sábado, 23 de abril de 2011

¡Jesús Vive!

El siguiente anuncio de Jesucristo Resucitado está reservado para el II Dom de Pascua, el Domingo de la Misericordia, día 1 de mayo, día del Trabajador, y en el que es beatificado Juan Pablo II. También lo volveremos a proclamar, aunque sólo la primera parte, el día de Pentecostés. Razones más que suficientes para dejarnos iluminar por la Palabra Viva del Señor. Nos detendremos ahora en la primera parte.

Jn 20,19-23

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 21 Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! 21 Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». 22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

Si prestamos atención, el ambiente en el que se encuentran los discípulos es de encierro a causa del miedo. Encierro y miedo, situación de angustia, desamparo, peligro, pérdida del ser amado y la esperanza depositada en él…

“El primer día de la semana”

Claramente el texto relata dos episodios, en los que encontramos dos elementos en común: los discípulos están reunidos y es el primer día de la semana. El domingo es el día de la Resurrección, es un día especial. El hecho de que los discípulos estén reunidos ese día, con los Doce (Tomás estará presente en el segundo domingo) nos indica la importancia de esa reunión dada por la elección de Jesús de manifestarse en ese contexto especial. Para nosotros desde el atardecer del sábado, vigilia del domingo, y todo el domingo, es el día de la Resurrección, el día del Señor, el día también del Señorío de Jesús sobre nuestras vidas: debe haber un espacio privilegiado para él que nada deberá llenarlo. Juan Pablo II nos dejó una muy bella carta apostólica: “Dies Domini”, que traducido significa “El día del Señor”. Día de celebración de la obra del Señor Dios, que nos invita a “recordar” para “santificar”. Es también el día de Cristo, día del Señor Resucitado y el don del Espíritu, ¡día irrenunciable! Es el día de la Iglesia, de la Asamblea Eucarística, centro del domingo.

Es también el día del Hombre (Dies Hominis), día de alegría, descanso y solidaridad. Para este mundo urgido por tantas necesidades desde la perspectiva de los pueblos más pobres, el Domingo es un gran desafío que implica consecuencias sociales: todo ser humano tiene la necesidad –y por lo tanto debe tener el derecho- de descansar. Capacidad de vida, descanso, como así también de silencio, encuentro con el Señor y con los demás de manera totalmente fraterna desligada de roles y funciones.

Jesús toma la iniciativa, se da a conocer a los discípulos y les confía una misión. Son los elementos esenciales de toda aparición y manifestación de Dios.

El domingo es el “día de los días” (Dies Dierum), fiesta primordial, reveladora del sentido del tiempo, de la historia, de la vida, de la eternidad en el amor en Cristo alfa y omega.

Jesús vino y se puso en pie en medio de ellos y les dijo: “¡Paz a ustedes!”

El verbo usado en este versículo es venir[1]. Es importante tenerlo en cuenta porque el Evangelio de Juan ha usado ya este mismo verbo cuando Jesús en su despedida antes de morir promete: “Yo vendré a ustedes” (Jn 14,18.28). Al usar exactamente ese mismo verbo nos está diciendo además que Jesús cumplió su promesa, y es típico de los relatos pascuales. Vamos a ver cómo en este texto se cumplen todas las promesas hechas por Jesús.

El otro verbo, en pie en el medio, traducido como “se puso en medio de ellos” evoca el triunfo sobre la muerte. Jesús se levantó, surgió de la muerte, todo lo contrario de estar acostado, tumbado, yacente. Es uno de los términos tradicionales para anunciar el hecho de la Resurrección (Mt 17,9 y par; Lc 24,7; Jn 20,9; Hech 2,24.32)

Jn no dice que Jesús atravesara las puertas. Lo que dice es que Jesús se hace presente a los suyos – y por lo tanto puede hacerlo siempre que quiera-, puede reunirse con sus discípulos en cualquier circunstancia; está allí, de pronto, “en medio de ellos”…

¡La Paz esté con ustedes!¡Paz a ustedes! Son las primeras palabras de Jesús resucitado a sus discípulos reunidos. El Señor viene, “de pie”, lleno de Vida resucitada con los brazos abiertos a abrir el encierro y sanar el miedo, la culpa, el dolor, el encierro. No es un mero saludo. El viene a traer la Paz, cumpliendo su promesa: les dejo mi Paz, les doy mi Paz, no como la da el mundo (Jn 14,27). Es más, es el don efectivo de la Paz, de la Gracia, de la Vida, que sólo Dios puede dar.

“Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría…”

El costado de Jesús es la fuente de donde brotaron Sangre y Agua. La referencia es directa al momento dramático en que Jesús crucificado fue traspasado y al instante brotó sangre y agua (Jn 19,34). Es también aquel del que surgió el río de agua viva para dar vida a todos los creyentes (Jn 7,39). Los discípulos ven al Señor, ven sus llagas, no sólo las de las manos y pies, sino también la del costado. Es el mismo que estuvo muerto y ahora vive para siempre.

