Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
(Libro 3, 17, 1-3: SC
34, 302-306)
EL ENVÍO DEL ESPÍRITU SANTO
El Señor dijo a los discípulos: Id y sed los maestros de todas las
naciones; bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Con este mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en
Dios.
Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos
días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos
profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que
se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el
género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las
manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo
de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
Y Lucas nos narra
cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los
discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres
entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a
una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu
a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las
naciones.
Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que
nos haría capaces de Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede
convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido,
así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola
cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra
árida no da fruto, si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes
como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita
lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño
bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la
recibieron por el Espíritu.
El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor,
Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza,
Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la
Iglesia, enviando al Abogado sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de
donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto
necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al
fuego; y, ya que tenemos quién nos acusa, tengamos también un Abogado, pues que
el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que
había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas,
entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el
Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el
denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses.
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