tal fecha va a ser el fin del mundo y el juicio final, podemos responderle con toda tranquilidad que está equivocado, porque Jesús ha dicho clara­mente que nadie sabe cuándo será.
¿YA? ¿AHORA?
Podemos estar seguros de que la venida final del Señor no nos es conocida. Sin embargo, cuando Jesús habla de su venida como juez no se refiere solamente al último día de la historia de la humanidad. Jesús nos dice que "ya viene". Ese último día ya ha comenzado, y el Señor está viniendo siempre hasta que ter­mine la historia humana.
Cuando Jesús estuvo delante de sus jueces, que le pregunta­ban si él era el Hijo de Dios, les respondió: "Desde ahora van a ver al Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo... ". Prestemos atención a esas palabras: "Desde ahora...". La primera venida de Jesús, en la debilidad, terminó con la muerte y la resurrección. Y a partir de la resurrección ya comienza una nueva venida: ahora viene con gloria y también como juez.
Si no debemos vivir alarmados, como si ya estuviéramos en los últimos momentos antes del fin del mundo, tampoco debe­mos despreocuparnos como si nunca fuera a suceder o estuvié­ramos demasiado lejos.
Jesús no nos invita a vivir angustiados ni aterrados, sino que nos manda vivir atentos, prevenidos. No se trata de inquietud sino de vigilancia para saber reconocer al Señor cuando se pre­sente ante nosotros.
¿Y CÓMO VIENE?
Cuando Jesús decía estas palabras a sus discípulos, estaba hablando de la futura destrucción de la ciudad de Jerusalén. Efectivamente, cuarenta años después de la muerte de Jesús tuvo lugar una terrible guerra entre los judíos y los romanos, y como consecuencia la ciudad fue destruida casi totalmente. Esa futura destrucción de la ciudad es presentada como un modelo de lo que es el juicio del Señor. Así habían hablado siempre los Profetas: la destrucción de Jerusalén o de cualquier otra ciudad es una imagen de lo que le sucede a un pueblo que se resiste a obedecer a Dios. Guerras y calamidades sirven como una ad­vertencia y como un modelo de lo que le puede suceder a cada uno y al pueblo en general.
Pero a partir de su resurrección, Jesús viene de otra forma. Él está ahora presente de manera muy especial en cada cristia­no y también en cada hombre. Los cristianos tenemos que abrir muy bien los ojos de la fe para alcanzar a ver a Jesús que se acerca a nosotros cada vez que nos encontramos con otra per­sona, porque en ese encuentro estamos siendo juzgados por el Hijo del hombre. En el momento en que estamos más distraídos, cuando menos lo pensamos, Jesús está a nuestro lado tendién­donos una mano que pide ayuda, exigiéndonos una definición, o solicitándonos algo de nuestro tiempo o de nuestra alegría.
También Jesús ya viene a nosotros en la historia de nuestra patria y en la historia del mundo. Pero también en los acontecimientos de la vida diaria, tanto familiares como sociales, cada vez que sucede algo en lo que tenemos que asumir una actitud cristiana, opinando o actuando como corresponde a discípulos del Señor.
Algunos podrían pensar que en el juicio de Dios sucederá como en la guerra, o como en el diluvio: una catástrofe sepulta por igual a buenos y a malos, a los justos y a los injustos. Jesús nos dice que si hay dos personas juntas, las dos no tendrán la misma suerte. En el juicio que se realiza cuando el Señor se hace presente se toma muy en cuenta lo que responde cada uno, y de acuerdo con esa respuesta recibirá su premio o su castigo. Los que saben reconocer y recibir al Señor lo recibirán como premio a Él mismo, mientras que los que no lo quieren recibir, recibirán como castigo la ausencia de Dios.
No hay momento de nuestra vida que no sea juzgado por el Hijo del hombre. Él ha muerto y ha resucitado, ahora viene como Juez y toma en cuenta acciones y palabras, actos y omisiones; todo es medido y pesado en la presencia del Señor. Ya no hay nada indiferente: por eso el Señor nos manda vivir muy atentos, vivir siempre prevenidos. San Pablo nos exhorta, en la segunda lectura que se ha proclamado en la Misa de hoy, para que nos "despertemos del sueño", y hablándonos de esa salvación que se acerca nos invita a llevar una vida alejada de toda clase de vicios y torpezas.
¿HABRÁ UN JUICIO FINAL?
Sin lugar a dudas, habrá un juicio final. La palabra de Dios nos advierte que la historia del mundo no seguirá indefinidamen­te, sino que llegará un momento en que todo tocará a su fin. En ese momento serán puestas delante de la mirada de Dios todas las acciones de todos los hombres, desde el primero al último. Pero eso no quiere decir que esa será la primera vez que el Señor juzgue. Hay acontecimientos de la historia en que juzga, como en el caso de la destrucción de Jerusalén. Pero también hay un momento especial para cada ser humano, que es la veni­da del Hijo del hombre para cada uno en particular, en el juicio que tendrá lugar cuando se produce la propia muerte.
Pero está también esa venida diaria y constante en que cada uno de nosotros es juzgado por el Señor que se acerca en for­mas tan diversas y pone a prueba nuestra fidelidad cristiana. De esta forma vemos que el Señor ya está viniendo, y que nosotros ya vamos siendo juzgados. Llegará un momento después de nuestra resurrección cuando el juicio llegará a su punto culmi­nante y final. En ese momento se verá de un solo golpe de vista lo que han sido todos esos otros juicios de cada instante y se pondrá de manifiesto lo que ha sido la fidelidad de cada uno.

2 comentarios:

  1. Lo felicito padre Luis por el artículo y por el blog, gracias sinceramente por estar y por todo lo que da y comparte. Le deseo abundantes benidiciones, con todo respeto... nicolas s.

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    1. Gracias, Nico, por tus palabras! Gracias por tu servicio! Un abrazo fuerte, unidos en oración.

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