Cobran sentido las promesas de Jesús: “el mundo no me verá, pero ustedes sí me verán” (14,19); “ustedes están tristes, pero les daré una alegría que nadie les podrá quitar”, una “alegría que será perfecta” (16,22.24). Es la alegría Pascual, la verdadera alegría.

¡Cuánta necesidad de Paz, de alegría verdadera, de tener una auténtica experiencia de fe en el poder de las llagas de Cristo Resucitado! Este tiempo pascual es un nuevo regalo y oportunidad que Dios nos ofrece para sanar nuestros corazones.

“Como el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes, sopló sobre ellos… reciban el Espíritu Santo…”

Jesús, el Enviado por excelencia[2], envía a sus discípulos. El Hijo extiende a los discípulos su propia misión, recibida del Padre, de parte del Padre, bajo el beneplácito del Padre. No hay dos misiones, sino una sola misión. Se cumple así otra dimensión de la Palabra de Jesús en su despedida: “así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo” (Jn 17,18). Esto significa además que Jesús se identifica totalmente con los enviados, como lo había afirmado también en Jn 13,20. En efecto, como el Padre estaba siempre presente en Jesús, así los discípulos nunca estarán solos en el cumplimiento de su misión: Jn 14,12. Y La Misión proviene del Padre que quiere dar la vida al mundo.

El don del Espíritu Santo, que había sido prometido, no sólo se anuncia, sino que directamente es comunicado por Jesús de una manera efectiva.

Por un lado, el soplo de Jesús nos recuerda el acto creador, cuando Dios insufló (en el hombre) el aliento de vida[3], lo cual nos hace ver que el hombre sólo existe plenamente pendiente de ese aliento vital. Se trata ahora de una nueva creación, por eso la Paz, y el fruto de ésta, la alegría. Un nuevo estado, una nueva Vida, la Vida en abundancia que Jesús había prometido (Jn 3,16-17; 10,10). Jesús resucitado comunica el Espíritu que hace renacer al hombre, es lo que Nicodemo no había podido entender (Jn 3,5-8). Jesús inaugura el tiempo en que se “nace de nuevo”, el tiempo del Espíritu.

Por otro lado, el Espíritu capacita para la Misión investida a los discípulos, y no exclusivamente a los Doce. El Hijo extiende a los discípulos su propia misión, recibida del Padre. Misión en el ser y en el hacer. La misión de ser una sola realidad en comunión plena con Jesús y a la vez de anunciar a Jesús mismo. Es la manera de ser Jesús mismo en ellos, por el Espíritu: Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17,21)

Tanto como en el envío, aquí tampoco se trata de un don particular dado a los Doce, es decir a los Apóstoles, ni mucho menos de un rito de ordenación para los ministerios, sino de la comunicación a todos los creyentes de la vida de Cristo glorificado, tal como lo confirma la primera carta de Juan: “La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu” (1Jn 4,13)

…Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan»

En unidad con el don del Espíritu y como fruto del mismo, se nos da a los discípulos el don y la tarea del perdón. La situación totalmente nueva que ha producido la victoria del Hijo sobre la muerte: la salvación divina ha prevalecido sobre las tinieblas y llega en adelante a todos los seres humanos a través de los discípulos. Es más, es el mismo Jesús quien a través de los suyos ejerce el ministerio del perdón (Jn 14,12.20). La formulación positiva y negativa se debe al estilo semítico que expresa la totalidad mediante una pareja de contrarios[4]. “Perdonar/Retener” significa aquí la totalidad del poder misericordioso transmitido por el Resucitado a los discípulos, y de ninguna manera la capacidad de elección acerca de si perdonar o no. ¡Siempre hay que perdonar! Pues ésta es la esencia de la misión misma de Jesús. El autor del perdón es Dios, y su perdón es definitivo. De la misma manera, en el instante en que la comunidad perdona, Dios mismo perdona. La exigencia es mayor, no sólo un perdón individual, sino el perdón de toda la comunidad.

El relato de la aparición del Viviente a los discípulos reunidos muestra cuál es la nueva condición de los creyentes en el mundo. Por el don de la Paz y la comunicación del Espíritu, su comunidad es portadora de vida para el mundo; a través de ella se actualiza la presencia permanente del Señor que ha triunfado de la muerte.[5]



[1] Cfr. Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, Lacueva, Francisco, CLIE, Barcelona, 1984. León-Dufour, Xavier: Lectura del Evangelio de Juan, Vol IV, Sígueme, Salamanca, 2001, 2da Ed, pp 185-206.

[2] León-Dufour, o.c. Jesús es el Enviado del Padre, realidad esencial en todo el Evangelio de Juan y presente a lo largo del : 3,31-34; 5,30; 7,17; 8,16.28.42; 12,44; 14,10; 16,28

[3] Gn 2,7; Sab 15,11; Ez 37,5.9

[4] Leon-Dufour, o.c. p 197

[5] O.c. p. 199

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