SAN ATANASIO, obispo y doctor de la Iglesia.
Nació en Alejandría el año 295; en el Concilio de Nicea acompañó al
obispo Alejandro, del que fue luego sucesor. Luchó incansablemente
contra la herejía de los arrianos, lo cual le acarreó muchos
sufrimientos y ser desterrado varias veces. Escribió importantes obras
en defensa y explicación de la fe ortodoxa. Murió en el año 373.
Puedes ver su biografía en :
www.biografiasyvidas.com/biografia/a/atanasio.htm
A lo largo de la historia la comprensión que se tiene acerca de la Persona de Jesús, su ser, su identidad, su misión... sufrió acentuaciones -a veces peligrosamente exageradas- de su humanidad y su divinidad. Así, un Jesús puramente divino que solamente representó su ser hombre de carne y hueso (enfatización de su ser divino apagando su humanidad), o un Jesús muy humano, tan humano que no puede ser verdaderamente Dios, son ejemplos de estas acentuaciones exageradas.
La fe necesitó crecer también de manera que se puediese comprender aquello en que creemos y, sobre todo, acercarnos y conocer más a Aquél en quien creemos: Jesús, Verdadero Dios y Verdadero hombre, de la misma naturaleza que el Padre y el Espíritu Santo (consubstancial al Padre).
La imagen de Dios, -concretamente de Jesús- que tengamos va a desencadenar en nosotros consecuencias existenciales.
Por ejemplo, en una época en que las representaciones acerca de Jesús estaban tan distantes de la vida cotidiana, un Jesús perfecto, tan divino, pero tan lejano, no hace más que apagar la fe... en esa época, por ejemplo, sucedieron las manifestaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Sta. Margarita María, que revolucionaron la vida sencilla a través de la fe. Estas manifestaciones pusieron el equilibrio haciendo presente cuando más se necesitaba, creer que Jesús es verdadero hombre y por lo tanto misericordioso, que amó con corazón de hombre, como lo dirá la encíclica "Aurietis Acquas" (Sacarán aguas... de la fuente de la salvación, que es el Corazón de Jesús).
La vida de San Atanasio nos ofrece un testimonio importantísimo, pero en una época muy anterior, en que se negaba la divinidad de Cristo, es decir, el extremo opuesto del ejemplo anterior. La figura de San Atanasio surge aquí con todo vigor. Nos ayuda también a integrar la fe que busca entender con la espiritualidad. El cuerpo de Jesús, entregado, ofrecido al Padre por amor... es el centro de nuestra espiritualidad cristiana.
A continuación, un texto de nuestro santo que hoy nos ofrece el Oficio de Lecturas y sobre el que podemos meditar.
P. Luis
De las disertaciones de san Atanasio, obispo
(Disertación sobre la encarnación del Verbo, 8-9: PG 25, 110-111)
LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
El Verbo de Dios, incorpóreo e inmune de la corrupción y de la materia,
vino al lugar donde habitamos, aunque nunca antes estuvo ausente, ya que
nunca hubo parte alguna del mundo privada de su presencia, pues, por su
unión con el Padre, lo llenaba todo en todas partes.
Pero vino por su benignidad, en el sentido de que se nos hizo visible.
Compadecido de la debilidad de nuestra raza y conmovido por nuestro
estado de corrupción, no toleró que la muerte dominara en nosotros ni
que pereciera la creación, con lo que hubiera resultado inútil la obra
de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como
el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en
hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido
hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más
excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.
En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y
lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y
habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de
cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de
la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con
un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres,
quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que
agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no
le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a
él; con ello también, hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que
habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo
totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el
poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por
el fuego.
Por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al
Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda
contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en
él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante,
por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la
corrupción.
De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como
una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte
de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció
en lugar de ellos.
De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe,
ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su
divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así,
el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la
resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los
hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo
semejante al de ellos.
Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno
sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su
encarnación.
RESPONSORIO Jr 15, 19. 20; 2Pe 2, 1
R. Serás como mi
boca, te pondré frente a este pueblo como muralla de bronce
inexpugnable; * lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo
estoy contigo. Aleluya.
V. Habrá falsos maestros que introducirán sectas perniciosas, y llegarán hasta a negar al Señor que los rescató.
R. Lucharán contra ti, mas no podrán vencerte, pues yo estoy contigo. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que suscitaste a san Atanasio como preclaro
defensor de la divinidad de tu Hijo, haz que nosotros, iluminados por
sus enseñanzas y ayudados por sus ejemplos, crezcamos en tu conocimiento
y en tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.
Amén
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